Bajo La Tormenta

CAPITULO TRES

25 de diciembre de 1955

Era la primera Navidad que estarían sin Martin. Parecía que hacía mucho tiempo y al mismo tiempo, apenas habían pasado dos meses desde que se había marchado para siempre. No habían tenido ni siquiera la delicadeza de entregarles su cuerpo, se habían deshecho de él en una fosa común llena de hombres, cuyas historias les importaban igual de poco que la de su hermano.

Quería pensar que al menos no estaba solo. De niño, su hermano odiaba la oscuridad, siempre tenía unas pesadillas horribles y su padre le imperaba a comportarse como un hombre y dejar de llorar.

Su madre había retirado las fotografías de Martin de la casa y apenas hablaban de él. Escasas conversaciones que habían compartido entre Judith y ella que habían finalizado al aparecer la mujer. Ebba se consolaba al pensar que por fin Martin estaba junto a su gran amigo. Al menos sería feliz, Martin no lo había sido desde su muerte. El nacimiento de Damien tampoco había aliviado ese dolor.

Sin embargo, no quería estar triste aquel día, Damien no merecía un recuerdo de su familia llorando en Navidad. En la medida de lo posible había organizado una gran cena. En honor a Martin, a él le encantaba celebrarlas. No estaría contento si se dedicaban a mirarse llorosas.

Para ella había sido especialmente difícil afrontar aquellos meses sin su hermano, ya que él se había encargado de ayudarlas con su sueldo, además de la ayuda que recibían del estado. Ahora con dos bocas más que alimentar y sin el sueldo de su hermano, ella había buscado un trabajo como mecanógrafa en una pequeña empresa y Judith había aceptado realizar algunos encargos de costura. De esa forma habían conseguido sobrevivir.

Su madre había asumido el rol de ama de casa –que antes había desempeñado la propia Ebba– consciente de que todas debían hacer algo para subsistir. Pero si algo la había ayudado a aceptar la muerte de Martin, había sido Karl. Su madre se había apegado a él y Ebba no había tenido corazón para contarle como había terminado Martin así. Sin embargo, Ebba no había vuelto a dirigirle la palabra desde aquella mañana en la que hablaron y no había sido por falta de intentos por su parte del hombre.

Por eso le había invitado, como todas las Navidades. Este no tenía familia, habían perecido debido a la guerra y desde entonces se había reunido con ellos y aquel año no debía ser diferente.

Karl había insistido en ayudarla a preparar la mesa y su madre, junto con Judith se habían marchado con una triste excusa. Era consciente de que, en sus mentes, una unión entre ellos sería más que aceptable e incluso aconsejable. Nada estaba más lejos de la mente de la joven.

—Sé que estas enfadada, Ebba, créeme que yo mismo me culpo por lo ocurrido, no debí hacerle caso y no debía ayudarle, él estaría vivo de no ser por mi— dijo apesadumbrado el hombre.

—Ya no importa eso— replicó la joven— Me excedí en mis palabras... Vosotros estabais en lo correcto y yo erraba. Tú no tienes la culpa, yo no te culpo. Ya no. Ahora lo entiendo.

Karl la miró enarcando una ceja, como si no la entendiera.

—Martin hizo lo que hizo porque pensó que era lo que debía hacerse y tenía razón, por eso me gustaría pedirte un favor, Karl.

—Lo que quieras, como siempre. Ya sabes que puedes pedirme lo que quieras y lo tendrás— dijo aceleradamente el hombre.

Ebba se sintió un poco triste por no poder corresponder a esa devoción que él parecía sentir, pero se sentiría mucho más miserable si utilizaba sus sentimientos en su conveniencia.

Escuchó a las otras mujeres hablar mientras regresaban al salón.

—Dejaremos esta conversación pendiente para después de la Navidad— finalizó la joven, apartándose de Karl, que asintió lentamente.

***

Realmente habían sido unas Navidades muy diferentes a las anteriores. Martín siempre había sido el encargado de adornar el árbol y el resto de la casa, porque adoraba aquellas fiestas. Después de cenar, iban a escuchar la misa que se celebraba durante el 24 de diciembre por la noche. Pero eso también era antes, cuando Alemania era un estado católico. Con la llegada de los rusos al país, ese tipo de celebraciones habían sido dejadas de lado. La Navidad continuaba siendo una festividad, pero no tenía el peso religioso de antaño.

Ebba se sentía de lo más apática desde la muerte de su hermano. Parecía algo tan irreal que tenía la sensación de estar teniendo una pesadilla de la que terminaría despertando, para saber que solo había sido eso, un mal sueño y que Martin continuaba con vida.



#31718 en Otros
#2174 en Novela histórica
#48049 en Novela romántica

En el texto hay: misterio, romance, drama

Editado: 30.11.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.