Cuando Daisy salió de la caravana por la tarde, se tropezó con una ¡oven, espigada y rubia, que llevaba un chimpancé sobre los hombros. La reconoció como Jill, de «Jill y Amigos», un número en el que participaban un perro y el chimpancé. Tenía la cara redonda, la piel perfecta y el pelo con las puntas abiertas, algo en lo que Daisy podría ayudarla si le daba la oportunidad.
—Bienvenida al circo de los Hermanos Quest —dijo la mujer. —Soy Jill.
Daisy le devolvió la cordial sonrisa.
—Yo soy Daisy.
—Lo sé. Heather me lo ha dicho. Éste es Frankie.
—Hola, Frankie. —Daisy levantó la cabeza hacia el chimpancé encaramado en los hombros de Jill, luego dio un salto atrás cuando él le enseñó los dientes y chilló. Ya estaba bastante nerviosa tras un día sin nicotina y la reacción del chimpancé sólo consiguió exacerbarla aún más.
—Cállate, Frankie. —Jill le palmeó la pierna peluda. —No sé qué le pasa. Le gustan todas las mujeres.
—Los animales no suelen ser demasiado cariñosos conmigo.
—Eso es porque te dan miedo. Ellos siempre lo notan.
—Supongo que será eso. Me mordió un pastor alemán cuando era pequeña y desde entonces les tengo miedo a todos los animales. —El pastor alemán no había sido el único. Recordó una excursión del colegio a un zoo de Londres cuando tenía seis años. Se había puesto histérica cuando una cabra había comenzado a mordisquearle el uniforme.
Una mujer con unos pantalones bombachos negros y una camiseta enorme se acercó y se presentó como Madeline. Daisy sabía que era una de las chicas que había entrado a la pista a lomos de uno de los elefantes. Su ropa informal hizo que Daisy se sintiera demasiado arreglada. Había querido tener buen aspecto en su primer día en la taquilla; para ello se había puesto una blusa de seda color marfil con unos pantalones gris perla de Donna Karan en lugar de los vaqueros y la camiseta del outlet que Yoongi había insistido en comprarle antes de llegar.
—Daisy es la novia de Yoongi —dijo Jill.
—Ya lo he oído —contestó Madeline. —Qué suerte la tuya. Yoongi está como un tren.
Daisy abrió la boca para decirles a esas chicas que era la esposa de Yoongi y, no su novia, pero se echó hacia atrás cuando Frankie comenzó a gritarle.
—Calla, Frankie. —Jill le dio al chimpancé una manzana, luego miró a Daisy con el evidente placer de quien ama un buen cotilleo. —Yoongi y tú debéis ir en serio. Jamás había visto que trajera a una chica a vivir con él.
—A Sheba le va a dar un ataque cuando regrese. —Parecía que a Madeline le complacía tal posibilidad.
Frankie miró a Daisy fijamente, poniéndola tan nerviosa que le costó prestar atención a las dos jóvenes. Observó alarmada que Jill bajaba al chimpancé al suelo, donde se le agarró firmemente a la pierna.
Daisy dio otro paso atrás.
—No tendrás una correa por ahí, ¿verdad?
Jill y Madeline se rieron.
—Está amaestrado —dijo Jill, —no necesita correa.
—¿Seguro?
—Sí. ¿Cómo os conocisteis Yoongi y tú? Jack Daily, el maestro de ceremonias, nos ha dicho que Yoongi no le ha contado nada de su amiguita.
—Soy algo más que su amiguita. ¿Estás segura sobre la correa?
—No te preocupes. Frankie no le haría daño ni a una mosca.
El chimpancé pareció perder interés en ella, y Daisy se relajó.
—No soy la amiguita de Yoongi.
—¿No estáis viviendo juntos? —preguntó Madeline.
—Claro que sí. Soy su mujer.
—¡Su mujer! —Jill soltó un chillido de placer que estremeció a Daisy hasta la punta de los pies. —¡Yoongi y tú estáis casados! Es genial.
Madeline miró a Daisy con resentimiento.
—Voy a fingir que me parece bien, aunque llevo más de un mes intentando ligármelo.
—Tú y medio circo —rió Jill.
—¡Dai-syyyyy!
Vio que Heather la llamaba a voces desde el lado del patio.
—¡Daisy! —gritó la adolescente. —Yoongi dice que te estás retrasando. Está bastante mosqueado contigo.
Daisy se sintió avergonzada. No quería que aquellas chicas supieran que Yoongi y ella no se habían casado por amor.
—Es un impaciente. Supongo que será mejor que me vaya. Encantada de haberos conocido. —Se dio la vuelta con una sonrisa, pero sólo había dado unos pasos, cuando sintió un golpe en la espalda.
—¡Ay! —Se volvió con rapidez y vio una manzana mordida en el suelo al lado de ella. Más allá, Frankie gritaba con deleite mientras Jill le dirigía una mirada avergonzada.
—Lo siento —gritó. —No sé por qué actúa de esta manera. Deberías estar avergonzado, Frankie, Daisy es nuestra amiga.
Las palabras de Jill mermaron el deseo de Daisy de estrangular a la pequeña bestia, así que se despidió de las dos mujeres con la mano y se dirigió hacia la caravana de la taquilla. Se corrigió mentalmente al recordar que se suponía que tenía que llamarlo El vagón rojo.
Poco antes, Yoongi le había contado que las taquillas del circo se llamaban siempre así, fueran del color que fuesen.
Heather se puso a su lado y ajustó su paso al de ella.
—Quería pedirte perdón por haber sido grosera contigo ayer. Estaba de mal humor.
Daisy sintió que por fin veía a la persona que se ocultaba tras aquella fachada de hostilidad.
—No pasa nada.
—Yoongi está muy cabreado. —Daisy se sorprendió al oír un atisbo de simpatía en la voz de Heather. —Sheba dice que es el tipo de hombre que nunca está demasiado tiempo con una mujer, así que estate preparada para... ya sabes.
—¿Qué?
—Ya sabes. Para que pase de ti. —Soltó un suspiro de pesar. —Debe de ser una pena ser su novia tan poco tiempo.
Daisy sonrió.
—Yo no soy su novia. Soy su mujer.
Heather se paró en seco y se puso pálida.
—¡No es cierto!
Daisy también se detuvo y, cuando vio la reacción de la chica, le tocó el brazo con preocupación.
—Yoongi y yo nos casamos ayer por la mañana, Heather.
Heather se zafó de ella.
—No te creo. ¡Mientes! Sólo lo dices porque yo no te gusto.