Balada de una princesa perdida | Completa

37

Rose despertó con el cuerpo adolorido, pero sorprendentemente sin ningún problema grave. Todavía recordaba como aquella fae la había lanzado contra una pared sin apenas inmutarse. Una oleada de odio creció dentro de ella. Esos seres, los faes, parecían creer que solo por ser humanos merecían un trato peor. Ya estaba cansada de aquel sitio, de aquellas actitudes arrogantes.

Lo último que recordó antes de caer inconsciente fue ver la sorpresa e ira en los ojos de Dristan. ¿Acaso a él le importaba en lo más mínimo?

Mientras más recordaba, más lo odiaba. Él era el causante de todo esto, su hermano había sufrido a manos de esa fae porque Dristan así lo había querido. ¿Entonces por qué lucía sorprendido?

Quería vengarse de aquel príncipe arrogante, demostrarle que los humanos no eran débiles.

Incluso en su peor momento, el orgullo de Rose era lo único que la levantaba.

Cuando sus ojos se adaptaron a la luz de la habitación, se dio cuenta que estaba de nuevo en su celda. Solo que en esa ocasión no estaba sola. Su hermano pequeño, Adam, estaba sentado en una de las sillas al lado de la cama. Estaba dormitando con la cabeza caída.

Se veía increíblemente pálido y delgado. No podía evitarlo, deseaba protegerlo a toda costa de los problemas y ahora en ella recaían sus decisiones. ¿Por qué había conocido a Joyce en primer lugar? ¿qué lo había motivado a salir de su caparazón? Si él no se hubiera acercado a una desconocida, nada de aquello estaría pasando.

Ahora estaban sufriendo las consecuencias.

Rose se levantó de la cama y el ruido debió alertar a Adam, que se sentó de golpe. Alzó su cabeza con los ojos desenfocados. Aun se parecía a ese niño de cinco años que cuidaba por las noches. Quizá ya no podía cuidarlo de las pesadillas, ya no más. Ya no era un niño tampoco.

—Rose, ¿cómo te sientes?

Era muy extraño que su hermano estuviera cuidándola a ella y no al revés.

—Mejor. ¿Y tú?

Gracias a la luz del sol que entraba por los ventanales, notaba los tonos morados debajo de sus ojos.

—Estoy bien.

Rose asintió, aunque no podía aguantar por mucho tiempo. Su hermano había tomado todas las decisiones incorrectas y ella temía que el niño que tanto cuidaba, se había enamorado de la chica que acababa de entrar en su vida como un torbellino.

—Tenemos que salir de aquí, ¿lo sabes no?

Adam pareció palidecer más. Su expresión se tornó oscura de repente.

—Y tendrás que aceptar que nos iremos sin ella.

Él tragó saliva. Rose conocía a su hermano, era como un libro abierto, pero desde todo aquel desastre sentía que no lo conocía del todo. Sus ojos color tormenta igual a los suyos parecían esconder un sin fin de pensamientos.

—Ella está sacrificando todo para que viva. No puedo dejarla, no me pidas que lo haga por favor —admitió Adam.

Rose abrió su boca, sin dar crédito a lo que estaba escuchando.

—Porque ella es la principal causante de todo esto, Adam. Conocerla te ha hecho daño, nos ha hecho daño.

Su hermano parecía que se debatía entre mil dudas, podía ver la guerra en sus ojos.

—No lo entiendes.

—¡No, tienes razón no lo hago! ¿Por qué querrías irte con ella? No estarás...

En el fondo, Rose tenía una idea clara. Su hermano pequeño había caído en las garras del amor y sería difícil sacarlo de allí.

Adam la miró con tristeza, como si no tuviera las palabras para expresarse.

—No hay ningún futuro para ustedes, tú eres un simple...

—Mortal, lo sé —contestó con la voz entrecortada.

—Ella es una princesa cuyo destino es convertirse en reina, un país entero está sobre sus hombros. Nunca le dejarían relacionarse con un humano. No hay posibilidad entre ustedes.

Aunque odiaba aquella degradación hacia los humanos, no podía permitir que su hermano buscara un lugar al lado de Joyce. Solo lo ponía en peligro y lo perdería.

Adam estaba dolido, lo veía ahora. Estaba consciente de todo aquello, sin embargo, el corazón no siempre seguía lo más correcto. En aquel momento, su conversación se vio interrumpida cuando las puertas se abrieron.

Dristan Velaryon estaba ahí, con su traje azul y plata, su cabello peinado hacia atrás. Nunca se había visto tan regio. Rose no podía negar que Dristan tenía sangre noble ya que, más allá de su belleza, todos sus movimientos eran gráciles. Se veía irreal, como el protagonista de una historia de héroes.

Solo que en la historia de Rose él no era ningún héroe sino el villano.

Las manos de Adam se pusieron en puños y ahora miraba con odio a Dristan. Era obvio que ninguno de los dos se caía en gracia porque tan pronto Dristan lo miró, sus ojos brillaron con desagrado. Entonces la miró a ella y tampoco estaba segura de qué pensar. ¿La odiaba igual que su hermano?¿le daba asco?

Los ojos verdes del príncipe parecían escanearla, como si buscara algo malo en ella.

—Estás viva —fue lo primero que dijo.

—Muy amable de tu parte venir para notarlo —el sarcasmo goteó en su respuesta.

—¿No ya hiciste suficiente, príncipe? —habló Adam. Se levantó de la silla y miró a Dristan con una actitud desafiante, peligrosa. Pocas veces Rose había visto a su hermano actuar así.

Dristan por otro lado parecía estar a punto de destruir esa habitación. El odio puro hacia Adam, como si él fuera el causante de todos sus problemas no le daba sentido a Rose. ¿Por qué odiaba tanto a su hermano?

—¿Estás tentando a la suerte, mortal? —se acercó a Adam, con sus ojos brillantes. Esa señal en los fae nunca era algo bueno.

—Dristan, detente —habló Rose.

El príncipe se detuvo, como si la mención de su nombre en los labios de Rose fuera poderosa para detenerlo.

—No recuerdo haberte dado permiso de usar mi nombre, mortal.

—No me importa —regresó ella.

Ahora tenía toda su atención, de alguna forma siempre lograba obtenerla. Incluso cuando no la estaba buscando. Él la miró de nuevo, esta vez acercándose a ella. ¿Estaba preocupado?



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En el texto hay: fantasia, romance, hadas

Editado: 06.05.2024

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