Balada de una princesa perdida | Completa

41

Rose aún estaba tratando de asimilar todo lo que había pasado aquel día. Primero había visto como Joyce estuvo a punto de destruir todo un reino y luego para su sorpresa, la fae que la había lanzado contra una pared estaba ayudándolos a escapar.

Nada de lo que había pasado tenía ningún sentido.

Los dos fae habían estado a punto de casarse, pero ni Joyce ni el mismo Dristan parecían dispuestos a hacerlo. Rose no lo comprendía.

Todo lo que había hecho el príncipe fae desde secuestrarla y torturar a Adam había sido para casarse con Joyce. ¿Entonces por qué en sus ojos había tantas dudas?

Era la primera vez que veía a Dristan actuar con inseguridad, como si no supiera que hacer. Pero también había notado algo. El rey de los fae, el padre de Dristan. Parecía ejercer un control sobre su hijo.

Rose estaba segura de que odiaba a Dristan, sin embargo, sintió algo de lástima ver como su vida estaba destinada a algo que tampoco quería. Parecía esforzarse demasiado.

Tras arrastrarse por aquel túnel oscuro un par de horas. Adam y Rose habían llegado al bosque normal. Sabían que ya estaban en el mundo mortal porque los colores eran tenues. No había árboles brillantes, flores creciendo ni luces de colores. Los bosques de Adarlan eran como un arco iris y los bosques mortales parecían tristes en comparación como si le hubieran puesto un filtro para suavizar los tonos.

«Estamos cerca de casa»

Al menos eso creía hasta que Adam le mencionó de un lugar cercano donde podían pedir ayuda para regresar a la ciudad. Seguían estando bastante lejos y caminar no era una opción. Su hermano la llevó por un camino cerca de allí hasta encontrar una casa de aspecto natural.

Era como esas casas qué veía en Adarlan, pero en el mundo de los humanos. A veces, si parpadeaba, no se veía más que un campo sin nada.

Adam tocó la puerta y ahí estaban dos fae. Rose sintió como si recibiera otro golpe en el estómago. ¿Cuando se alejarían de todo ese mundo mágico?

Los faes reconocieron enseguida a Adam.

—Adam —saludó el fae hombre y la fae mujer le sonrió.

Ambos tenían un parecido.

Al ingresar a su casa, Rose notó la decoración más bonita que había visto. Los muebles en colores de naturaleza contestaban con las paredes. Todo en ese sitio estaba entre una combinación de lo mundano con lo mágico.

—Ella es mi hermana, Rose —presentó Adam.

—Un gusto, soy Nessa y él mi hermano Ambrose —habló la fae de cabello corto.

Rose sonrió.

Parecían agradables. Nada en comparación con los demás de su clase.

—Me alegro de que Joyce lograra sacarlos de ahí.

Tan pronto dijeron su nombre, la expresión de Adam decayó. Parecía que su simple mención le hacía cargar con una tristeza inevitable. Rose sabía el esfuerzo que tuvo que hacer para huir de allí sin ella. Lo había visto dudar mientras corrían, siempre mirando hacia atrás buscándola a ella.

Ni siquiera el hecho de que ya estaban a salvo lo animaba.

Ahora temía por él, por cómo eso le afectaría después.

Adam se vio obligado a contarles todo lo sucedido. La historia cada vez se tornaba más oscura hasta la mención de la profecía. Él no dejaba de temblar, como si le asustara.

—Oh Adam, lo lamento tanto. Por lo que entiendo, si fue una profecía lo que escucharon. Quizá es muy pronto para saberlo... —dijo Nessa.

—¿La profecía era sobre ella?

Ambrose negó.

—No podemos saberlo con seguridad, la profecías... No son muy comunes en Adarlan pero cuando son dichas, puede ser peligroso.

Su hermana asintió.

—Pueden significar muchas cosas y a la vez nada. No siempre son fiables.

Rose recordaba las palabras de la fae. Había asustado a todos con su voz fría y clara. La unión de un fae de sangre noble y un mortal. La destrucción de todo.

Sonaba demasiado ridículo, pero también hacía semanas le hubiera sonado ridículo la existencia de las hadas. Todo era posible.

—Deberían quedarse a dormir, es tarde. Descansen aquí esta noche, mañana temprano lo podemos llevar a la ciudad.

No tenían mucha opciones tampoco y Rose estaba exhausta.

Los hermanos fae les prepararon un sitio y tan pronto Rose tocó una cama, sintió su cuerpo ceder ante el cansancio. Cayó dormida enseguida, sin embargo los sueños aparecieron más vivos qué nunca y en ellos seguía viendo las sonrisas de los fae qué los odiaban.

Cómo si nunca hubieran salido de ahí. 

 



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En el texto hay: fantasia, romance, hadas

Editado: 06.05.2024

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