Broken

Prólogo

Mis pies se arrastraban por el suelo, sin querer moverse realmente. Mis zapatos estaban destrozados, mis pantalones rotos y cubiertos de mugre, mi camiseta completamente manchada de sangre. Pero no era mi sangre. ¿Por qué no pudo haber sido mi sangre? Mi cabello caía enmarañado sobre mis ojos, como si tratara de evitar que estos, rojos e hinchados, observaran algo que no desearan ver. Como si ya no hubiese visto suficiente.

Cerré mis ojos y detuve mi caminata. Me apoyé de la pared más cercana y me dejé caer al suelo, levantando mis rodillas, metiendo mi cabeza entre ellas y rodeándola con las manos. ¿Por qué? ¿Por qué ella? Un sollozo se escapó de mi pecho, y apreté mis brazos a mí alrededor con más fuerza. Si tan solo… Si no hubiese insistido en que me llevara… Si le hubiese dicho que estaba bien tomar el autobús… Quizás ella estuviera en casa en estos momentos, tratando de ver por la ventana, esperando el momento en que apareciera en la entrada de la casa, para salir corriendo a recibirme. Entonces yo correría también a su encuentro, abrigándome en el calor de sus brazos.

Otro sollozo se abrió paso por mi garganta, y luego otro, y otro, hasta que las lágrimas comenzaron a bañar mi rostro y descender hasta mi pecho, mojando mi camiseta ensangrentada. Su sangre… mi sangre. Las personas pasaban a mi lado por el estrecho pasillo del hospital sin detenerse. Bueno, no esperaba que lo hicieran. Me sentía sola… abandonada… desdichada… con el peso de la culpa aplastándome. Tal vez por eso nadie se detenía. Tal vez todos pensaban, al igual que yo, que tenía toda la culpa de que ella hubiese muerto. ¿Quién sino yo era la responsable? ¿Quién sino yo la había matado? Apreté mis puños y golpeé con fuerza la pared en la cual reposaba mi espalda, sintiéndome como la peor persona en el planeta.

Un par de manos se aferraron a mis brazos, y tiraron de mí hacía arriba. Noté que era Ethan mucho antes de mirar su rostro, y supe que no estaba enojado conmigo. ¡Debería estarlo! Había matado a mamá. Yo la había matado. Era mi culpa. Mía. Me aferré a él, envolviendo mis brazos en torno a su cintura, sollozando con más fuerza en su pecho.

—Vamos a casa—susurró él en mi oído.

Negué con la cabeza fuertemente. Papá iba a matarme. Mi madre era la cabeza de la familia, la que trabajaba para que todos estuviésemos bien. Ahora ya no teníamos eso.

—Él va a matarme—sollocé, aún sin levantar el rostro para mirarlo.

Ethan apretó mucho más sus brazos a mí alrededor.

—No lo voy a dejar, Annie.

—No quiero volver a casa—lloré.

Pero tenía que hacerlo. No tenía a dónde más ir, y Ethan lo sabía.

En ese momento papá apareció doblando la esquina del pasillo, y sólo al mirar sus ojos supe que me esperaba una buena paliza en casa. Me estremecí, y Ethan lo sintió. Siguió la dirección de mi mirada y se puso rígido, luego me sacó a rastras del hospital. Papá se encargaría del papeleo, arreglar el funeral de mamá y quien sabe que otras cosas.

Estaba asustada, dolida, desesperada. No sabía qué hacer, o dónde esconderme. Las manos me temblaban ligeramente a causa de dos hechos: la muerte de mi madre, y la increíblemente ruda golpiza que de seguro me esperaba en casa. Bien, tal vez no me matara, pero experimentaría dolor. Mucho. Lo sabía. Mierda.

Ethan me arrastró hasta la parada del autobús, dónde esperamos pacientemente hasta que este llegara. Me tenía sujeta la mano, lo cual agradecí. Dos gemelos de alrededor de unos cuatro años correteaban a mí alrededor, y los miré con una sonrisa; me encantaban los niños.

Cuando el transporte se detuvo, me senté en uno de los primeros asientos disponibles, y me quedé observando por la ventana. Mi hermano aún sostenía mi mano, pero ya no la sentía. Mi mente estaba desconectada, por los aires… había matado a mi madre. Cerré los ojos con fuerza y apreté los puños, intentando contener las lágrimas. Odiaba llorar con público, y aquí había alrededor de diez personas que, abriendo los ojos y notando, me estaban observando. Supuse que mi ropa rota y manchada de sangre no me favorecía mucho.

Llegamos a casa, y lo primero que hice fue correr en dirección al baño. Me duché, me puse mi pijama color verde y me escondí debajo de las cobijas de mi cama. Ethan entró unos minutos después, con una taza de té de manzanilla. Casi se me escapa un grito de frustración. No quería un jodido té, quería a mi madre.

Él se acostó a mi lado, y lloré en su hombro a lágrima suelta, sin contenerme, sin aguantar nada. Mi madre, risueña, alegre y amorosa, ya no estaba. Ethan también lloró, por mí, por ella, por nosotros. Lloramos hasta quedarnos completamente dormidos.




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