Aquella era una tarde como cualquier otra mientras Alice sentada en una banca bajo la sombra de un árbol veía como esa pequeña niña jugaba con su cachorro, era todos los días igual: la niña tiraba la pelota y corría junto a su cachorro marrón, con sus rizos al viento y su vestido algo raído en vuelos.
Alice se ajustaba sus guantes blancos, alistaba su vestido y su sombrero, los carruajes pasaban por su lado, pero ella no lograba ver a quien esperaba, no importa se dijo, el siguiente día volvería y él llegaría.
Los días pasaban y cada día se molestaba más, ella era una mujer paciente pero el hecho de que esa niña todos los días riera y jugara sin problema alguno le irritaba, ¿porque ella no se sentía así de feliz? Cada día que pasaba se ponía un vestido más bonito, se arreglaba más y sin embrago lo único que notaba era que la niña sin importar el sol fuerte y que quemaba siempre reía y disfrutaba, ¿acaso debía ella comprarse un cachorro también? Rápidamente desecho la idea, eso es tonto, debía olvidarse de eso, el mundo está dividido en quien ríe y quien llora, en blanco y negro, además debía estar atenta pues esa persona que ella esperaba podía estar por llegar y si se distraía quizá no la vería.
Al siguiente día, las nubes se pintaron de gris y la lluvia caía, Alice se sintió feliz porque pensó: “Esa niña gozosa no llegará y yo si estaré en el parque, así no me estorbará por sus risas y su felicidad ni me hará recordar que yo no me siento así”. Alice cantando se preparó y recogió su cabello, se puso los guantes y al llegar a su acostumbrada banca con un gran paraguas se sorprendió, esa niña estaba dando saltos muy feliz en un charco de agua, pero ella tenía hermosos vestidos y sombreros, debería ser así de feliz o lo sería cuando a quien ella esperaba llegará por fin donde ella se encontraba esperándolo. A quien Alice esperaba era a un señor que se sentaba a tres bancas de ella “Un día seré feliz de estar con él, se decía Alice”.
Mientras la niña jugaba miró a través del cerco de alambre que había una señora que siempre estaba en esa banca, cruzó una joven con uniforme blanco totalmente y la niña le preguntó: ¿quién era esa señora que la estaba mirando? ¿estaba enojada? Y la joven le contestó: no está enojada, solo está enferma y siguió su camino.
La niña se acercó, llamó a la señora y Alice asombrada de que la niña la notará se acercó y vio con algo de desconfianza que la niña le daba una flor con gotas de rocío diciéndole: “ya no estés enferma, toma y sonríe”. Alice tuvo un momento de lucidez y recordó que hacía, con lágrimas en los ojos le dio las gracias a la niña y se volvió a sentar en su banca recordando por un momento porque estaba allí, era un sanatorio mental, su ropa no era más que un uniforme y a quien esperaba solo era un enfermo igual que ella cuya enfermera siempre sentaba en el mismo lugar.
Lloró amargamente, dolida porque su mente la hizo sentir una persona importante y con hermosas cosas pensando que al tener todo eso y al ser grande en su mente lo era en la realidad, cuan equivocada y distinta era su realidad y lastimosamente lo único real era la envidia que sentía de la humilde y feliz niña que a pesar de sus miradas cargadas de rencor fue la única que la tomo en cuenta y le dio una flor a pesar de estar enferma, no solo en su mente sino también en sus sentimientos y eso era prácticamente lo que la había llevado a parar en ese lugar.
FIN.