Balada de una princesa perdida | Completa

21

El camino de regreso al palacio se había hecho en silencio, mientras Rose observaba las calles a través de la pequeña ventana de la carroza. Sus manos y cuello estaban encadenados, como si fuera un animal a la venta. Él se había encargado de exponerla en el escenario como carne de cañón, para que recibiera todas las burlas y el odio, intentando probar su teoría y doblegarla a su antojo. Rose sabía que mostrarse rebelde ante el príncipe no le haría ganar puntos, pero no podía quedarse callada. No iba a dejarse romper.

Luego, Dristan había proclamado que su hermano estaba allí y que debían buscarlo, junto con Joyce.

No estaba segura de si Adam realmente había hecho eso, pero últimamente lo había visto hacer muchas cosas que nunca imaginó. No quería verlo arriesgar su vida por ella, pero en ese momento no había nada que pudiera hacer; seguía a merced de Dristan Velaryon.

El vestido que le había obligado a usar apenas podía llamarse tal, ya que parecía un pedazo de tela hecho jirones que se sostenía por una cuerda en su cintura y estaba manchado de lodo. Después de la escena en la plaza, estaba aún peor, pues los faes le habían lanzado todo tipo de cosas. Ni siquiera llevaba zapatos. Dristan quería demostrarle que en aquel lugar, una humana como ella no significaba nada, y ella le odiaba por eso.

El joven príncipe parecía dispuesto a humillarla todas las veces posibles, con tal de demostrar que su especie era superior a los humanos. Era arrogante, soberbio, manipulador... No había una sola cualidad redentora en él. Podría ser muy atractivo físicamente, sin embargo, su personalidad era despreciable. Le recordaba a esos niños malcriados que había llegado a cuidar en familias adineradas, los cuales se creían merecedores de todo solo por nacer en cunas de oro.

Hasta ese momento, Adarlan solo se había convertido en un infierno para ella. Los faes, siendo hermosos, sí, pero su belleza no se comparaba con la crueldad que mostraban. Era la primera vez que algo tan hermoso le parecía estar podrido por dentro. Las hadas, seres míticos que nunca creyó posibles de existir, estaban frente a sus ojos. Ese mundo era hermoso, al igual que sus habitantes, y luego ellos hablaban o la miraban con tal desprecio.

Los guardias faes la escoltaron de regreso a su habitación en las alturas y cerraron la puerta. Esperaba haberse librado de Dristan tras aquel largo día, porque ya no quería seguir luchando. Sus fuerzas comenzaban a flaquear y, por primera vez, sintió una pesadez en su pecho, queriendo llorar. Extrañaba su hogar, a su familia, su trabajo.

¿Cómo había cambiado tan rápido el curso de su vida en solo cuestión de días?

Observó las cadenas que llevaba, luciendo como una esclava para ellos. Dristan la había convertido en el hazmerreír de los faes. Y le había asignado aquella bonita habitación que solo era una jaula dorada, esperando que Rose le agradeciera por su "amabilidad". ¿Quién se creía que era?

Dejó que las lágrimas salieran de sus ojos y, una vez que lo hizo, sintió que durarían para siempre. Comenzó a sentir un nudo en su garganta que solo la ahogaba más; sus sollozos comenzaron a sonar más fuertes hasta que escuchó a alguien entrar en la habitación. Rose cerró los ojos con la esperanza de que no fuera Dristan; si venía para burlarse, no lo soportaría más. Así que se tapó con las cobijas de la cama y cerró los ojos. Escuchó unos pasos alrededor de la habitación y la curiosidad la embargó. ¿Qué podría querer ahora Dristan?

Rose abrió los ojos y divisó la sombra de unas alas cerca de la ventana; la figura le daba la espalda, y entonces se dio cuenta de que no se trataba de Dristan. Era una silueta pequeña y delgada, con alas, y pertenecía a una mujer. Su cabello brillante, recogido en una coleta alta, dejaba al descubierto un cuello elegante, y su piel... brillaba a la luz de la luna. Era una mujer fae.

Se quitó las cobijas y se sentó en la cama, observando con desconfianza a la desconocida.

Esta se giró para observarla.

—No era mi intención despertarla, lo siento —dijo, inclinando su cabeza de forma educada antes de dar un paso hacia la salida.

Rose aún estaba anonadada por su belleza.

—¿Quién eres? —la detuvo antes de que se marchara.

Los ojos de la fae brillaban como dos luceros dorados.

—Mi nombre es Dasyle, soy la criada encargada de usted.

Dasyle se inclinó, y Rose se sorprendió ante tal gesto de cortesía; esa podría ser la primera vez que un fae se mostraba amable con ella y la trataba con decencia. Si Dasyle era la criada, ¿por qué el príncipe se tomaría la molestia de otorgarle tal beneficio? Parecía que no era merecedora de ningún privilegio en Adarlan; sin embargo, le habían asignado a su propia criada. Esto no tenía sentido.

Comenzaba a sentirse confundida por este cambio. El príncipe había dejado en claro que ella no merecía ningún trato especial y que solo era una moneda de cambio. La joven doncella la miró con cierta lástima reflejada en sus ojos dorados.

—¿Necesita ayuda con algo? —preguntó Dasyle, observando su ropa sucia y aspecto desaliñado.

El atuendo que llevaba se lo había dado Dristan. Eso enfureció a Rose, pues había sido diseñado para hacerla parecer inferior y dejar claro ante su audiencia que estaba por debajo en rango.

—Esta ropa... me la dio tu príncipe.

Dasyle asintió.

—Puedo conseguirle algo mejor, si me lo permite.

—¿El príncipe Dristan aprobaría eso?

Por primera vez, Rose vio el fantasma de una sonrisa en Dasyle.

—Estoy segura de que no habrá ningún problema.

Entonces, sin esperar una orden de Rose, simplemente salió de la habitación, perdiéndose en los pasillos oscuros. Fue algo nuevo para ella, conocer a un fae que no parecía odiarla en absoluto.
 

Dasyle se había ido durante la noche, y Rose no estaba segura de si regresaría. Quizás la habían castigado por intentar ayudarla, o tal vez había sido solo producto de su imaginación. Después de todo, no había conocido a ninguna hada amable hasta ahora.



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En el texto hay: fantasia, romance, hadas

Editado: 06.05.2024

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