Deshójate las manos al borde del lienzo, has que los dedos se prendan en humo de lapicero.
Evita suturar la carne, que los huesos estén dentro y los miedos arraigados a los pétalos de un ángel guardián. Deja que el dolor se torne oscuro y denso.
Proyecta a los costados una nube serena, fábula de llantos, cicuta para minotauros.
Convierte la saliva en letras calientes, lenguaje rebelde, malabares con dientes y recuerdos que se sienten como fiebre.
Que los anteojos nocturnos de visiones ininteligibles, dioses noctámbulos, personajes ígneos; hagan de tu boca un ligero suspiro. Me coma la alegría.
Agote el sueño de un ‘demasiado’.
Deja que el fabulista te pinte en retrato, haga objeto a tu belleza ensamblando porciones de habanos.
Permite que el fabulista, tu eterno enamorado, haga con las musas un término fracturado.