Un silencio sepulcral lleno la habitación.
— ¡Maldición! —Rugió Ian, de repente—. Todo tiene sentido ahora; las horas buscando, los días en velas, ¡maldita sea! —volvió a rugir, jalándose su cabello.
Ninguno de los que estábamos en la sala entendíamos la frustración de Ian.
— Sí, sí. Lo siento —le replicó con una mirada a Nannette—. Cameron, tu hermano está en sumo peligro, sí es verdad lo que acabas de decir, entonces hay que buscar a Xander, rápido.
Ahora si estaba jodidamente molesto y preocupado, ¿de qué demonios estaba hablando?
— ¿De qué rayos estás hablando, Ian? —gruñí, nuevamente.
Él suspiró y me miró.
— Si ustedes de verdad son hermanos de ese Dios, pues tienes muchos beneficios a su favor, resaltando uno; tienen dones. Tú debes saberlo, Cameron. Tú ya sabes cuál es tu don, deberías saberlo.
Las palabras de mi gemelo me daban vueltas en mi cabeza como un remolino. ¿Dones? ¿Nosotros?
— ¿Honestamente? No. Y si tú lo sabes, podrías darme una pequeña ayuda —le recriminé.
Puso los ojos en blanco.
— Tu don es el más predecible, Cameron. Es el liderazgo. ¿Crees qué todos aquí te seguiríamos a cualquier lugar del mundo por más peligroso que sea a no ser que haya algo en ti, algo que te hace parecer de confianza y seguro de ti mismo? No. Me fue fácil detectarlo, en el claro, en busca de Nannette. Se me hizo muy fácil. El de tu hermana —dijo mirando a Ariana— es la persuasión, ella es demasiado persuasiva cuando quiere, digamos que no me fue fácil detectarlo, no hasta que te convenció de venir hacia acá.
— A ver —empecé a decir antes de enloquecer más por el silencio—, ¿dones? ¿Del uno al diez cuánto estás seguro de esto? Ian, ¡maldición! Esto es demasiado extraño.
— Y eso que no has escuchado los dones de tu hermano.
Ariana jadeó.
— ¿Cómo qué dones?, ¿tiene más de uno, entonces?
Ian asintió.
— Sí. Al principio, cuando me la pasaba horas en la biblioteca de mi casa con Sall, en los textos que estaban escritos en los libros y en los pergaminos antiguos, decía que uno de los tres hermanos tendría tres dones con los cuales sería imparable.
— Dime que eso es parafraseo —suplicó Nannette. Ian sonrió y asintió—. Genial, pero tengo que detenerte. Yo he leído lo que has parafraseado, pero sólo un par de frases, no me acuerdo muy bien.
Ian abrió los ojos como platos.
— ¿¡En dónde demonios pudiste haber leído eso!? —Jadeó— Se supone que… ¡maldición!
Todas las miradas estaban en Nannette. Ella se removió incomoda ante tanta atención y quitó su mirada de Ian para posarla en mí. Sí, ella estaba muy incómoda y alterada.
— Tú sólo respira, nena. Todo saldrá bien —le dije mentalmente.
Eso pareció calmarla. Inhaló y exhaló rápidamente y volvió a mirar a Ian.
— En el estudio de mi padre —no pasé desapercibido el gesto que hizo cuando dijo “padre”. Me anoté mentalmente preguntarle acerca de eso más tarde— hay unos libros sumamente grandes y antiguos. Hace dos años, por pura curiosidad y aburrimiento, agarré un par de esos volúmenes y me los llevé a escondidas a mi habitación, a mi papá no le gustaba que tocara sus cosas.
“Ya en mi habitación, desparramé todos esos libros en mi cama. Hubo uno que me llamó la atención mucho más que los otros; uno de tapa negra. Lo abrí y leí por encima y era de ángeles caídos. En ese momento me acordé de ti e iba a llamarte, pero para ese entonces me habías abandonado y recordé que no contestabas mis llamadas —finalizó en tono acusatorio.
A Ian, esa confesión pareció valerle mierda, por lo que preguntó:
— ¿Recuerdas qué volumen era, Nan?
Nannette hizo un mohín.
— Ehm… Creo que el cinco.
Mi gemelo soltó una maldición.
— A ver, necesito entender porque estamos hablando de esto cuando deberíamos estar hablando sobre dónde está mi hermano y cómo rescatarlo, pero lo único que tú haces es hablar de libros antiguos y de dones —me quejé.