Boy Almighty

Capítulo 2.

Sus malditos rulos estorbaban en su frente, no en sus ojos pero él quería cortárselos, y lo haría si no tuviera tan mala malo. Tuvo que suspirar cuando notó que ya era hora de ir al instituto, al infierno, al lugar que más odiaba en la faz de la tierra. No había razón para asistir pero su familia lo obligaba.

Desearía que le pagarán por permanecer en silencio una hora en ese lugar. Sería un trabajo tan fácil que tendría demasiado dinero en un día. Con eso se compraría un pasaje de avión sin que nadie se entere e iría a parar a la otra mitad del mundo, solo y sin bravucones ahogándolo en una taza de baño llena de gérmenes.

Era un jodido martes y él ya quería faltar al instituto. Por suerte, podía faltar solo un día y él prefería que sea el viernes porque no se sentiría tan culpable por la insignificante falta.

—El auto —dijo su padre desde detrás de la puerta, con una brusquedad que lo hizo saltar en su lugar y reaccionar rápido. Se asiente en el espejo diciéndose "no seas raro hoy, por favor" pero no sabe cómo no serlo.

Él no usaba faldas ni tenía un raro fetiche con algo así, porque se sentía poco atractivo como para vestirse en unas faldas o incluso pantis. Solía vestirse con pantalones tan holgados que tenía que pararse de su asiento en media clase para subirlos, y sus camisas eran las mismas que usaban sus compañeros. Entonces, ¿dónde estaba el problema? Quería una respuesta, pero no se esforzaba en hallarla.

Su maleta nueva le incomodó cuando bajó las escaleras deprisa porque su papá odiaba esperar. Por suerte, él apenas estaba arreglando su saco cuando salió directo hasta el coche negro.

—¡Tengan un buen día! —dijo su ingenua madre agitando su mano en el aire. Des le asintió y subió al auto y este no demoró en moverse.

Harry miró a sus espaldas, a su madre, mirando el nerviosismo en sus facciones, tan normales en ella que el rizado ya no recordaba verla sin que sus manos temblaran. Lo anormal para los demás, era algo tan común para él.

—Trata de que no te roben tu maleta —dijo Des, su voz tan seca que Harry se encogió en su asiento y asintió sumiso—. No voy a gastar más dinero solo porque eres un descuidado.

—Lo siento —le respondió en un susurro—, no fue mi culpa.

Deseó que el cinturón de seguridad acabara con su mísera existencia, ahí, frente a su padre para ver en sus últimos momentos de agonía cómo él fingía que Harry le importara, y si es que lo hacía.

—Claro que lo fue —dijo mirando por la ventana—, si fueras un hombre no te pasaría esto, Harry. 

Él volvió a asentir porque no sabía qué debía decir. Era verdad, y todo el mundo lo sabía pero no podía evitarlo. Quería ser normal, no gustar de su mismo sexo, pero no podía elegir porque ya hubiera tuviera una respuesta en menos de dos segundos. Maldecía el día en que había descubierto que era gay. Su sonrisa de orgullo por lo que era no duró tanto cuando llegó a casa y su papá golpeó su mejilla con fuerza. Recuerda que le gritó millones de cosas, que se pudriría en el infierno, incluso llegó a decirle que no era su hijo. Pero Des aún no perdía la esperanza de que Harry estuviera confundido.

—Trata de ser normal, Harry —le dijo su padre antes de cerrar la puerta del auto. Y Harry asintió, como si de verdad lo intentaría.

No lograría nada, porque ya lo había intentado.

Apenas entró al instituto, las risas comenzaron. Se dio aliento en su mente y caminó con mirada baja hasta atravesar todo el pasillo. Todo iba bien hasta que alguien colocó su pie en su camino y él cayó golpeando su barbilla.

—¿Ni siquiera sirves para caminar, mariquita? —le preguntó alguien, quién sea no le importaba. Se levantó en seguida y corrió con todas sus fuerzas hasta estar lejos de aquel tipo, ya que un golpe en las primeras horas no era algo bueno, traería problemas y no exactamente para quien lo golpeó.

Básicamente, de eso se trataba para él estar en el instituto; correr hasta estar escondido, sentarse al final de la clase para evitar muecas de los maestros, y comer en los baños. Él se decía a sí mismo que todo eso era tan cliché y salía, pero su comida volaba por los aires a los segundos y aterrizaba en su cabello. Muchas veces solo eran golpes en su estómago, algo que agradecía porque odiaba quedarse con hambre.

Él no lloraba, ya no. Se tuvo que acostumbrar porque debía hacerlo.

Odiaba la frase que le habían dicho de pequeño; "si te molestan, dile a algún maestro". Era una mierda porque Harry fue tan inteligente que lo hizo y solo recibió un comentario que prefería no recordar. Nadie nunca hizo nada más que mirarlo como si él tuviera la culpa.

Seguramente así lo era.

Había quienes lo miraban con lástima porque en su pequeño colegio era él quien recibía las burlas. Estaban agradecidos de que no fueran ellos, pero su cargo de conciencia no los dejaba.



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En el texto hay: larry stylinson, gay

Editado: 20.03.2019

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