Jueves, 16 de Abril de 2015.
Mañana.
Anna se levantó de la cama esa mañana, harta de ella, harta de su cuarto y sobretodo harta del departamento en el que se había visto encerrada desde el Domingo. Se sentía enjaulada, atascada y atrapada, se asfixiaba, necesitaba salir. Todavía tenía la nariz obstruida, y ayer en la noche había tenido algo de fiebre, pero se negaba a permanecer en la cama un sólo mísero día más. Se sacó su ropa de dormir, se calzó lo primero que llegó a manotear y, aún en pantuflas, abrió la puerta de su ahora permanente cuarto y se dirigió a paso decidido a la cocina. Se cruzó a su madre en el camino, recién levantada.
— ¿A dónde vas? Si querías un café te lo llevaba a la cama... — Le soltó tiernamente siguiéndola y adivinando sus intenciones.
— Puedo prepararlo yo perfectamente. — Su voz se escuchó brusca sin querer, así que rápidamente se forzó a añadir; — No quería molestarte...
Amara la estudió extrañada y se percató de que Anna había abandonado su pijama. — No me digas que pensás ir al colegio ya...
— Sí, no estoy moribunda, me cansé de estar encerrada y ya sabes como soy, necesito ir y ponerme al día, además tampoco me quiero quedar libre.
— Pero seguís algo enferma, ¿Y si te quedas un día más?
— No. — Sentenció distraída, dando fin a la discusión.
Amara se limitó a volver al comedor resignada, a sabiendas de que no conseguiría hacer a su hija cambiar de opinión, ya que solía levantarse no muy amigable en las mañanas, mucho había logrado ya manteniéndola adentro cuatro días y prefirió evadir una inminente pelea entre ambas si insistía. Se sentó en su pequeño sofá mientras Anna terminaba su café, lo sirvió directamente en su vaso térmico y miró la hora; las seis con cuarenta y cinco, corrió a calzarse el primer par de zapatillas que sus dedos lograron alcanzar, descolgó su largo abrigo marrón y su gorro negro y rebuscó en el suelo en busca de su fiel mochila negra para finalmente tomar su café de la mesa y salir dando un portazo gracias al apuro. Eran las seis con cincuenta.
Al otro lado de la calle, Daniel salía a la calle también rumbo al colegio, a las apuradas y decepcionado con su vieja bicicleta en mano. Cada que la usaba sentía que se le desarmaría por el camino, pero ya se había cansado de correr todas las mañanas.
Anna salía tarde, muy tarde, y considerando la charla que le había dado la directora la última vez que llegó fuera de horario, no le apetecía enfurecerla nuevamente. Caminar le llevaría fácilmente unos veinte minutos con los cuales no contaba, era tarde para volverse a por su bicicleta y si corría probablemente terminaría por darse la cara contra el piso porque le pasaba siempre, ¿Por qué no le pasaría ahora? Pero cuando se preparaba para comenzar la carrera que probablemente terminara en desastre, escuchó a su salvación divina. Daniel y su bicicleta.
Y mientras Anna sopesaba la idea de pedirle a aquél chico que sabía que iba a su misma escuela la llevara, Daniel caminaba embobado pensando en ella sin percatarse de que la tenía literalmente enfrente y mirándolo. Por fin, Anna se decidió.
— Hey! — Fue lo único que ella logró decir antes de que él subiera a la bicicleta y se fuera. Daniel se paralizó.
Giró lentamente su cabeza sólo para descubrir a Anna mirándolo. Al ver que se había detenido en el acto al escucharla, Anna se acercó rápidamente a él.
— Vos sos el chico que estaba conmigo cuando nos agarró la directora, ¿No? El que también llegaba tarde. — Daniel no movió ni un músculo al principio, hasta que finalmente asintió... Apenas. — Bueno... No es usual en mí esto pero, ¿Podrías llevarme? La última vez, cuando vos te fuiste, me amenazó con ponerme un acta y la verdad no me gustaría comprobar qué tan en serio hablaba...
Daniel procesó con lentitud lo que Anna acababa de pedirle. La chica que le gustaba le estaba pidiendo que la llevara al colegio. La chica que le gustaba le estaba hablando.
Finalmente, dijo;
— Claro, subí. — Se sorprendió del tono relajado y despreocupado de su voz.
Anna comenzaba a arrepentirse de preguntar cuando finalmente escuchó la voz del chico aceptando llevarla, se sorprendió; le gustó su voz. Guardó el vaso térmico en el bolsillo de su mochila especial para ello y subió a la parte de atrás de la bicicleta, pasando sus brazos alrededor de Daniel para sujetarse bien.
A Daniel se le cortó la respiración por un segundo, y le costó ponerse en marcha.
Tarde.
Daniel fue uno de los últimos en salir del colegio bajo el leve sol del mediodía de otoño, caminó desganado por los pasillos hasta su vieja y desgastada bicicleta y sólo cuando la divisó le llegaron los recuerdos de esa misma mañana, sonrió. Al llegar en la mañana las puertas estaban cerradas, así que Anna rápidamente se bajó de la bicicleta y, asegurándose de que no había nadie en la puerta alternativa para presenciar su llegada tarde, corrió adentro gritando 'Gracias'. Por supuesto, Daniel no tuvo tanta suerte y, luego de ponerle el candado a la bicicleta, se encontró a la encargada mirándolo de brazos cruzados y esperándolo. Por suerte, la mujer sólo le dio una advertencia.
Se disponía a sacar la llave del candado cuando escuchó pasos apresurados detrás de él, aunque no les dio importancia sino hasta que una delicada mano se posó en su brazo y lo sobresaltó, al darse la vuelta le sorprendió ver a Anna otra vez dirigiéndose a su persona, casi hasta parecía que no sabía cómo referirse a él.
— Mi nombre es Daniel. — Le contestó finalmente con el tono más relajado que pudo conseguir.
— Yo me llamo Anna... — Paró de hablar cuando Daniel se giró a desenrollar las cadenas de su bicicleta, en un intento por disimular su nerviosismo, aunque al instante volvió a mirarla, animándola a continuar. — Quería agradecerte por haberme traído hoy, quería hacerlo propiamente.