Besar al príncipe

Capítulo 12

El incidente de los fideos con capuchino no podía volver a repetirse.

Odile estaba decidida a buscar trabajo. Recorrió toda Barley en busca de algún empleo temporal, pero por alguna razón le decían que iban a llamarla luego y ni siquiera pedían su número. Mientras buscaba, se topó con una calle que llamó su atención.

“La calle de las Dríades.”

Sintió el impulso de avanzar, sobre todo porque había una hermosa floristería cuyas paredes estaban cubiertas de flores trepadoras. La estructura del local parecía…

La cabaña de una bruja.

El techo cubierto de musgo verde, coloreado por las flores y unos cuantos hongos que le hicieron dar pasos al frente.

¿Era allí donde vivía la melliza de su madre?

¿Por qué su padre insistía que no la viera? Todos parecían amar el lugar.

Se detuvo en seco al ver que estaba pisando terreno peligroso y volvió de sus pasos.

Quizá la odiaba y, para ahorrarle el disgusto, su padre le prohibió no verla.

El pensamiento le entristeció.

Continuó caminando. Esta vez, sin un rumbo fijo. Ni siquiera podía ir al bosque y explorar porque aún no había ido por los mapas a la biblioteca y podría perderse. Estaba ansiosa por explorar toda Barley y su historia, pero la universidad estaba abarcando gran parte de su tiempo. Al menos los trabajos eran interesantes y tenían que ver con sus intereses. La señora Peterse, por ejemplo, les había asignado como trabajo final la tarea de averiguar a fondo las leyendas más conocidas de la ciudadela y buscar pistas históricas que la comprobaran, aunque fuera un documento. Luego tendrían que justificar la influencia cultural de aquella leyenda.

El trabajo era en pareja. Creyó que sería un problema, hasta que Nabil se ofreció a hacerlo con ella.

Aunque era un chico bastante despreocupado y bromista para su personalidad introvertida y cautelosa, Odile agradecía su compañía.

A veces no lo soportaba. Su personalidad excesivamente indiferente no podía encajar con su meticulosidad. Sin embargo, era la bondad de Odile y lo mucho que valoraba la amistad, lo que finalmente funcionaba como un pegamento para aquellas dos piezas tan disparejas.

Se detuvo al darse cuenta de que había vagado demasiado en sus pensamientos y alzó la mirada, topándose con el enorme letrero de la veterinaria del padre de Arthur. Su corazón tuvo un ligero aumento de ritmo. Una sonrisa se formó en su rostro al recordar al pequeño gatuno que había rescatado.

—Beto —sonrió, acercándose a la puerta y empujándola—. Me gustaría preguntar cómo está…

Al ingresar a la veterinaria, el lugar parecía más un pequeño zoológico para niños. Había una zona donde los niños podían ver a los cachorros, una zona de juegos mientras esperaban por consulta y otra de descanso. También había una zona de spa, donde los perros eran sentados en una silla especial para arreglar su cabello y sus uñas. Incluso tenían una piscina de barro.

Posiblemente, no había logrado ver nada de eso la noche en que fue por Beto y Arthur porque estaban a punto de cerrar y todo estaba apagado, pero ciertamente el lugar hacía honor a su nombre.

—¡Cisne negro!

Se exaltó al escuchar aquel grito jubiloso. El padre de Arthur abrió sus brazos, emocionado por verla. No pudo evitar que su corazón se inflara por aquel recibimiento tan cálido, pero se sintió un poco cohibida al ser el centro de atención.

—No-no creí que me recordaría —tartamudeó, ocultando su rostro entre su cabello lacio. Varios niños comenzaron a llorar en cuanto lo hizo.

El doctor Octopus sonrió, acogedor—. Cómo olvidar al cisne que salvó a un gatito con flores silvestres. Puede que no lo parezca, pero no es algo que me sucede a menudo. ¿Has venido a ver a Beto? —inquirió. Odile asintió—. Sígueme. Aprovecharé y te mostraré las instalaciones. Vas a amarlas. Mi esposa es la alcaldesa y tiene un bar muy exitoso en la esquina, así que ella me mantiene, puedo darme los lujos que quiero —bromeó, haciéndola reír.

El doctor Octopus le dio un paseo por todo el local. Cuando las personas los vieron a ambos, la mayoría se preocupó, pensando que la muerte podía seguir acechando al veterinario. Nunca expresaron su mortificación en voz alta. Además, todos estaban acostumbrados a las extrañas amistades del doctor. Era un buen hombre, pero cuestionaban sus relaciones interpersonales. Para muestra un botón estaba su matrimonio.

En cuanto las personas tenían ese pensamiento, lo desechaban, temiendo que la alcaldesa leyera mentes.

El doctor se detuvo en una puerta circular, sujetó el pomo y sonrió, con una locura tierna brillando en su mirada. La abrió y le hizo un ademán para que ingresara.

La enorme habitación estaba llena de estructuras sobresalientes en las paredes, de diferentes tamaños y colores. En el techo, se hallaba colgada una malla por donde corrían los gatos. Había pequeños escalones y tres áreas verdes donde incluso había fuentes de agua con estatuas de estambre. También había puentes colgantes y una pecera hueca que parecía ser una especie de casa para gatos.

Odile no podía creer lo que veía.

—Esto es…

—Lo sé, lo sé. Es sensacional. Las ventajas de ser un mantenido es que todas tus ganancias puedes invertirla en lo que más te gusta —dijo, señalando todo el lugar—. Y no es por alardear, pero mi talento natural para la veterinaria se ve reflejado en mi cuenta bancaria.

Odile negó, divertida—. Usted me recuerda a alguien.

—Alguien sensacional, espero.

—Mi padre —repuso ella—. Ama su trabajo a niveles…, bastante obsesivos y preocupantes.

—Tomaré eso como un cumplido. ¡Oh, Beto! —El felino se paseó por las piernas de Odile. Ella se agachó para cargarlo entre sus brazos. Creyó que se resistiría, pero se sorprendió al ver como se relajaba sobre su pecho, acariciándola con su cabeza—. No te ha olvidado…

Ella sonrió, conmovida por los mimos del felino. No le pasó desapercibido el parche negro que tenía en el ojo que se había lastimado, pero su otro ojo, amarillo como el oro, la veía atentamente, como si le ordenara que lo sacara de allí.




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