Bebe por sorpresa

cap 1

Sentada en la elegante sala de recepción de la empresa Corporación Pemblerley City, S.A., Elizabeth Bennet se agarró al brazo de la silla, jadeando tan discretamente como le era posible.

«Respira», se dijo a sí misma. «Aspira, inspira, aspira...».

El dolor de la contracción estaba empezando a pasar cuando la secretaria volvió a la recepción. El nombre reflejado en la plaquita dorada con letras blancas que reposaba sobre la mesa indicaba que era Lydia y le iba perfectamente. Era una chica joven, atractiva, delgada como una modelo, que llevaba un elegante traje de chaqueta negro de diseñador, una blusa con estampado en tonos rosa y zapatos de tacón de aguja de 12 cm. En comparación, Elizabeth se sentía como una foca con su vestido premamá en tonos pastel y las cómodas sandalias planas que eran el único calzado en el que podía acomodar sus hinchados pies.

—Lo siento, pero el señor Darcy está muy ocupado y no puede recibirla en este momento — se disculpó Lydia, con una sonrisa tan sincera como la de un cocodrilo — Le sugiero que pida una cita para la próxima vez.

¿Para qué?, se preguntó Elizabeth. ¿Para qué se hubiera ido cuando llegase? No, de eso nada. Llevaba meses intentando ponerse en contacto con Fitzwilliam Darcy y no pensaba marcharse de allí.

Suspirando, se llevó la mano al abultado abdomen. Casi nueve meses intentando ponerse en contacto con él y la única respuesta que había recibido, si se podía llamar así, era una carta de su bufete de abogados advirtiéndole que el señor Darcy disputaba su demanda de paternidad. De hecho, decía no conocerla.

Consideraba sus demandas una extorsión y la demandaría por daños y perjuicios si seguía haciéndolas. Insultada y dolida por tales amenazas, Elizabeth decidió ir a verlo en persona. Si no quería hacerse responsable del niño le parecía muy bien, pero decir que no se conocían... bueno, eso era intolerable.

Jamás hubiera pensado que Fitzwilliam Darcy era un hombre despiadado y sin corazón. Y tampoco le había parecido tonto, pero debía serlo si no sabía que lo único que hacía falta era una prueba de ADN para confirmar que estaba diciendo la verdad.

Elizabeth había esperado, aparentemente en vano, no tener que exigir esa prueba.

Levantándose como pudo de la silla, le devolvió la sonrisa a la joven secretaria con una igualmente poco sincera.

—Muy bien —le dijo—. Por favor, busque un día y una hora en la que el señor Darcy esté disponible.

—Déjeme comprobar su agenda.

Elizabeth sabía que no tenía sentido discutir con la secretaria. Ella misma lidiaría con el evasivo empresario a solas. Y lo haría en aquel mismo instante.

Mientras Lydia miraba la agenda de su jefe, Elizabeth se dirigió hacia la puerta por la que la joven había aparecido un momento antes, que debía ser el despacho de Fitzwilliam. Pero cuando la abrió descubrió que no era un despacho sino una sala de juntas... llena de hombres de negocios, todos con trajes de chaqueta, alrededor de una mesa ovalada de cerezo. Había carpetas abiertas ante ellos, gráficos y documentos por todas partes.

Todos volvieron la cabeza para mirar a Elizabeth, pero fue el hombre sentado a la cabecera de la mesa quien llamó su atención.

¿Guapo? No. La palabra que mejor lo definía sería «apuesto». Tenía el pelo oscuro, casi negro, y unos ojos del mismo color. Su rostro era anguloso, de pómulos marcados, con unas cejas oscuras que en aquel momento estaban tan fruncidas como el rictus de su boca. Y tenía la nariz un poquito torcida, pero eso le daba más carácter.

Elizabeth tragó saliva. Incluso sentado era evidente su considerable estatura y su buena forma física. Aunque nunca en su vida se había sentido atraída por un hombre con ese aspecto, algo en aquél resultaba definitivamente atractivo. Pero se dijo a sí misma que era sólo porque en él había algo que le resultaba familiar.

Sin embargo, en cuanto oyó su voz se dio cuenta de que no le resultaba familiar en absoluto. Nunca había escuchado una voz así. No rompía el silencio, lo pulverizaba. Sus palabras llenaron la sala como un trueno cuando preguntó:

—¿Qué significa esto?

—Lo siento —empezó a decir Elizabeth, dando un paso atrás y chocando con la secretaria, que la tomó del brazo. El gesto parecía más para contenerla que para devolverle el equilibrio, lo cual irritó a Elizabeth lo suficiente como para decir:

—Necesito hablar con Fitzwilliam Darcy y necesito hablar con él ahora mismo. He pensado que podría estar aquí.

—Y está aquí —todos los ojos se volvieron hacia el hombre que estaba al final de la mesa, que ahora estaba levantándose.

Debía medir un metro noventa y cinco y cada centímetro irradiaba poder y autoridad. De nuevo, Elizabeth tuvo la impresión de conocerlo, aunque no sabía de qué.

—¿Dónde está?

—Yo soy Fitzwilliam Darcy.

—No —Elizabeth sacudió la cabeza, convencida de haber oído mal—. Usted no...



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En el texto hay: amor, bebe, orgulloyprejuicio

Editado: 12.11.2018

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