Capítulo 01: Pelirrojo natural.
ROSIE
Correr. Correr por mi vida.
El perro que deambula por las calles de mi nuevo vecindario, cerca de casa y al parecer también en la parada de autobuses, está persiguiéndome. Me ha tomado por sorpresa; mientras caminaba tranquilamente ¡Zas! Perro loco detrás de mí. Eso no era todo, el canino parecía odiarme, odiarme mucho. Quizá fue porque no le eché comida, aunque no parece un perro callejero, se ve muy bien cuidado y en buena salud; sin embargo, es la única explicación lógica para que esté tan molesto conmigo.
Está hambriento y quiere comerme, literal, él quiere morderme.
¿Tendrá todas sus vacunas? ¿Y si contraigo una enfermedad mortal por la mordida?
Su pelaje es negro y se ve bien cuidado, es un Beauceron muy intimidante, y esa es una de las razones por las que corro. Aumento la velocidad cuando casi muerde uno de mis pies. Mi cabello ya no es lo que era cuando salí de casa, las ondas que tanto me había costado hacerle se veían del asco y mi diadema cayó en una esquina, por suerte pude recuperarla y ahora la llevaba en la mano. Yo era la definición gráfica de desastre.
Entonces el perro endemoniado dejó de gruñir para comenzar a ladrar. Me asusté y di un respingo.
— ¡No tengo nada para darte! —grité.
Se enojó más, como si hubiese entendido que no iba a obtener nada de mí.
Perro codicioso.
El autobús se detuvo al llegar a la parada y aproveché para entrar en él. «Salvada» pensé cuando la puerta se cerró y el conductor me indicó que tomase asiento. Busqué un asiento que estuviera lo más alejado posible del chico castaño que no paraba guiñarme un ojo y hacerme señas para que me sentara a su lado. Su sonrisa ladina me inspiraba cierta curiosidad, porque no había picardía en ella; no era la típica sonrisa que te dedicaba un chico cuando estaba interesado, sino que había algo más... podría jurar que lo había y eso me provocaba, además, un poco de desconfianza.
Descubre mi mirada y sus ojos cafés no sueltan los míos. Un escalofrío recorre mi espina dorsal, es de esos que me advierten un mal presentimiento. Alejo mi mirada casi por acto reflejo.
Lo siento, pero no.
Enamórate del chico que le gustes aun cuando tu cabello es un desastre; decían.
Ya sentada en la parte de atrás, miré a través de la ventana, encontrándome con la escena más aterradora de toda la mañana: ese perro, mirándome, y si aún no he perdido la cordura, esa mirada es de odio. Me he ganado el odio de un perro en mi primer día de instituto en Londres.
Por unos momentos pienso en obviar el hecho de que me observa. Después de todo es un perro. Luego recuerdo la persecución a la que me ha sometido y hago lo más inmaduro: echo mi cabello hacia atrás e imito la mirada del canino. Creo que lo fulminé, maté y descuarticé con la mirada.
Él ladró y yo le saqué la lengua, me veía ridícula, pero no iba a permitir que ese animal creyera que me intimidaba, así era, pero él no debía saberlo.
Dios, estoy volviéndome loca.
Empezamos a movernos y aquel perro rabioso quedó atrás. Por ahora.
***
High Wish. Parece el nombre de una página de citas por internet o algún comercial que desea venderte una imagen perfecta. Y el instituto concordaba a la perfección con su nombre; era una mezcla de fantasía y realidad. Alucinante. Empezando con que el edificio frente a mí es bastante amplio. Podría decir que enorme a simple vista y no me imaginaba la cantidad exorbitante de estudiantes que cruzaban esas puertas día a día. Paredes pintadas de color crema y un gran letrero que dice con letras curvadas en color negro el nombre de la institución me dan la bienvenida.
Paso las manos por mi cabello rubio miel intentando arreglarlo un poco, pero el daño ya estaba hecho. Hago un puchero tomando un mechón de mi cabello y viendo que no hay ondas, es un mechón completamente lacio. Mi esfuerzo de la mañana a la basura, no quedaba siquiera una pequeña ondulación. Nada. Ese perro había arruinado todo.
Lo odio.
Acomodé mi falda de vuelo azul rey y me adentré al que sería mi nuevo instituto y conformaba parte de mi nuevo hogar en Londres.
El pasillo principal fue el primer lugar al que ingresé. Las paredes pintadas de color blanco emanando tranquilidad y al contrastar con el azul de los casilleros creaban una sensación de vitalidad. Las filas de casilleros estaban a los lados y llegaban hasta el final del pasillo. La cerámica está tan limpia que daba la impresión de que relucía bajo mis pies y me sentí en el lugar correcto. Me gustaba el orden, amaba lo que empezaba a transmitirme este lugar: paz.
Luego recordé que es imposible que en un instituto, lleno de jóvenes y testosterona ligada con hormonas haya paz. Por lo que atribuí esa serenidad a que no veía muchas personas alrededor. Me encontraba un poco perdida y no sabía con exactitud a dónde dirigirme.