Eclipse del Verbo, fuego de carne y hueso,
agotador silencio de un perfecto intento.
Certeza de dolores, que, engendrado a corazón abierto,
partiste a los hombres con rabia.
Arrancaste lo divino, te apoderaste de su fuerza.
¡Oh preciosa nube de llanto!
Cúbreme con tu manto, arropa esta rabia,
congela mis ganas.
La enfermedad de amarla heredó locura, erigió cobardes,
contempló caídas.
Hizo de su rey una manzana podrida.
A ti clamamos, reina y madre, los refugiados
del infierno, que aman sin la carne,
en la enfermedad del rojo vivo.