Llevaba algún tiempo cerrando los ojos y queriendo aparecer en un mundo donde el odio no fuera el pan de cada día. Era absurdo, pero pensaba que algún día todo lo malo de su vida desaparecería si solo lo deseaba con mucha fuerza. Lo esperaba, aunque ya había tardado demasiado.
Dormir era un placer, al igual que imaginar. Era lo único que nadie le podía quitar, porque podía permanecer horas mirando a la nada, pensando e imaginando eventos anteriores de forma diferente y olvidándolo cuando la realidad lo llamaba. Dormir... Dormir sin pesadillas era el cielo rozando su piel, pero no siempre. A veces, cuando las lágrimas se secaban mientras sus ojos se cerraban del cansancio, el demonio que le quitaba sus esperanzas lo atacaba al dormir.
Sus párpados le pesaban, al igual que su cabeza que no dejaba de palpitarle mientras recuperaba la consciencia de lo que él pensaba había sido otra mala noche, donde se había quedado dormido después de llorar sin que alguien lo consolara.
—Despertó —dijeron a su lado en un susurro tan lejano.
Parpadeó tratando de centrar su vista, pero rápidamente quiso volver a estar dormido cuando visualizó a sus padres con sus expresiones de enojo al pie de la cama donde su cuerpo descansaba.
—Por fin —dijo su madre y Harry recorrió el lugar con discreción tratando de encontrar a cierto castaño.
No hubo rastro.
—¿Cuánto llevo dormido? —preguntó confundido al igual que perdido, y Anne rodó los ojos a la vez que le lanzaba una mirada de fingido enojo.
—Lo suficiente como para arruinarme mi importante agenda, Edward. —El tono firme que resonó en la cabeza de Harry lo hizo sentir mal, por lo que no demoró en bajar su cabeza con vergüenza.
—Lo siento —lamentó, sintiéndose culpable por todo lo que había hecho. Incluso nacer.
A Des no le importaba eso. No le importaba la mirada de cachorro herido que Harry siempre tenía al verlo, porque para él aquello era falso.
—¡No lo haces! —gritó su padre haciendo que brinque en su lugar, su cabeza volviendo a doler, pero eso no importaba para nada—. No puedo creer que seas tan inútil, Harry. No creo poder seguir tolerando todo esto, ¿piensas que es fácil para nosotros tenerte así? ¡Es una vergüenza! —Anne asintió con sus cejas fruncidas y sus ojos aguados por no poder parar todo.
Harry tragó el nudo que se comenzó a formar en su garganta mientras su padre seguía hablando.
—Una más, Harry... Juro que si haces una más no estarás respirando para oír tu siguiente y último regaño.
El rizado asintió con sus ojos inundados en lágrimas que no le permitían derramar. Y no quería hacerlo porque sabía que su padre le diría que los hombres no lloraban, pero le fue inevitable no soltar un sollozo.
—¡Y deja de llorar, maldita sea! ¡No eres una nena, joder! —gritó, repitiendo las mismas palabras que solía susurrar en su oreja.
Harry no titubeó para secar sus lágrimas y mantener su postura seria, la que aprendió con el tiempo.
—Tu amigo Louis nos dijo que estabas aquí —informó su mamá en voz muy baja, con miedo—, y que estabas grave.
La risa sonó en los oídos de Harry produciéndole arcadas. Odiaba sentirse así, y odiaba la palabra "amigo".
—Se preocupó por ti, eso tienes que valorarlo —dijo, su mirada fue a su esposo que le sonrió con burla—, tienes suerte de tenerlo.
—No es mi amigo —dijo con ojos apretados y no trabándose al decirlo.
—Como sea —Chasqueó su lengua—. Pagarás tus medicamentos, no pienses que lo haremos nosotros, Harry. Ya estás en edad para valerte por ti mismo y no lo haremos mucho menos por hacernos perder el tiempo por tus idioteces.
(...)
Louis se abrazó a sí mismo con su vista clavada en su padre, que rellenaba la afiche de visitante. Estaban por irse, y aunque Louis nunca lo admitiera, no quería irse.
—¿Estamos listo? —le preguntó su padre al terminar y él dudó.
¿Harry ya había despertado?
—¿Puedes ir a ver si está bien?
Matt sonrió y negó en forma de burla antes de encaminarse hacia la habitación designada de Harry. Y deseó que alguien lo golpeara porque siguió a su padre hasta que ambos quedaron de pie frente a la puerta.
—Están gritando —susurró Matt y Louis frunció la frente.
—¿Qué? —Apegó su oído en la puerta y los gritos no demoraron en oírse retorciéndole algo dentro de él. Tal vez su estómago o su corazón.
—No es una buena idea entrar, Louis. —El castaño despegó su oreja del lugar y miró a su padre como si hubiera perdido la razón.
—¡Le están gritando idioteces! —exclamó entre dientes.
—Sí —Asintió y frunció sus labios—, ellos son así, Louis, y no es nuestro problema. Ya los llamamos y es hora de ir a casa.
Louis estuvo a punto de reclamar y entrar, pero su papá lo agarró del antebrazo con fuerza antes de que pudiera darse la vuelta a la puerta.