Ellos vienen.

Ellos vienen, y suena coherente la intranquilidad que te provoca. Qué inconveniente es el pensamiento en el desvelamiento de la verdad, la desarticulación de la imaginación. Qué violencia la que embiste a la realidad, empúñala. 

Sé que tienes miedo, detrás de la carne y los huesos, de la amalgama de sangre y ácidos grasos; atrás de la capa que humecta las células, estás aterrado. El horror succiona de tus poros hasta convertirlos en conductos de gas, polvo, hilos de belleza temporal. ¿No nos llega la muerte por igual?

Es un llamado, predicado contextual, ínfulas ficticias de tu arropada humanidad. Propiedades fugaces, amoríos sentenciados al fracaso, caer en infierno y luego estallar. Qué tanto teme tu alma ser desgarrada por un igual, casi superior, un débil intento cultural. Detrás de las colinas, tu vientre, las piernas y bombillas; detrás, al fondo, anidado en tus pulmones como mancha infecciosa, descansa el umbral de todas tus sombras. Laberintos y enredaderas de lo que quisieras que todo fuera, lo que la nada transmitiera a través de la angustia y el ocio.

Ellos vienen, siempre regresan a su hogar. El instinto los hace crear, necesitar, cuestionar, sentir. Cuando encuentren la pureza de tu corazón, cuando tú te encuentres, sabrás que no pudo tu mentón aireado y el alcohol en particular; salvar a tu mente de odiar ser en el mundo, pertenecer y desear reciprocidad. Te reflejarás como Narciso: tosco, hermoso, inútil, trágico insalvable. Y la frialdad con que aceptabas la mutabilidad perecerá, llorarás hasta agotar las cuencas en favor de la impotencia.

En el choque de mundos, de tu mente y lo existente, arrodillado estará tu coraje, el talento y la impudicia; cuestionarán el ritmo de la muerte y tu incapacidad de verte amado. La inevitabilidad de aquellos que vienen: no importa si te crees fuerte, tienes magia latente que te deja en la igualdad de lo que buscabas destruir. Debilidad.