Capítulo 89
CHARLOTTE
«El que nada debe...nada teme».
Eso es lo que mis abuelos y padres siempre me han inculcado antes de que la verdad de mis mentiras salga a la luz.
Sin embargo, después de salir del clima fresco y relajado que tenía estando en la terraza me ví obligada a dirigirme a la sala de estar. Específicamente, al despacho.
No sé qué es lo que me espera, y por ende tampoco tengo alguna expectativa al respecto...pero el rostro de Carlota, la cocinera, contraído en una preocupación innegable vuelve a mi mente y con cada paso que doy me estoy acercando más al despacho.
Estoy consciente que después de entrar no hay manera que vuelva a ser la misma. Y aunque la haya, no sería igual.
—¿Crees...—la voz de Joshua provoca que mis pensamientos pasen al fondo de mi cabeza, pero no los detiene—…¿Crees que sean tus padres los que te estén esperando?
Moví la cabeza en negación, —Si ellos hubieran venido a buscarme, hubieran preguntado donde estaba e ir personalmente por mí —dejé de seguir caminando y me giré—. Ellos jamás pierden la oportunidad para dejar en claro que solo soy un humano más que debe seguir sus reglas. Además de ser su hija, claro.
Mi tono había salido con cierta frialdad, pero esa era mi manera de llamar y contener mi seriedad dentro de mi cabeza.
Al menos cuando estaba nerviosa, como ahora.
Seguí con mi camino, recorriendo los pasillos iluminados por los enormes ventanales de la hacienda.
Después de salir del despacho, podré ir a disfrutar alguna taza de café mientras observo el atardecer y alejo de mi cabeza pensamientos con los que desgasto mi potencial.
Sí, también puedo llegar a pensar de esa manera: ilusa.
—Aún así creo que no deberías entrar sola. En caso que no sean tus padres quienes te están esperando —el tono de preocupación del chico que camina detrás de mí no me sorprendió a tan altos grados...pero sí me hizo sentir bien conmigo misma.
Bien, de saber que puedo recurrir a alguien cuando lo necesité.
Esta vez me detuve y volví a verlo. Lo anaranjado-amarillo de la poca luz solar que va quedando, traspasa los ventanales de vidrio y los refleja sobre su cabello ligeramente desordenado.
Aún cuando él no lo sabe y tampoco se da cuenta...él es la definición de belleza en la Tierra. Y no niego lo fuerte que me siento atraída.
—Estaré bien —dije antes de seguir viendo -como una desesperada admirando también-, sus perfecciones—. Tal vez sea algún extraño que se esté confundiendo...o alguien que simplemente busca a mis abuelos.
A quienes no veo desde que me fui de la terraza para asesorarme que Alex y Elizabeth sí se habían ido...y después de que la abuela me dejará a solas con Joshua en la terraza.
Ignoré lo anterior, antes que mi rara cabeza comience a hacer teorías conspirativas sin importancia y relevancia con respecto a la realidad.
Una vez llegué al despacho, me paré en la entrada. Ojalá pudiera admirar las puertas de este de manera atenta...sí me detuve fue porqué no se a que lado de mi cabeza deba hacerle caso.
Una parte me dice que no entre y espere a mis abuelos, ya que después de todo es a ellos quién le pertenece la hacienda. La otra parte, me dice que entre y que este inexplicable temor desaparezca de una vez por todas.
—Estaré esperándote aquí afuera, Charlotte —dijo apoyándose sobre la pared del costado de la entrada del despacho.
Asentí y entré. Cerré la puerta y la silla giratoria se giró a mi dirección, permitiéndome ver a un señor de unos 40 - 50 años de edad, flaco, trigueño, ojos oscuros, más de un par de arrugas en su rostro, con poco cabello y tatuajes demasiado detallistas en su cabeza, en lo que es visible de su cuello y manos también. El traje negro que traía puesto no me permitía ver, pero apuesto a todo, que sus brazos también están cargados de tatuajes.
—Charlotte Miller ¿No es así? —Preguntó expulsando el humo del cigarrillo de su boca.
—Depende —dije, sin esperarlo mi tono había salido frío y seco.
—Traje compañía para que te hagas una idea de quién soy yo —dijo mirando a una de las esquinas más alejadas del despacho. Seguí su mirada y esta aterrizó en un hombre alto, de buena estética física, con una camisa negra que se apegaba a su cuerpo y dejaba al descubierto sus brazos.
Mi cabeza anonada en el hecho, me remontó a dos conclusiones con las que sí podía estar de acuerdo:
La primera, este tipo flaco y de buena ropa debe ser jefe o el superior de quién estaba en la esquina del despacho. Como un buen perro.
La segunda, este buen perro que traía como compañía el tipo flaco que seguía fumando en la silla giratoria era el mismo gorila que estaba en el auto persiguiéndome fuera de la escuela. El mismo que me llevó a la inconsciencia y me dejó en la casa donde ‘Los Cuchillos’ llevaban a cabo sus operaciones.
—¿No te enseñaron modales? —Inquirió el flaco levantándose de la silla y acercándose a mí, pasos cortos pero seguros—. Debes saludar y preguntar qué es lo que se nos ofrece. Cuál es el motivo por el que estamos aquí, ¿no crees?
Los tatuajes. Su aura. Su mirada tan penetrante. Las joyas en su cuello y anillos en sus dedos. Su manera de intentar intimidarme...esta en especial es la que menos me llama la atención. La menos creíble.
Este tipo quiere algo de mí, algún favor o información, no me lastimará a menos de que no hable.
Y el que sea una adolescente cerca de los 17 años, no significa que él pueda creer que sus intentos de intimidarme puedan funcionar.
—¿Puedo? —Le señalé el cigarro que estaba en medio de sus dedos y con una sonrisa complaciente me lo dio.
Idiota, pensé. Por supuesto que me lo dio para “compartirlo” conmigo.
Con mucho cuidado lo coloqué en medio de mis dedos y de manera rápida me dirigí caminando al escritorio finalicé apagándolo en el cenicero.
#5247 en Novela romántica
#603 en Thriller
#208 en Suspenso
amor juvenil novela romantica, secretos y traiciones, romance y suspenso
Editado: 27.03.2022