BLANCA
—Tenemos que hablar —exclamé.
— ¿Por qué? Ya les dije lo que quisieron saber, los ayudé en lo que pude ¿Qué más necesitan de mí? —dijo con una mirada suplicante que reflejaba tristeza.
—Quiero saber si nos estás diciendo la verdad. Jasón será experimentado, pero es tonto. Tal vez a él o a los demás los puedas engañar, pero a mí no.
—No sé a qué te refieres.
—Por favor —dije con sarcasmo—, nuestro trabajo es matar abadones, y fueron abadones quienes... —no podía decir asesinaron— ...atacaron a tu familia. Era nuestro deber protegerlos, no lo hicimos bien, etc, etc. Es lógico que nos tengas odio o que guardes rencor, y más aún que no quieras colaborar.
— ¿De qué estás hablando? Ustedes me salvaron. Hacen todo lo posible para protegerme ¿Por qué no habría de ayudarlos?
—Porque no es normal.
—Tal vez para ti no lo sea, pero para mí es lo correcto.
—No pudimos salvar a tu familia. Puede que estén allá afuera o no, y tú sigues aquí ¿Por qué aún estás aquí? ¿Por qué no has intentado escapar aún?
—Porque sé que ustedes son buenos haciendo su trabajo, y que en lo que pueda, ayudaré para recuperarlos. Porque sé que están vivos.
— ¡Deja de verle lo bueno a las cosas!
— ¡No puedes ver todo lo malo en ellas!
— ¡Sal de tu burbuja! Sé realista.
—Lo soy, y porque lo soy es que sé que todas las cosas son buenas y malas. Existe el mal y el bien, siempre hay un equilibrio para todo.
—Hablas igual que Jasón.
—Pues tal vez deberías de escucharlo más.
—Tú no me digas qué hacer.
—Pues, opinamos lo mismo.
Suspiré. —Escucha, tienes la libertad de irte si eso es lo que quieres.
—Tú jefe no pensaría lo mismo.
—Él no es mi jefe, y si algo sé de Jasón es que es humanitario, lo entendería perfectamente si eso es lo que decides.
— ¿Él es humanitario?
Asentí con la cabeza.
— ¿Y tú?
Su pregunta me desconcertó. —¿Qué?
— ¿Tú también lo eres?
Me reí. Demonios ¿me reí?
—Por supuesto que no.
—Pero me acabas de decir que me vaya si yo así lo prefería.
—Eso no fue humanidad, fue compasión. Créeme, sé lo que es convivir con Azai, Bricio y Nilah, te comprendería en ese caso.
—En ese caso —enfatizó—, sabemos que la única por la que vale la pena quedarse es Amadis.
—Y por sus galletas.
—Y por sus galletas.
Nos quedamos por un momento en silencio. Hasta que él preguntó: —¿Qué fue lo que te pasó? ¿Qué te hicieron?
— ¿A qué te refieres?
—La razón de la que seas así ¿cuál es? Porque es imposible que una persona sea incapaz de sentir.
—Tú no sabes nada.
— ¿Bueno y por qué no me dices?
—No tendría por qué.
—De acuerdo.
Miré el borde de la mesa y pase un dedo por él, no tenía otra cosa que hacer más que quedarme callada.
Pero él rompió el silencio diciendo: —Se siente horrible. Sentir que lo has perdido todo y que te has quedado solo en el mundo.
Le di una sonrisa torcida. —Conozco ese sentimiento.
—Mis preocupaciones eran ayudar a mi familia en el hogar, cuidar a mis hermanos y jugar con ellos —hizo una pausa—. Me quejaba ¿sabes? Me quejaba de la vida que tenía, sentía que mi familia buscaba hacerme la vida imposible. Ahora... —su voz se cortó—, ahora solo quiero verlos de nuevo. Escucharlos reír otra vez. Escuchar a tu madre gritarte por dejar tirada la ropa, u odiar que te agarren de los cachetes.
—Que curaran tus heridas —agregué.
—Que te contaran historias.
—Su olor.
—Oírlos decir tú nombre.
—Su... rostro —ya ni siquiera podía recordarlos.
Dante hizo una pausa. —¿Tus padres...ellos...?
—La vida se encargó de destrozarme en mil pedazos.
—Pues vamos a recoger esos pedazos y a unirlos.
Lo miré y no me gustaba lo que reflejaba su mirada. Era... lástima. No necesitaba la lástima de nadie, mucho menos que me compadecieran.
Me levanté de golpe y me dirigí hacia la puerta. —Es tu decisión si decides irte o no. Pero si fuera tú, saldría corriendo de aquí para no terminar muerto. Si te juntas con nosotros, atente a las consecuencias. Nosotros nos levantamos cada mañana sabiendo que podemos no regresar de una misión —exclamé y cerré con fuerza la puerta tras de mí.