Quiero confundir tu nacimiento, mujer, hacerlo de corte terrenal. Quisiera poder llenar tus latidos de sangre efervescente, calor humectante y fuego celular. Quisiera hacer que tu vida fuera parte del azar.
Y te concibieron, sin embargo, en la cúspide celestial. Alado del espíritu artístico, de las pasiones, fugaces encuentros de diosas y musas eternas. En la suavidad del eterno retorno y la fugacidad de lo finito. Te hicieron perceptible porque así se necesitaba, pero eres incognoscible. Inaprehensible como la aureola de los sueños premisos.
Te hicieron, sin duda al error, con mantras de esquizofrenia, la fuerza del que talla mercurio arrojando planetas, con efectos de cielo y cáliz de cometas.
Perteneces al cobertor de las ciencias del corazón, fugada entre las cometidas del ruiseñor. Con mosqueteros sabiéndote razón de vivir. Te desarrollas en la fogata de mis tripas, ceniceros convirtiéndose en la herejía de avatares supremos. Diabólicamente eternos.
Eres efecto de cielo
profunda necesidad y gotero.
Eres por quien me arrojo y despierto
quien acomete en el ser humano tremendo suicidio carnal.
El ser del tiempo y la estética espacial. Exquisita actividad de las aspas lunares.
Eres efectos de cielo, musa de Dante, alivio, remedio
concepto anterior a la verdad universal de “un solo Dios”.