- ¡¿Cómo que no encuentras a las brujas?!
La exclamación de Volac retumba en las paredes de todo el complejo subterráneo, su voz casi ahoga el sonido del mar que proviene del exterior y atrae las miradas de todos los androides que van de un lado al otro empujando carros con “mercancía” para procesar y procesada.
El hombre que está a merced de la impaciencia de Volac o, mejor dicho, los hombres, son los mismos siameses que le vendieron el veneno a Amatista, Tigrina y Dumeril; solo que ahora, los años han dejado huella en ellos. Parecen una araña en posición de ataque ante la actitud agresiva de su patrona.
- Hemos buscado en toda la Bahía, al igual que en otras partes del imperio, y no hay rastros de Marcela, Maricela o Malena. – dice el siamés más alto.
- Es como si se las hubiera tragado la tierra. – agrega el hermano “pequeño”.
La mujer le da un golpe certero en la cara al siamés más alto, haciendo que ambos cayeran sobre el suelo, con una expresión más de terror que de furia.
- ¡Nada de “se las tragó la tierra”! ¡Las quiero aquí y ahora! – ordena Volac, tronando los dedos y haciendo énfasis en el ahora. – Tengo una carga que necesita cocinarse y esas malditas son las únicas que saben cómo hacerlo con magia. ¡Muévanse! ¡O los usaré como combustible para el horno!
La mujer da un paso hacia los siameses, que se arrastran por el suelo para escapar de las filosas armas que paseaban frente a sus narices.
- Si mi señora. – contestan al unísono, tratando de levantarse de un movimiento, para luego salir corriendo por el pasillo.
Después de varios segundos de silencio en la oficina improvisada, la mujer que está prácticamente echada en la silla detrás del escritorio, con la espalda recargada en una codera y los pies colgando de la otra, rompe la quietud.
- ¿No crees que fuiste un poco dura con ellos? – dice mientras juega con una pelota de goma suave.
- ¡Ya estoy harta de esos malditos adefesios! Si pudiera, los mataría con mis propias manos.
- ¿Entonces por qué trabajas con ellos? ¿Por qué no te buscas otros “secuaces”?
- ¿Tienes idea el trabajo que me costó revivirlos? Después de que la gente de Cobra les diera cacería por lo de la princesa frolentina, tuve que hacer milagros para que volvieran a la vida.
La mujer de la silla se le queda viendo a Volac con una mirada curiosa.
- Para ser una mujer que detesta a las brujas, magos y demás criaturas no humanas, sueles estar rodeada por ellas. ¿No será que, en el fondo, te agradan y no lo quieres aceptar?
Volac hace un gesto de asco.
- Suenas como ella.
La oficina está conformada por tres paredes de concreto puro recubierta por una delgada lámina de acero y por un ventanal de cristal reforzado que va del piso al techo, el cual ofrece una vista panorámica de todo el tren de producción de los minerales.
Volac se queda de pie en el ventanal, viendo atentamente a cada uno de los androides alados a un lado de las bandas industriales y de las mesas de “cocina”.
- Tenía razón en muchas cosas… o por lo menos, te conocía muy bien. – contesta la mujer que juega con la pelota.
- Eso piensa ella.
- ¿Piensa? ¿Por qué sigues hablando como si estuviera viva? Te recuerdo que su hermanita la mató.
- ¿Cómo olvidarlo?
La mirada de Volac, aunque orientada a la planta productiva, se pierde en sus recuerdos. La mujer se da cuenta de esto y se acerca cautelosa a la enmascarada, hasta que queda a un lado de ella.
- Tierra llamando a Volac. ¿Estás ahí?
La enmascarada afirma con la cabeza, pero no dice otra palabra.
- Si te preocupa el que solo pudimos cosechar un remolque, tengo buenas noticias para ti. Los materiales del remolque son los suficientes para transformarlos y cumplir con el pedido sin problemas. Es más, hasta sobra.
- No es eso lo que me tiene preocupada.
Los ojos verdes café de la mujer se concentran en Volac, sorprendidos y curiosos.
- ¿Tu esposo ha comenzado a sospechar?
- No.
- ¿La desaparición de la Ángelo?
- De ese idiota ni me hables. Siempre supe que en cualquier momento nos fallaría, y no me interesa si lo matan cuando traten de recuperar la mercancía que se llevó.
- Entonces ¿por qué la cara larga? ¿Por las brujas? Te dije que me encargaría de la “cocinada”. Lo que no puedo hacer con magia, lo puedo hacer con ciencia.
La pequeña mujer, a comparación de Volac, no sabe qué más decir para recuperar la atención de la enmascarada, entonces, decide deslizarse con cuidado sobre la superficie del ventanal hasta quedar frente a frente.
- No me gusta verte así, ¿qué tienes? – la mujer coloca las manos en el rostro de Volac y la obliga a verla directamente a los ojos.
Aun con la máscara de látex, se puede apreciar que las facciones de Volac se suavizan en cuanto ven a la mujer haciendo ojos de borrego a medio morir.
- ¿Qué me roba tu atención? – las manos de la mujer pasan de la cara al cuello de Volac, descansando los brazos en los hombros de la mujer y entrelazándose por detrás de la cabeza.