De la ventana cuelga una metáfora para los escritores viajeros, los mismos que han dañado sus pupilas con la radicalidad del cambio al papel. Sobre sus lentes, como reflejo de estrellas, se cuela el ruido del tren.
En la tenacidad de las adversidades, cuando las aguas del continente fracturan nuestra cercanía, te encuentro en las vías trituradas por el motor caliente. En las letras que se han dejado encendidas por la oscuridad. Con un foco incandescente.
Ahí descansas, poeta, en el sonido de las guerras y las manifestaciones, algunas corporales y todas desde el calor craneal. Agujerando cual torbellino los cielos. Golpea, sacude, atiza y alza tu lengua, abandona con violencia la saliva mientras recitas en mi oído forjando el recuerdo de unos labios precisos. Paraíso el rosado que tienen.
En ese tren, poeta, va mi último aliento, voy hablando con él. En la colina -y rotos de dolor- están los hombres arrodillados, con su alma peligrosa rompen el pulmón frío heterogéneo.
Traductor de símbolos, escritor maldecido y cuna de todas las bestias nocturnas; te dejo las imágenes que una neblina me ha escupido: sexo, calma, sentido. Te dejo a la orilla de los pies mis dedos amarillos. Te encuentro en el tren, en su alarmado pitido. Tren