Lunes 27 de Abril de 2015.
Mañana.
Daniel se levantó un poco más temprano que de costumbre, escuchando sonido en la cocina. La mañana estaba fresca, así que se puso una campera antes de abandonar la habitación, aún somnoliento.
— Buen día, dormilón. — Le saludó su madre mientras él bostezaba.
— Buen día... — Fue lo único que pudo formular antes de realizar la situación; — ¿Volvieron anoche?
— Volví, papá tuvo que ir a otro lugar, así que aún no volverá. Yo me quedo en casa hasta nuevo aviso. — Daniel asintió y tomó asiento junto a ella.
Frente a él había una humeante taza de té que su madre le había preparado con anterioridad, a sabiendas de que despertaría enseguida, no se quejó y se dispuso tomarla.
— ¿Cómo va la escuela? — Le preguntó, Daniel no pensó la respuesta ni por un segundo.
— Las notas están bien, aunque la directora me llamó la atención por llegar muy tarde bastante seguido. Ahora llego a horario. — Daniel nunca le ocultaba nada a sus padres.
— Entonces más te vale seguir así.
No le respondió.
Al final, continuaron charlando sobre el viaje del cual ella recién había regresado, ya que siempre le relataba sus viajes de trabajo y Daniel siempre estaba dispuesto a oírla de buena gana. Continuaron la charla incluso cuando ambos habían terminado sus desayunos.
— Ya van a ser seis y media, ¿Vas a ir al colegio en bicicleta? — Le preguntó cuando terminó su relato, Daniel negó.
— No, caminando.
— Entonces andá a cambiarte. — Se levantó con pesadez, gruñó y tomó las tazas vacías. — Sin quejas.
Dejó las tazas en el fregadero y dedicó los siguientes diez minutos a alistarse sin ganas, no se esforzó ni siquiera por peinarse, y se vistió con lo primero que encontró en el armario. Ya le hacía falta lavar ropa. Para cuando volvió a la sala de estar completamente vestido y listo en busca de su mochila, su madre estaba sentada a en el sofá con una computadora portátil sobre las piernas.
Daniel se llevaba bien con ella, podía hablarle de cualquier cosa y lo sabía; tenían confianza, la clase de confianza que muchos querrían tener con sus propios padres, pero la verdad es que no tenían mucho de qué hablar en el día a día, y ella pasaba casi todo su tiempo trabajando desde casa, en la fábrica o de viaje, al igual que su padre. Se conocieron en el trabajo, cabe aclarar. Daniel le dio una última mirada.
— Ya me voy. — Anunció levantando la mochila del suelo al lado de la puerta. Descolgó las llaves y la abrió.
Su madre no contestó, pero ya estaba acostumbrado. Se colgó la mochila al hombro en el pasillo y se guardó las llaves en el bolsillo del buzo. Bajó las escaleras con lentitud, aún medio dormido y distraído. Alcanzó la salida a la calle y cruzó la puerta por pura inercia. Giró sobre sus pies y se dispuso a comenzar a alejarse del edificio cuando la escuchó.
— ¿Alguien despertó de malas? — Se detuvo.
Miró por encima de su hombro sólo para descubrir a Anna recostada contra su edificio, a un lado de la puerta. Le dedicó una sonrisa que él no tardó en responder justo a tiempo, puesto que ella comenzaba a pensar que su atrevimiento había sido una mala idea.
Anna se debatió mucho antes de tomar la decisión. Se levantó más temprano de lo usual, y dedicó un poco más de empeño en su apariencia esa mañana. Eligió su ropa con detenimiento, aunque sin pensar conscientemente en una razón en particular. Cuando salió a la calle no estaba segura aún de qué hacer, cómo acercarse a él. No lo había visto en todo el fin de semana, aunque tampoco es que ella haya salido de su casa... Para cuando salió no había rastro de Daniel, pero se decidió a esperarlo, y no tardó mucho en terminar recostada contra la pared al lado de la puerta de su edificio por alguna razón.
Daniel se sorprendió de sobremanera al ver a Anna allí, y terminó por recordar los sucesos del Viernes pasado. Ella se acercó a él.
— ¿Acaso es un pecado tener sueño tan temprano? — Le contestó finalmente cuando ella se le unió y comenzaron a caminar juntos.
— No, no lo es.
Ninguno de los dos supo más qué decir, cayendo en un silencio extraño. Anna se llevó la taza a los labios, reprochándose por su pobre respuesta.
— Linda taza de ositos. — Le señaló Daniel divertido. Anna alejó la taza de sus labios.
— Parece que con el apuro no me di cuenta de tomar el vaso térmico. — Le contestó enfurruñada.
Se reprochó a sí misma en silencio, sin comprender por qué se había equivocado. Apuró lo último que quedaba de café e intentó meter la taza en el bolsillo usual donde ponía el vaso térmico; no entró. La taza era muy grande.
Concentrada en hacer entrar la taza a la fuerza, la sobresaltó la risa de Daniel. Lo miró.
— Dame eso. — Le dijo extendiendo su mano hacia ella. Confundida, Anna le dio la taza. La guardó en el bolsillo para botellas de su mochila, en donde sí entraba. — Cuando volvamos del colegio y lleguemos, me la pedís.
— ¿Eso significa que volveremos juntos del colegio? — Se escuchó a si misma decir, al instante se avergonzó.
— Tomamos siempre el mismo camino, Anna. — Le contestó en tono de obviedad.
— Claro.
Siguieron caminando a la par, esta vez más cómodos con el silencio. Comenzaban a acostumbrarse a la presencia del otro, aunque no podían evitar mirarse cuando no se daban cuenta.
Daniel comenzaba a relajarse cerca de ella, había encontrado su voz otra vez y ya no le costaba hablarle ni estar a su alrededor, aunque por otro lado, Anna parecía lo contrario a relajada. A pesar de estar cómoda con la presencia de Daniel, seguía debatiéndose sobre cómo hablarle, qué decirle o cómo actuar... Parecía que los roles se habían invertido, aunque Anna es más valiente de lo que fue Daniel en un principio.