Nota de la autora: ¿Me extrañaron?
Apuesto a que no, pero yo sí, y creo que esto ya no es un secreto PARA NADIE, já, pero ¿han notado lo larga que terminó siendo BTE?
O sea, más de 96 capítulos, OMAIGASH. Y todavía cree una trilogía jajajja.
En mi defensa, no sé porque mi mente no descansa. Es decir BTE, aparte de ser la primera historia que comencé, también es una de las historias MÁS largas que he creado y he escrito. Y no me arrepiento, lol.
Sé que deben llevarse más o menos de una hora para leer UN CAPÍTULO y quiero agradecerles por estar conmigo y decidir darle una oportunidad a cada capítulo de ésta historia pese a la Biblia que terminan siendo.
Este 2022 comienza y la primera actualización es de ésta historia que tanto me ha gustado escribir durante éste último año.
Disfruten. Y escuchen la canción: «The Joker And The Queen» de Ed Sheeran.
✨❤Es de Joshua y Charlotte ✨❤
Sin más que añadir, POR EL MOMENTO, disfruten.
Los amo muchísimo,
Ligia M.
Capítulo 96
JOSHUA
—¿Qué hay en la cajuela? —Inquirió después que dejé ir la puerta de la cajuela con las maletas dentro.
—Hmm, nada —dije forzando tranquilidad en mi tono—. Después de que el partido terminé podrás comprenderlo. Créeme.
Durante unos segundos me observa pensativa, hasta que finalmente dice:
—Supongo que lo haré.
—Lo harás —afirmo depositando un corto beso en sus labios y después sobre su frente.
—Me gusta —susurro en un suave hilo de voz.
—¿Te gusta? —Dije en tono burlón, rodeando su cintura con mis brazos.
Ella asiente.
Y en el momento que tengo la intención de volver a besarla, un grito lejano pero bastante audible a pesar de la distancia, hace que dirija mi mirada fuera de los ojos oscuros y profundos de Charlotte. Desgraciadamente.
—¡Ni en mis telenovelas se dan los besos que ustedes se dan! —Gritó mi tía desde la ventana de la sala de estar, curiosamente, no lo dijo enojada. Una sonrisa sincera era la que estaba en sus labios, mientras mi tío reía detrás de ella—. Se les hará tarde, si no se van ya. ¡Ahora!
Rendido, di un último beso en sus labios y caminé fuera de la acera para entrar al asiento de piloto en la camioneta. Si soy el capitán de uno de los equipos que sí logró pasar a las semifinales estatales, al menos, debo estar media hora antes de que el juego comience. Al menos.
Charlotte subió al auto, y antes que finalizará de colocarse el cinturón de seguridad, tomé este y termine de ponérselo yo.
—Todo el mundo sabe que los bebés no pueden ponerse el cinturón de seguridad, por sí solos.
La confusión en su rostro se fue al cabo de unos segundos cuando esbozó una sonrisa corta.
—¿Seguro que no hay sorpresas? —Preguntó sin eliminar la sonrisa.
—Seguro —volví a afirmar y encendí el motor del auto, mi escapatoria.
#-#
—Iré con Inez y el resto de las porristas —avisó antes de entrar a los vestidores.
Antes de abrir la puerta, la observé una última vez antes del gran partido. Sus jeans azules están apegados a sus piernas y hasta la altura de sus tenis blancos. El suéter que es una talla más grande de la que ella lo es, llegando hasta sus manos, casi cubriéndolas por completo. Y su cabello café claro—oscuro cayendo a los alrededores de su rostro.
No pude evitar volver a acercarla a mí cuando mi mano viajó a su cintura y la pegué a mí, antes que estuviera cubierto de sudor y tierra (por el partido) necesitaba su cercanía.
—¿Y esto? —Preguntó contra mi pecho cuándo enredó sus brazos alrededor de mi cintura para corresponder el abrazo que no esperábamos—. ¿Y esto, por qué?
«Por tu cumpleaños, hermosa. Necesito abrazarte y besarte. Necesito demostrar lo feliz que estoy que hoy estés cumpliendo 17 años, mi osa polar».
—Para la buena suerte —dije en cambio.
—No existe la buena suerte —se ríe mirándome—, pero eres la excepción Miel. Buena suerte.
Miel.
No creí que el apodo de mis pequeños primos, algún día, se escucharía hermoso cómo lo acaba de escuchar de mi novia.
—¡Joshua! —El grito del entrenador me hace susurrar: «Debo irme» y correr a la entrada de los vestidores, dónde mi equipo me espera.
#-#
—Está será la última oportunidad que tengan para demostrar que cada uno de ustedes sabe jugar y qué por eso son y serán el mejor equipo de este año —dijo el entrenador caminando entre el círculo en el que habíamos formado cuando nos sentamos—. Ahora, ¡Salgan! ¡Ya!
Nos formamos en la fila, yo en la cabeza de ésta y Christian al final. Detrás de mí, me sigue Alex y después Rodrigo.
Salimos cuando el silbato del árbitro sonó. Los aplausos y gritos de los espectadores se dieron a conocer. El otro equipo también comenzó a salir de su salón. El director camina a la tarima, listo para su discurso.
Me senté en las bancas de los jugadores, y la atención que planeaba darle al director y su discurso se fue cuando Alex golpea mi hombro y dice: —No creo en los milagros.
No comprendí su comentario. Y confundido le preguntó: —¿Qué dices?
—Qué no creo en los milagros —repitió con una sonrisa corta al mismo tiempo que me indicaba que volvería a ver a dónde él estaba mirando. Y lo hice. Por segunda ocasión en todo lo que llevo jugando (años) mi porrista favorita sí está para apoyarme (de manera más cercana) en mi último partido.
—Pero ella debe quererte mucho para olvidar su inseguridad —volvió a decir—. Ve con ella, viejo. Es la primera vez que te doy un consejo de manera sincera.
—¿Cómo? ¿Todos los consejos que me has dado...no han sido genuinos?
Alex, en definitiva, no es mi mejor amigo, pero sí me ha dado buenos consejos (de todo tipo) a lo largo de los últimos años de Preparatoria y Secundaria.
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Editado: 27.03.2022