“New York, New York”
Miles
Arlette Laforet, 20 años, estudiante de literatura, al igual que mi amigo Dean, viene a pasar un encantador semestre bajo el techo y cuidado de mi familia, lugar al que volví a vivir luego del accidente. Pareciera ser un simple castigo recibir a una extraña en tu hogar, pero la llegada de mi castigo francés desde el país del vino, el queso y el miserable amor, solo es una parte de la sentencia que debo pagar por intentar agredir a mi maestra de derechos civiles y la pierna rota de su sobrina que fue el desenlace de aquella tarde hostil.
Nos encontrábamos en el aeropuerto junto a Dean, que amablemente se ofreció a conducir y traerme en busca de mi huésped. Tampoco es que existiera otra forma de venir hasta acá, la única sanción legal que tuve por atropellar a la pequeña niña, fue la suspensión de mi licencia de conducir, lo cual es bastante insignificante considerando que pude haberle causado la muerte.
—Debería salir por la puerta número tres —menciono Dean que volvía de haber encontrado la pantalla de los desembarques. —Me conseguí un lápiz y papel, escribiré su nombre en letras grandes para que nos logre identificar.
—Buena idea —le respondí con poco entusiasmo.
Tenía una noción del aspecto de la persona que saldría por esa puerta.
Luego de saber el nombre, encontrarla en alguna red social no fue complicado. Tenía tres opciones de Arlette Laforet que residían en Francia, pero una de ellas me llamo la atención por una particular historia que apareció en internet y tenía la certeza de que sería la misma persona quien atravesaría la puerta de desembarque.
—¿Lo escribí bien? —pregunto Dean mostrándome su letrero. Escribió Alet Lafoet en letras grandes y claras. Reí por su intento fallido de escribir algo que jamás había leído antes.
—Excelente —le respondí sin darle importancia a su error.
Nos colocamos en posición, entre las cientos de personas que rodeaban la puerta de llegada, familiares, amigos, choferes, taxistas y nosotros. Dean sostenía el letrero sobre su pecho y yo seguía atento a cada mujer que aparecía en el lugar.
En cuanto salió por la puerta la identifique enseguida.
Tenía el rostro pálido, con unos intensos ojos azules que sin duda quería destacar por la cantidad de delineador negro que los rodeaba. La chica miraba hacia todos lados, sin saber a quién buscar, llevaba dos maletas de tamaño regular, de su brazo colgaba un abrigo y de su hombro una mochila, lo que me recordó que este era el primer día de los tres meses que viviríamos bajo el mismo techo. Fijo su mirada sobre el letrero de Dean, sus ojos se abrieron y su rostro se ilumino, pero se apagó rápidamente al descubrir que su nombre estaba mal escrito y con desconfianza empezó a avanzar hacia nosotros.
—¿Connelly? —con muchas dudas dijo la chica en dirección de mi amigo.
—Bonjour Arlette, bienvenue à New York —dijo Dean con entusiasmo y enseguida se avergonzó luego de escucharse, pero Arlette parecía encantada por su recibimiento y por mi parte intente no reírme de Dean por ser simplemente Dean.
—Él es Dean, yo soy Miles Connelly —nos presente, aun no se había dado cuenta de mi presencia por lo que me miro sorprendida al momento que hable, le sonríe con cordialidad y estire mi mano para estrecharla con la suya.
La tomo con firmeza y luego se precipito a alcanzar su rostro contra el mío, vacile el impulso de alejarme, se colocó de puntillas para alcanzar mi mejilla y depositar un beso sin notar lo incomodo que me había puesto su violación a mi espacio personal, para volver hacerlo en el otro hemisferio de mi rostro aturdido.
Me sonrío notando lo incomodo que estaba y volteo hacia Dean haciendo lo mismo. Él ya había entendido que se trataba de un simple saludo, pero yo aún estaba intentado entender su repentina muestra de afecto a los dos extraños que tiene enfrente, sintiendo el calor que su beso había dejado en mis mejillas.
—Gracias por venir por mí —dijo con alivio y noté su acento en un perfecto inglés: —llevaba dos horas en el avión cuando me di cuenta que solo tenía tu nombre y nada más. Temía pasar días dando vuelta en el aeropuerto sin saber dónde ir —nos sonreía, escuché a Dean esforzar una risa y yo sonreí con poco ánimo intentando disimular lo afectado que me había dejado su saludo.
—¿Listos para irnos?