Jack me llevó de vuelta a casa.
Esta vez, el reproductor del coche estaba en silencio, al igual que nosotros. Era cerca de las dos de la mañana; me había quedado en el cementerio un largo rato, observando la luna llena, junto a Jack. Mi corazón aún no podía latir tranquilamente.
— ¿Podrías regalarme un poco de agua? —preguntó él.
Asentí.
—No hay problema, ¿Quieres pasar?
— ¿Tengo que hacerlo por la ventana?
—De otra forma no se puede.
—De otra forma no lo haría. —Fruncí el ceño. —Subir a tu ventana me hace sentir como Romeo.
Sonreí.
—Yo no soy Julieta.
—Y yo no soy Romeo—sus ojos fijos en mis labios—Sonreíste.
Bufé.
—No, no lo he hecho—le dije.
Nos miramos desafiantemente por unos segundos. Jack no apartaba la vista de mis labios en lo que fue un largo minuto, hasta que carraspeé.
—Bien, ¿Quieres subir tú primero? No tengo ningún problema.
—Ja. Pues yo sí. Anda, sube pervertido—le dije.
Hizo pucheros, y esa expresión causó un revoloteo en mi interior. Sacudí la cabeza mientras lo observaba subir, y me dije a mi misma que no podía permitir seguir sintiéndome así en su presencia. ¡Esto tenía que parar!
Subí las escaleras un par de segundos después, y para cuando entré a mi habitación, lo vi bien acostadito en mi cama, ojeando mi cuaderno de dibujos. Mi corazón me llegó a la garganta, pero me calmé nuevamente cuando noté que era el cuaderno cincuenta y cuatro. Era bastante viejo. El que estaba en mi mochila, dónde tenía sus dibujos, era el cuaderno ochenta y seis.
— ¿Los dibujos son tuyos? —preguntó.
Enarqué una de mis cejas.
— ¡Nah, que va! Simplemente los había robado por diversión. Me encanta robar el trabajo ajeno, ¡Idiota! —le espeté.
Sonrió con malvado encanto. Me estremecí.
—Puedo verlo. —Dijo, aun sonriendo—Me pregunto si es una idea propia, o si has visto a ese ángel en otra parte.
Ah, bueno.
—No es un ángel. Es un arcángel.
Se quedó en silencio, poniendo los ojos en blanco, como diciendo “no me importa que sea, solo responde a mi pregunta”.
—Es una idea propia; o al menos eso creo. Lo vi en un sueño. —continué, sentándome a su lado y cerrando el cuaderno.
Sin embargo, antes de guardarlo, tomó mi muñeca y tuve que ahogar un gemido. Su contacto envió chispas de electricidad por todo mi torrente sanguíneo, justo como había sucedido ahora. Fingiendo no haberse percatado de mi reacción, acercó mi mano a su cuerpo, arrancándome el cuaderno de las manos. Me miró de tal forma que decía “No he terminado aún” y luego de soltarme la mano, se puso a revisar todos mis dibujos. Al menos los de ese cuaderno.
— ¿Tienes alguna obsesión con los tipos que tienen alas? —preguntó.
Me aclaré la garganta, ya que su contacto me había puesto los órganos de gelatina. Algo que hasta ahora ningún chico había sido capaz de hacer, maldita sea. Fijé mi atención en el cuaderno de dibujos, y recordé que para el momento en que lo dibujaba, yo recién leía Hush, Hush. Por lo que todo el cuaderno estaba repleto de tipos con alas.
—Podría decirse—respondí, encogiéndome de hombros.
Me miró, ladeando la cabeza y mostrándome una sonrisa torcida.
— ¿Qué hay de los tipos con cuernos?
Le arranqué el cuaderno de las manos.
—No creo en ellos.
Hizo un sonido que fue mitad bufido, mitad carcajada.
—Deberías. Ellos creen ti.
Me puse rígida.
—Miren a la niña, le gusta todo el tema angelical, pero evita todo lo endemoniado. Déjame decirte que van de la mano. Si quieres uno, tienes que quererlos a los dos—dijo, riendo.
—Eso no es cierto.
—Claro que es cierto, porque si uno no existe, el otro tampoco.
Me quedé pensando unos segundos en su comentario. Creo que tiene razón.
—Ya ves, he revolucionado tu cerebro.
— ¡Eres un idiota! —le espeté, golpeando su brazo.
—Eh, cuidado. Podría creer que estás coqueteando conmigo.
No pude evitarlo, mi boca se abrió unos centímetros a causa de la sorpresa.
— ¿Qué estoy… qué?
—Coqueteando. Conmigo.
—Yo no coqueteo. Con nadie. —Hice una pausa—No sé cómo hacerlo—admití.
— ¿Y cómo has tenido novios? —preguntó.
Vaya, el tema de los novios. No tenía muchas ganas de decirle que sólo llegué a tener uno, y que se llevó todo cuanto pude darle. Las cosas me pasaban por idiota.
Supuse que Jack malinterpretó mí silencio.