No elegí la costilla que me sostiene, ni el alma concebida.
Rechacé el cuerpo en esta y otras vidas.
Consensué la trágica existencia en las ráfagas de náusea,
en la sangre que recorre los latidos herbáceos.
No consentí la semilla de mi duelo, entierro y duro deseo.
Perdí el ojo cáustico de la significancia,
real dador de vida. Perdí la tierra encendida.
No elegí el destino de las deidades ocultas,
será revolución intacta de la humanidad atascada
sumergida en hastío.
Elijo la sangre del instinto que no cosecha la razón,
la taza de identidad morena que el artista moldea
desde la náusea al caparazón.