― Estúpida canción ―Comentó él inmediatamente al oír la repetitiva melodía.
Aquella canción le hacía recordar sus abuelos, grandes fans de The Carpenters. No paraban de reproducir canciones suyas una y otra vez, su casa era un concierto. El soundtrack de su infancia había sido aquel dúo, y también lo era el de su vida adulta.
Impaciente, deseando llegar a la planta indicada, sin saber qué hacer para matar la espera, se fijó en su manga blanca, la cual sobresalía por la chaqueta de una manera arrugada. Intentó alisarla, pero, al hacerlo se fijó en que había una manchita de sangre. No lo entendía, la había visto completamente limpia al salir de casa.
― Tal vez el jefe tenía una herida... ―Dudó―. No, no es posible, sólo me ha abrazado, no me ha tocado la muñeca, ni siquiera él se veía herido―. Empezó a murmurar curioso.
Se obsesionó con la manga, no apartaba ojo de ella, empezó a analizarla más y más con la mirada, y repentinamente, se creó otra mancha de sangre, pero, más grande. Se crearon dos manchas más, pues cayeron dos gotas de sangre, desde el techo, y cayó otra más, formando una gran mancha en la manga que ahora ya no era blanca.
― Pero qué diablos...
Decidió levantar la mirada, primero, dirigiéndola en las puertas del ascensor, donde vio su reflejo asustadizo en ellas. Después, la elevó aún más, poco a poco, dándose el capricho de poder observar el color marrón del ascensor, hasta llegar al techo con su visión.
No había nada. Nada rojo, ni pintura; nada.
Tragó saliva, aún más confuso.
Decidió ignorar lo sucedido, intentando no dirigir su mirada a la manga teñida de rojo, y se miró en las puertas del ascensor, sin saber qué hacer. El tiempo parecía congelado. Cerró los ojos, esperando que así pasará más rápido, pero los abrió rápidamente al empezar a oler a cigarro, un aroma que despertó todos sus sentidos. Miró al suelo, intentando localizar algún cigarro mal apagado por un zapato.
― ¿Siempre tarda tanto en subir este ascensor? ―Preguntó repentinamente una voz agradable. Era la voz de una mujer, la cual estaba sentada en el fondo del ascensor, fumando. Una presencia de la que Brunon no se había percatado ni al entrar ni al estar dentro.
Él se quedó perplejo, y sin girarse, preguntó:
― ¿Desde cuándo lleva aquí? No le vi al entrar.
― Normal ―Respondió la anónima mujer―. ¿Por qué no se gira? No dirigir la mirada a alguien mientras le habla es de mala educación, estar con la miradita al suelo no es caballeroso.
Brunon dudó, y sin saber el porqué, obedeció a aquella mujer. Se giró lentamente, y cuando la vio, sus ojos se clavaron en la mirada de la fumadora.
Era una mujer atractiva, vestida sensualmente gracias a un vestido rojo y corto, que no demostraba impureza, pecado, pues al tener las piernas estiradas no mostraba su ropa interior. Era pelirroja, y tenía el maquillaje corrido por todo su bello rostro blanco. Parecía que hubiera llorado.
― Hola ―Saludó Brunon.
― ¿Eso es todo lo que se te ocurre al verme, aquí, ahora, viva? ―Preguntó con desprecio, absorbiendo decepcionada la nicotina de aquel cigarro―. Ojalá me hubiera matado otra persona.
― Disculpe, pero no sé a qué se refiere.
Brunon sabía exactamente a qué se refería aquella mujer asombrosamente bella. Sus ojos azules le fascinaban de la misma manera que lo habían hecho hacía 24 horas, pues encontrar una mujer pelirroja con ojos azules era único.
― Oh... ¡vamos! ―Exclamó ella, apoyando su espalda en la pared del ascensor para levantarse. Tardó, pues le costaba, debía mantener firme el cigarro entre sus dedos, así que no podía ayudarse bastante con las manos, sólo con la espalda. Se encontraba débil y dejaba escapar gemidos de esfuerzo―. Joder, sí que me has dejado débil, chico.
El corazón de Brunon latía rápidamente. El ver que aquella mujer se levantaba, como si fuera real, y le miraba seriamente y agotada; le asustaba.
― Madre mía, debo estar desmayado ahora mismo... ―Comentó despeinándose aún más―. Seguramente... ―Suspiró―. Seguramente ahora estoy desmayado y esto es fruto de mi imaginación mientras todavía no despierto... ―Dejó escapar una leve risa que camuflaba su espanto―. Qué alivio.
La mujer pasó la lengua entre sus dientes, molesta, mirando fijamente a Brunon. Después hizo un sonidito molesto y especial al juntar los dos labios y después separarlos. Con la mano libre de tabaco se quitó sus tacones rojos, y los tiró cerca de los pies de Brunon, con una mirada enfurecida. Se sentía mejor, ligera de peso, y se dirigió a Brunon, lentamente, con sus pies descalzos y fríos.
No se acercó tanto a él como para taparle el rostro con su mano y dedos largos, pero sí tenía una distancia perfecta para poder herir sus partes íntimas con tan sólo una patada. Igual así no lo hizo, no lo consideraba una buena venganza. No quería ni tocarle con sus manos.
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Editado: 10.03.2019