Miércoles, 6 de Mayo de 2015.
Mañana.
Las nubes negras por fin habían decidido dispersarse, dando paso al cálido sol a hacer su aparición esa misma mañana.
Anna se levantó más temprano que lo habitual, y se decidió por tomar un café frente a la ventana del comedor, como hacía mucho que ya no hacía. Tomó una taza, la depositó en la mesada y puso agua a hervir en el fuego, ignorando la cafetera. Su semblante hablaba por sí solo, caminaba arrastrando los pies, con la mirada perdida y los ojos hinchados y enrojecidos gracias al llanto. Hoy se cumplían cuatro meses, y Anna no podía evitar recordarlo a cada instante que su mente divagaba. El dolor ante el recuerdo de aquél día la inundaba sin piedad alguna, y su pecho temblaba mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas en abundancia.
El agua hirvió, y ella no tardó en secar sus lágrimas con la manga de su camiseta para comenzar a preparar ritualmente su café amargo, tal y como a ella le gustaba tomar todas las mañanas; junto a la estufa cuando hacía frío, y junto a la ventana los días calurosos. Nunca faltaba a su rutina, y ahora Anna tampoco lo haría.
Cuando el café estuvo listo, lo tomó con cuidado y caminó hacia la ventana, se sentó en el marco de ésta con delicadeza e intentó calentar sus frías manos con el calor del brebaje. El reloj de pared le indicaba que eran las seis con veinte minutos. Intentó serenarse, y así comenzó a beber su café. Le quemaba un poco la garganta, y el desagradable sabor que para ella tenía amenazaba con volver a subir de su estómago hacia su boca. Al beberlo, Anna no respiraba para poder sentir un poco menos su sabor. Cada taza de café le resultaba una tortura, pero así mismo la hacían sentirse en casa... En Alemania, con su tía, mientras bebía ese asqueroso café, sentía que ella estaba a su lado, a su alrededor enfrascada en su rutina mañanera; corriendo las cortinas, preparando el desayuno, llamándola a ella a gritos desde la cocina para que le ayudara antes de ir al colegio. Anna extrañaba todo eso con tanta desesperación y anhelo que su pecho dolía.
Tomaba el café a sorbos pequeños, miraba por la ventana el cielo y de a ratos cerraba sus ojos y se dejaba llevar por los innumerables recuerdos. Se perdió tanto en su memoria que, cuando intentó dar otro sorbo, realizó que la taza estaba vacía. La dejó a un lado, sintiéndose ahora un poco mejor, capaz de sobrellevar el día... Pero no el colegio.
Se quedó sentada allí, esperando a que el sol terminara de salir en el horizonte.
Pronto el reloj marcó las seis con cincuenta minutos, y ella no pudo sino desviar su mirada hacia la calle a la espera de ver a Daniel, quien no tardó mucho en aparecer. Él la buscó con la mirada, y se decidió a cruzar la desolada calle para esperar a Anna a un lado de la puerta de su edificio, no dispuesto a irse sin ella.
Anna lo observaba desde su ventana, debatiéndose internamente sobre qué hacer.
— ¿No vas a ir al colegio? — Preguntó Amara sentada a la mesa, ya levantada y con una taza de té entre las manos.
— No... — Contestó Anna distraída.
No le insistió, consciente de qué día era.
Finalmente Anna se levantó del marco de la ventana, el reloj marcaba las seis con cincuenta y tres minutos. Corrió a buscar un par de zapatillas y un abrigo que le cubría casi todo el cuerpo. No importándole su apariencia, y sin que Amara tuviera tiempo de replicar, salió por la puerta.
Daniel la esperaba preocupado en el mismo lugar que había adoptado minutos atrás, controlando la hora con regularidad en su reloj de muñeca. Se separó de la pared cuando escuchó pasos presurosos acercándose a la puerta del edificio desde dentro, Anna estaba a su lado en la vereda antes de que él pudiera asimilarlo, con su respiración agitada. Cuando prestó más atención fue consciente de su alarmante aspecto; sus ojos estaban rojos e hinchados, lo cual relacionó con que había estado llorando, además de que lucía cansada y con unas grandes ojeras debajo de sus ojos. No supo qué decirle. Ella tampoco. Guardaron silencio mientras ella conseguía regular su respiración, y un silencio espeso los inundó cuando lo consiguió.
Daniel fue quien lo cortó. — No traes tu mochila, y estás en piyama... — Señaló casi en susurros, ella finalmente reaccionó.
— No voy a ir al colegio. — Se apresuró a aclarar. — Bajé a avisarte, te vi desde la ventana esperándome.
— ¿Por qué no vas a ir? ¿Pasa algo? — Se animó él a preguntar, dando un paso hacia ella, pero Anna permaneció en silencio con la mirada algo perdida. — ¿Estás bien, Anna?
— Sí, yo sólo... Sólo no quiero ir hoy, ¿Sí? — Comenzó a alejarse de él, dispuesta a volver dentro del edificio, arrepintiéndose de su arrebato al bajar a verlo.
Pero Anna quería verle, por eso había bajado tan deprisa. Aun así, su melancolía y su intensa incomodidad ante preguntas no deseadas le ganaba a aquél otro sentimiento, aunque ambos estén presentes en su cabeza al mismo tiempo.
Daniel no entendía demasiado, pero sabía que algo estaba sucediéndole a Anna y que ella no iba a contárselo así como así. Lo comprendió, y decidió dejar de indagar.
Anna se debatía en la puerta, dispuesta a irse rápidamente si él soltaba alguna otra pregunta que a ella no le gustaría responder, pero no fue así.
— Está bien, entiendo. — Le dijo mirándola a los ojos. — Ya nos veremos mañana en el colegio, ¿No?
— Sí, claro, mañana no voy a faltar. — le respondió, un poco más tranquila.
Él podría haberse despedido sin más justo en ese instante, más sin embargo Daniel no podía quedarse tranquilo si no agregaba algo más, así que lo hizo; — Sé que no me incumbe Anna, pero si necesitas hablar podes hacerlo conmigo, y yo nunca te voy a presionar, ¿Sí? — Ella no le respondió. — Vuelve adentro, hace frío, nos vemos mañana.