Capítulo 3: Stuarth.
Ya son las seis de la tarde y en todo el día no he hecho más que ver películas por Netflix, comer mi peso en helado y meditar si es muy importante que asista mañana al colegio.
Quizá todos ya estén hablando de cómo Snow White se cayó e hizo un desastre para después huir tan rápido como hizo Blancanieves cuando escapó de su malvada madrastra. Porque nunca falta quién saque similitudes entre mi vida y la princesa de Disney. Y no me sorprendería que todo fuera gracias al chico que grabó mi caída.
¡Que humillación! Ya es suficiente con que tenga que vivir rodeada de chistes sobre Blancanieves y ahora llega mi torpeza a avergonzarme frente a todo el mundo. ¡Ya puedo escuchar las burlas de todos cuando vuelva mañana!
Ya voy abriendo otro helado cuando escucho el timbre de la casa sonar. Hago una mueca de fastidio. ¡¿Es que la gente no puede visitar cuándo no estoy apunto de ver Pretty Woman?!
Dejo a un lado mi envase de helado y bajo las escaleras de dos en dos, decidida a regañar al intruso que osa interrumpir mi maratón de películas de Julia Roberts.
—¿Qué? —pregunto con brusquedad al abrir la puerta. Me reciben un par de ojos cafés con sorpresa. Al principio no le reconozco, y estoy a punto de echarlo. Pero al ver su cabello rubio lo recuerdo—. ¿Stuarth?
Creo que me he atragantado con el helado.
Es mucho más guapo de cerca.
Creo que Cupido ha pasado frente a mí y me ha flechado.
Un segundo... ¿Cómo sabe dónde vivo?
—Hola, Snow. Tu amiga Elise habló conmigo. Me dijo que soy tu tutor y me dio tu dirección.
Pregunta respondida. Al parecer debo tener una charla muy seria con mi mejor amiga sobre darle mi dirección a un extraño. Aunque sea un extraño de hermosa sonrisa... ¡Concéntrate, Snow!
—Entiendo, gracias por pasar —estoy a punto de cerrarle la puerta en las narices cuando, más rápido que un parpadeo, entra a mi casa, dejándome perpleja—. ¿Y a ti quién te invitó a pasar?
Stuarth me da otra encantadora sonrisa y se sienta en un sofá con toda la confianza del mundo.
—Ya que pareces desocupada y tan amablemente me has invitado a entrar...
—¿Disculpa?
—Disculpada, como iba diciendo, ¿qué te parece si empezamos de inmediato las tutorías?
Cruzo los brazos. ¿Y este quién se cree que es?
—¿Qué te hace pensar que no tengo planes? —¿Ver maratones de películas no cuentan como un plan?
—Estás en pijama y tienes chocolate en la barbilla —sonríe.
Mis mejillas se ponen rojas como los pimientos. Me limpio el chocolate de la barbilla con el dorso de la mano—. Anda, Blancanieves. Busca tus cosas. Es hora de aprender.
Mi mente crea un millar de réplicas, pero miro sus ojos y me pierdo en ese mar de chocolate que logra dulcificarme. Por un momento me imagino con Stuarth cabalgando hacia la puesta de sol, con las aves y ciervos cantando a nuestro alrededor...
¡Mantén la concentración, Snow White!
Aprieto los labios y voy en busca de mi mochila, y en mi camino escaleras arribas pienso que tal vez no debería molestarme que haya venido e interrumpido mi maratón. Después de todo me parece muy lindo de su parte haberse tomado la molestia de haber venido a mi casa solo para enseñarme.
Y ¿quién sabe? Tal vez la Física no sea tan mala si él la explica.
Una hora más tarde...
Llevo mis dedos a mis sienes y las masajeo en un movimiento circular en un intento de eliminar las punzadas que siento en mi cerebro.
Ya es oficial: odio la Física.
—¿Lo has comprendido esta vez? —me pregunta Stuarth por milésima vez, y por milésima vez niego con la cabeza. ¿Quién lechugas puede entender este montón de números y letras sin sentido?
Él sonríe, pareciendo aún muy relajado a pesar de que yo estoy que estallo del estrés y del hambre. No he comido alimento en horas, a menos que el helado cuente. La falta de comida me hace irritar todo, lo que solo logra que comprenda menos lo que Stuarth intenta enseñarme.
—Siento que me estás hablando en alienígena —respondo recostándome en el respaldo del sofá—. Ya ríndete conmigo y vete a casa —sería estupendo si me hiciera caso. Así yo podría comer y seguir con mis películas.
Editado: 25.04.2018