Bajo la penumbra

Capítulo 2: La Llegada

La lluvia había amainado cuando Santiago y Carolina se aproximaron a la Mansión Whitemore. Los muros de piedra oscura se alzaban imponentes, cubiertos de enredaderas que parecían aferrarse desesperadamente a su superficie. Las ventanas, estrechas y cubiertas de polvo, reflejaban apenas la luz del atardecer, dándole al edificio un aspecto aún más lúgubre.

—Parece sacado de una película de terror —murmuró Santiago mientras detenía el auto frente a las grandes puertas de hierro forjado que daban acceso a la propiedad.

—Precisamente por eso estamos aquí, para demostrar que no hay nada de terror en ello —respondió Carolina con una sonrisa nerviosa. Aun así, no pudo evitar un escalofrío al contemplar la mansión.

Los recibieron dos sirvientes, un hombre y una mujer de edad avanzada, que les dieron la bienvenida con cortesía y un leve aire de preocupación. El mayordomo, el Sr. Alistair, les explicó que el Sr. Hargrove los esperaba en el salón principal.

Cruzaron un amplio vestíbulo adornado con retratos antiguos cuyos ojos parecían seguirlos, hasta llegar a una puerta doble de madera maciza. El Sr. Alistair la abrió, revelando una sala impresionante, iluminada por un candelabro de cristal que colgaba del techo alto. En el centro de la sala, un hombre de mediana edad, de aspecto distinguido y ojos cansados, se levantó para recibirlos.

—Dr. Santiago, Dra. Carolina, es un honor tenerlos aquí. Soy Thomas Hargrove —dijo, estrechando sus manos con una sonrisa agradecida—. Espero que el viaje no haya sido demasiado incómodo.

—No se preocupe, estamos acostumbrados a los retos —respondió Santiago con una sonrisa, aunque su mirada no dejaba de explorar la sala, buscando cualquier indicio de lo que los esperaba.

—Estoy seguro de que su escepticismo será un activo valioso aquí. He preparado toda la documentación y los registros de los eventos que han ocurrido en la mansión —dijo Hargrove, señalando una mesa cubierta de papeles—. Pero antes, permítanme mostrarles sus habitaciones. Estoy seguro de que querrán descansar antes de empezar.

A medida que avanzaban por los pasillos de la mansión, una sensación de inquietud se apoderaba de Carolina. Los ecos de sus pasos parecían resonar con demasiada fuerza, y las sombras en las esquinas parecían moverse con vida propia. Trató de concentrarse en los detalles arquitectónicos y las posibles explicaciones lógicas para su sensación de incomodidad.

Las habitaciones eran grandes y lujosamente amuebladas, pero frías y desprovistas de cualquier rastro de vida moderna. Carolina dejó su maleta sobre la cama y comenzó a desempacar, mientras Santiago inspeccionaba las paredes y ventanas, buscando cualquier anomalía.

—¿Qué te parece todo esto? —preguntó Carolina, rompiendo el silencio.

—Interesante, sin duda —respondió Santiago—. Aunque no he visto nada que no pueda ser explicado por el desgaste del tiempo y la imaginación de las personas. Pero apenas estamos empezando.

La cena fue un asunto silencioso, con solo el ruido de los cubiertos rompiendo la tensión en el aire. Hargrove les contó más sobre la historia de la mansión, cómo había pertenecido a su familia durante generaciones y cómo los últimos inquilinos habían abandonado el lugar aterrados por lo que describieron como "presencias malignas".

—Estoy convencido de que hay una explicación racional para todo esto, y confío en que ustedes la encontrarán —dijo Hargrove, su voz cargada de esperanza.

Después de la cena, Santiago y Carolina se retiraron a sus habitaciones, planeando empezar su investigación a fondo a la mañana siguiente. Sin embargo, esa primera noche en la Mansión Whitemore resultó ser más perturbadora de lo que habían anticipado.

Carolina se despertó en mitad de la noche, el corazón latiéndole con fuerza. Una sensación de frío extremo se había apoderado de la habitación, y podía ver su aliento condensándose en el aire. Miró alrededor, tratando de encontrar la fuente del frío, pero no vio nada fuera de lo común.

Decidida a no dejarse llevar por el miedo, se levantó y salió al pasillo, su linterna en mano. Santiago estaba haciendo lo mismo, sus ojos mostrando una mezcla de confusión y alerta.

—¿También sentiste el frío? —preguntó Carolina, tratando de mantener la calma.

—Sí, y algo más —respondió Santiago en voz baja—. Creo que oí susurros.

Juntos, avanzaron por el pasillo, siguiendo el sonido apenas audible de voces que parecía provenir de alguna parte más profunda de la mansión. Las sombras danzaban a la luz de sus linternas, creando figuras fantasmales en las paredes.

Al llegar a una puerta al final del corredor, los susurros cesaron abruptamente. Santiago la abrió con cautela, revelando una pequeña habitación llena de antigüedades y objetos personales cubiertos de polvo. En el centro, una mesa con un libro abierto, sus páginas llenas de garabatos y símbolos extraños.

—Esto es más de lo que esperaba —murmuró Santiago, examinando el libro—. Pero no hay nada aquí que no podamos explicar con un poco de investigación.

Carolina asintió, aunque su intuición le decía que habían apenas arañado la superficie de un misterio mucho más profundo y oscuro. Bajo la penumbra de la Mansión Whitemore, los límites entre la ciencia y lo sobrenatural comenzaban a desdibujarse, y la verdadera naturaleza de los horrores que les esperaban empezaba a revelarse.




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