En un manto, que reposa sobre tu regazo, guardas la fórmula creativa que se apoderó de mis lunas de invierno. De las manos frías que pretendían entibiar mi cuerpo abandonado. Pesado.
En el canto de imaginación se susurró un cofre romántico, te elevaste y cargaste conmigo, profundizaste el sueño y retiraste las arcadas miedosas. Nebulosas de llanto.
La actuación inofensiva de dejarme sin defensa, con la guardia por el suelo en el juego del invento de reacciones. En ese forcejeo de besos, caricias y reclamos. Aún huele a ti, a brotes de inteligencia empalagosa.
No he querido enumerar mi cobardía, el creacionismo o la intuición; pero me veo obligada a formar certeza donde las dudas bailan ansiosas. Por lo menos queda esperanza en el agua, un pistilo de fiebre, algún trozo de diente.
Me queda fija la memoria, la ilusión se alimenta de ella.
Me queda el color de tus ojos y la terquedad de la existencia.