Broken

1: Demonios del infierno

Ya han pasado tres años.

Por increíble que parezca, ya son tres años desde que ha muerto mamá, y aún recuerdo todo como si hubiese sido ayer. El golpe del coche. La sangre bañando mi cuerpo. Su débil susurro antes de perder el conocimiento... “¿Estás bien, Annie? Tranquila, todo estará bien. Ya, Shh. Saldremos de esta mi pequeña, ya lo verás. Saldremos de esta”. Suspiré. Yo había salido. Yo.

Me encontraba sentada en el césped, frente a su tumba; tal y como acostumbraba hacer cada día. Pasé la mano por mi cabello, alborotándolo un poco mientras volvía a leer su sepulcro.

 

CLARISSA BLACK

 

FALLECIDA 17 DE SEPTIEMBRE DE 2010

 

TE EXTRAÑARÁN TUS HIJOS Y ESPOSO

 

DESCANSE EN PAZ

 

El escrito que rezaba la lápida no había cambiado en nada, pero yo aún no terminaba de creérmelo. Podía jurar que en las noches aún la sentía en casa, merodeando por los pasillos, asegurándose que todo estuviese bien. Incluso en ocasiones podía escuchar claramente como chirriaban las bisagras de mi puerta, y podía sentir sus ojos fijos en mi espalda, asegurándose de que dormía plácidamente. Tal vez estaba volviéndome loca, o quizás ya lo estaba. No estaba muy segura al respecto.

Tomé mi mochila mientras me inclinaba y depositaba un beso en la fría losa de mármol que reposaba sobre el cuerpo de mi madre, y me levanté. En pocos minutos comenzaría el primer día de clases de lo que sería mi último año de curso. Me colgué la mochila al hombro y salí del cementerio (el cual quedaba a sólo un par de calles de mi casa), y me detuve en la esquina a esperar el autobús. Odiaba ese medio de transporte. Me sentía ridícula sentada allí, dando vueltas por toda la ciudad, observando un camino que ya me conocía de memoria. Pero el instituto me quedaba bastante lejos como para irme caminando, y ya iba lo suficientemente retrasada como para prolongar más mi llegada. Sólo esperaba que el autobús no me hubiese dejado ya; iba a maldecir los infiernos si me dejaba.

Resultó que no me tocó maldecir a nadie, porque tras cinco minutos de espera el autobús se había detenido frente a mí. Se abrieron sus amarillas y oxidadas puertas y subí, sentándome al fondo, como siempre lo hacía desde que había comenzado el curso luego de la muerte de mamá. Por lo general siempre era ella quien nos llevaba a Ethan y a mí a clases.

<<No decaigas…>>

Ethan… Dios, lo extrañaba tanto. Hacía también tres años desde que no sabía absolutamente nada de él. No sabía cómo estaba, si estaba bien, si había sobrevivido, ¡nada! Nunca nos habíamos comunicado desde entonces. Peter Hathaway (nunca volví a decirle padre) había comenzado a trabajar desde ese entonces, más por la presión que hacían los de Servicios Sociales que por su propia voluntad; aunque el dinero que ganaba mayormente lo gastaba en bebidas cada noche. Sólo me daba lo justo cada semana para comprar algo de comida, y no era lo suficiente como para comprar cosas agradables; así que sí, comencé a trabajar yo también. Un señor mayor de alrededor de unos setenta años me había contratado para que lo ayudara a atender una pequeña pero muy famosa librería que estaba en la calle diecisiete, un par de manzanas pasada la escuela. El pobre hombre me pagaba veinte dólares el día, que para mí eran más de lo que podía esperar, pero él consideraba que apenas y era suficiente, ya que prácticamente yo dirigía aquél sitio. Había reunido lo suficiente estas vacaciones como para poder comprarme un uniforme nuevo, un par de zapatillas, una mochila y mis cuadernos. Por ropa no me preocupaba mucho, la ropa de mamá me quedaba perfecta ahora que tenía diecisiete años. Ella siempre había sido delgada, por lo cual su ropa siempre fue pequeña, y se ajustaba perfectamente a las curvas que había desarrollado con el tiempo.

El autobús se detuvo en su destino mientras recordaba que en pocas semanas Ethan cumpliría los dieciocho; me hacía sentir triste el hecho de que pasaría un año más sin celebrarlo con él. Aunque bueno, afortunadamente no tenía que soportar las borracheras de Peter. Cada vez eran peores. Cada vez pegaba más fuerte.

Con un suspiro bajé cuidadosamente de la gran salchicha amarilla (así lo llamaba), y salí corriendo al tercer piso, dónde tendría la primera clase: Matemáticas. No tropecé con nadie, no hablé con nadie, simplemente me limité a sentarme al fondo de la clase, esperando a que todo el jodido mundo me quitara los ojos de encima mientras me sentaba. Ya, sabía que había llegado tarde, pero ya tenía suficiente con la mirada de “Voy a hacer que suspendas este curso” del profesor. Saqué mis libros de la mochila, junto a una pluma y comencé a escribir lo que estaba en la pizarra algo así a la velocidad de la luz. No entendía ni una mierda lo que estaba garabateado allí, joder.

—Señorita Hathaway, podría decirme por favor, ¿Qué resultado obtengo de esta ecuación? —preguntó el profesor, mirándome con un amago de sonrisa en la esquina de sus labios.

Mierda. Apreté los puños, irritada; él bien sabía que no tenía ni la menor idea de qué era lo que estaba haciendo, mucho menos podía esperar a que le respondiera.

—Pues no tengo la menor idea—respondí, claro y fuerte, encogiéndome de hombros.




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