Miércoles, 8 de Abril de 2015.
Mañana.
Daniel despertó con la primera alarma, no precisamente de buen humor.
Seis en punto de la mañana, Daniel se levantaba de su cama.
Seis y media, tomaba un té sentado en la cocina. Era habitual para él sentarse solo en la cocina a disfrutar su té en las mañanas, sus padres nunca estaban, y él agradecía la tranquilidad y el silencio. Pensaba y divagaba sobre mil cosas diferentes, y ninguna lo aburría.
Para él, el silencio era algo hermoso, preciado. El escuchar la nada, poder perderse en la inmensidad de sus pensamientos sin ninguna distracción era algo que le encantaba.
Pero terminó su té, y era hora de irse, así que seis y cuarenta, él salía hacia la calle.
Se disponía a comenzar a caminar por las tranquilas calles cuando una voz familiar lo llamó.
— ¡Daniel! — Miró asustado hacia la otra calle, y logró divisar a la señora Nahles teniendo dificultades con su andador, había caído la mitad al cordón de la calle.
Inmediatamente corrió en su ayuda y estabilizó el andador en la vereda, que casi había caído al suelo con mujer y todo. Al recuperar equilibrio, ella le sonrió.
La señora Nahles era una mujer de unos cuarenta y tantos años que vivía en el complejo de departamentos de enfrente, de vez en cuando hablaba con Daniel, y a él no le desagradaba su compañía. Ella trabajaba, pero estaba con licencia médica desde que tuvo aquél accidente que la dejó con ese incómodo andador hasta que se recuperara, y por ende la veía más seguido saliendo a dar vueltas porque sí aunque debiera guardar reposo. Jamás le rechazaba una taza de té en su casa, pero hacía bastante tiempo que ella no lo invitaba.
— Gracias, Daniel, muchas gracias... — Él le sonrió en respuesta y soltó el andador.
— ¿Por qué estás afuera tan temprano?
— Hacía mucho que no salía, y quería tomar un poco de aire antes de que todo se llene del sonido de autos pasando todo el tiempo y el sol sea insoportable. — Él rió y le dio la razón.
— La próxima vez tenga más cuidado. — Hizo el amago de alejarse y continuar su camino cuando vio la puerta del edificio abrirse.
Anna salió a la calle con su humeante taza de café, observó a Daniel y él a ella, pero ninguno dijo una palabra. Ella sólo comenzó a caminar lejos de allí, y para cuando él volvió su vista hacia la señora Nahles, pudo observar cómo la mujer le dedicaba una mirada triste a Anna que lo dejó desconcertado.
— Que tenga un buen día... — Terminó por decir, la mujer le dedicó una vana sonrisa y él se fue, intentando olvidar lo que acababa de pasar.