Cachorros de la Noche

4- Nueva especie

El primer año fue enteramente de estudio. Los científicos eran como alienígenas vestidos de blanco, altos y terribles ante los ojos amarillos de la pequeña Gabrielle.

No era algo enteramente desconocido, los especialistas Marx y Laveau sabían que la niña estaba relacionada con las criaturas de las sierras. Pero Marx y Laveau no tenían voz ni voto en el cuerpo profesional desde que habían afirmado que las criaturas desconocidas eran en realidad una especie de hombres-lobo. Los dos científicos habían perdido credibilidad, pero igual nadie del cuerpo profesional del IDI Sierra Perdida podía explicar con bases reales qué era Gabrielle.

Y los estudios se hacían cada día más bárbaros, y al no hallar ningún gen humano, Gabrielle fue confinada a una jaula de extrema seguridad y poca higiene, para no salir nunca más.

Desconcertaba su apariencia humana, y Laveau insistía en trabajar con la niña, pero no se le asignaba el permiso, y según la doctora, la niña estaba en las peores manos. No la trataban como a una nueva especie para estudiar con ética o interés, era más bien como una amenaza a la que había que mantener vigilada y controlada.

Y así, con el tiempo, el caso se perdía en la oscuridad de los laboratorios más ocultos. Los únicos científicos capaces de manejar el estudio con algo de visión, Marx y Laveau, fueron despedidos. Y ya el nombre de “Gabrielle” desaparecía incluso de la memoria de ella misma.

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Había llegado el invierno y la nieve cubrió todo de blanco mortal. Los bosques ahora cercaban la ciudad como deformes murallas de piedra blanca y nadie podía salir ni entrar de aquellas tierras. Era la época en que la ciudad estaba totalmente aislada.

Los animales a duras penas podían sobrevivir, las montañas no eran más que moles blancas y vacías. Y las noches, las noches eran murmullos y lamentos desconocidos. Ni las aguas del fluente y salvaje río de la sierra sonaban en aquel invierno.

Era hielo.

Tal vez nadie podría sobrevivir en tales condiciones, pero la criatura del IDI Sierra Perdida sí.

Y hacía un año que no probaba comida ni agua,  pero ella seguía allí.

Y ya no eran estudios, ahora eran experimentos crueles que satisfacían el morbo de la mente humana.

Pero Gabrielle no se consideraba un animal, ella se consideraba una persona, humana, con derecho a la dignidad y al respeto. Y no olvidaba nada de lo que le había enseñado su madre, no olvidaba la humanidad que había aprendido de ella.

Pero a medida que crecía, iba perdiendo los favores y la compasión de algunas de las empleadas de los laboratorios. Ya no era una niña, estaba creciendo y desarrollando características aún más desconcertantes, aparte de sus pupilas amarillas y de su sobrenatural visión nocturna: dientes caninos más grandes y afilados habían aparecido, uñas muy diferentes a las humanas, pies horribles, mucha resistencia física, fuerza, agilidad y rapidez,  así que los experimentos se hacían más físicos e inmisericordes.

Y llegaron los primeros cambios notorios en ciertas noches.

La jaula que la aprisionaba ya era demasiado pequeña, así que una noche, uno de los vigilantes fue a su rincón carcelario para disfrutar atormentando a la fémina, demasiado imposibilitada como para defenderse, pero lo que se encontró allí fue con algo aterrador: la jaula estaba destruida y la débil pero bonita fémina ahora se sostenía en cuatro patas y lo observaba con los ojos encendidos como si fueran los ojos de una pantera.

Por primera vez el hombre se estremece de miedo, y más ante una mujer. Nunca imaginó cosa semejante, porque aunque la criatura fuera desconocida, no era ante sus ojos más que una mujer.

Pero ya no. Ahora el hombre retrocedía, paso por paso, temblando.

Era “humana” pero no se podía sentir como tal, estar allí era igual que estar ante un animal salvaje.

Eso razonaba aquel bruto hombre.

No supo cómo, pero cuando volvió a respirar, estaba en el pasillo que daba al laboratorio, cerrando la puerta con manos temblorosas. No sabía cómo había salido de allí ileso, pero salió y ahora estaba sudando frío, como un tonto parado en medio del pasillo abandonado.

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Era la peor sección del Instituto, la sección olvidada, la sección donde se cometían los actos “poco profesionales”, y él, un simple vigilante, se había paseado todas esas noches por allí para venir a ver a la mujer salvaje y jugar con ella, a regodearse de su morbo. Pero se había llevado su merecido, y ya no más, había aprendido su lección.

 




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