La madre de Gabrielle falleció de un infarto intestinal, una lluviosa tarde de Febrero.
Estaba enferma, pero debido a su falta de dinero, nunca pudo tratarse y evitar el fatídico final.
La niña se quedó sola en medio de la sala, sin saber por qué su madre no reaccionaba. Sin embargo supo que nunca más se volvería a levantar.
Pasó la noche entera junto a la mujer, llorando, y afuera llovía a raudales. Ella pensaba que el mundo no podía ser en verdad tan cruel, pues para ella era hermoso. Y así fue como al salir el sol, la mañana la encontró acurrucada junto al cuerpo de Doña Edith.
Y esa mañana agarró sus cosas, que eran en realidad muy pocas, y lo dejó todo allí. Los recuerdos de su madre nada más era lo único que ella se llevaría consigo.
Saldría al mundo, y buscaría entierro digno para Edith Concalves.
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Pasaba la media mañana, y Gabrielle caminaba sin rumbo por calles solitarias e inhóspitas. Y curioso era ver a alguien de su edad así. Estaba perdida y lo que veía no era semejante a lo que ella imaginaba que era.
Gabrielle no se imaginaba que un vecino la había visto salir de la casa, y, sospechando, había entra a ver, encontrado así el cuerpo de Doña Edith. El vecino enseguida se alarma y esparce la noticia.
La prejuiciosa gente de Sierra Perdida comenzó a desconfiar de la extraña criatura que la mujer había mantenido en secreto desde hacía seis años. Inmediatamente relacionaron la muerte de la mujer con la criatura, y dieron la alarma.
Gabrielle no tendría mucho tiempo.
Vagó por las calles y avenidas tratando de encontrar a alguien que la ayudara, y cuando veía a alguien, se acercaba, ella se acercaba a las adorables familias que se paseaban por el parque, pero estas familias apenas la veían, se alejaban llevándose a sus niños.
Gabrielle no entendía semejante actitud, y después de intentarlo por el resto del día, finalmente regresó al bosque, donde se sentía mejor.
Los niños tenían a sus madres y padres que los protegían y les daban amor, pero ella no era como esos niños, ella era diferente. Entonces es cuando recordaba las advertencias de su madre, y la realidad que tenía ahora frente a sus ojos la golpeaba con dureza. Y finalmente se escondió entre los recovecos del bosque que rodeaba el inmenso parque de Sierra Perdida.
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Al tercer día de soledad, algo sucedió. Las familias que habían visto a la criatura, habían reportado su presencia a la policía, allí en el bosque junto al parque. Y no tardó mucho en que las autoridades se presentaran en el lugar aquella noche.
-Te lo dije, Cole- uno de los policías se adentraba en el bosque cargando una gran linterna -Te dije que hay criaturas extrañas aquí, que vienen de esas montañas- y con la luz de la linterna señala hacia el este- De allá vienen, allá viven. Y cuidado no es ésta la misma que han visto los cazadores-
-No, tonto, nos dijeron que era una niña- Cole le replicaba a su compañero.
-Tal vez no sea la misma, pero son la misma especie. Y muy claro les dije que ese asesino de las montañas no era ningún animal, ninguna bestia ¡Es humana! ¡Son criaturas humanas!- insistía el primer policía.
-¿Cómo van a ser humanas, Robertson? Es una bestia que descuartiza hombres, y algo así no puede ser humano- exclamaba Cole -Esa bestia de las montañas no tiene relación con la niña que buscamos- insistía sin mucha convicción.
Robertson no estaba de acuerdo con Cole, pero en ese momento prefería pensar que Cole tenía razón... el bosque se le presentaba muy intimidante.
-Lo que sea, no es asunto de nosotros. Es asunto del Instituto de Investigaciones Científicas, ellos son los que saben sobre esas criaturas- Cole proseguía su camino.
-Malditos desgraciados, no me gustan- bufaba Robertson -Yo sé que allí crean aberraciones y esas cosas-
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Inocente, Gabrielle pensaba que los policías eran buenos. La gente la asustaba mucho, porque nadie había sido bueno con ella, pero los policías eran otra cosa. Los sintió llegar, y ya no soportaba más el estar allí sin comida ni techo... Tenía hambre, frío y miedo y necesitaba hacerles saber que su madre esperaba por su entierro.
La niña sin pensarlo mucho se acerca a las luces de las linternas.
Primero, los dos hombres dan un respingo, aunque estaban preparados para eso, el encontrarse con la figura de la pequeña en medio de la neblina oscura y silenciosa les causó un impacto que casi se les caen las linternas.
-Hola- saluda ella.
Después de recuperar la compostura, y de pasar el impacto, los policías sabían muy bien lo que tenían que hacer: Gabrielle debía ser detenida y llevaba al Instituto de Investigaciones Científicas, para prevenir las desgracias que iba a provocar en Sierra Perdida, sobre todo cuando creciera.
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Un gran edifico blanco y con muchas ramificaciones constituían el IDI Sierra Perdida, y estaba ubicado en las afueras de la ciudad, al borde de las montañas. Gabrielle no tenía idea de a dónde la llevaban, pero una cosa si sabía, y era que no sabría cómo regresar, a casa.
No pudo evitarlo, aquel vehículo se la llevaba muy lejos y el vacío que sentía en su estómago era terrible... y el edificio se le presentaba como un monstruo blanco con las fauces abiertas, que la iba engullir para siempre.
Porque a su edad ya podía presentir las cosas, cosas que entendería en el futuro.