Viernes, 8 de Mayo de 2015
Mañana.
Daniel hizo su camino al otro lado de la calle, consciente de que quizás hoy tampoco la vería... No sabía cuántas faltas al colegio podía tener Anna, pero intuía que eso no la detendría si realmente no quería ir.
Apoyó la espalda contra su edificio y miró su reloj; las seis con cincuenta y dos minutos. De repente, la puerta se abrió.
— Te tardaste, dormilón. — Le escuchó decir a Anna antes de siquiera poder verla.
Se paró derecho con rapidez y la buscó con la mirada. Sostenía su vaso térmico con una mano y con la otra la puerta, llevaba un buzo de lana enorme color beige y un gorrito marrón. Las ojeras y los ojos tristes habían desaparecido, ahora le sonreía mientras él la miraba sin decir nada.
— Daniel, ¿Te tildaste? — Le volvió a hablar cuando él no contestó.
— No, no. — Se forzó a pensar en algo que decirle. — Dale, vamos a llegar medio tarde como siempre.
— ¿Está bien…? — Fue lo único que Anna contestó, confusa.
Comenzaron a caminar mientras él, distraído, se reprochaba su comentario anterior e intentaba pensar en algo que decir para poder hablar con ella.
A medida que avanzaban en silencio, Anna le miraba, feliz de poder verle y pasar tiempo con él nuevamente, incluso aunque él estuviera todo serio y con cara de concentrado... Intentaba no reírse, pero era difícil.
— ¿Qué es tan divertido? — Se animó a preguntarle Daniel cuando la vio ocultar la sonrisa detrás de su pelo.
— Vos, ¿Podrías cambiar esa cara por favor? — Le dijo entre risas.
Daniel intensificó el gesto, intentando descifrar a qué se refería. Anna siguió riéndose.
— ¡Basta! Te ves gracioso.
— ¡Pero no sé a qué te referís! — Le dijo cambiando el gesto, Anna dejó de reírse.
— ¿En qué estabas pensando tan concentrado? — Le preguntó cuando se calmó.
— No estaba concentrado.
— Si, lo estabas, ¿Por qué no me decís? ¿Te da vergüenza? — Intentó picarle para que le dijera.
— Sólo pensaba en algo que decir para sacar conversación.
Anna lo miró con el ceño fruncido, pero al ver que Daniel lo decía enserio, contestó; — A veces sos rarito.
— Siempre podes buscar un amigo no tan rarito.
— No, me gustan raritos. — Cuando él la miró, ella le sonrió acercándose el vaso de café a los labios, apurando el paso y dejándolo atrás.
Anna no sabía por qué había hecho eso, y Daniel tampoco sabía qué le quería decir.
Llegaron tarde al colegio, pero esta vez no había nadie para anotar su llegada fuera de horario.
Tarde.
El timbre sonó y Daniel observó cómo todos corrían hacia la puerta mientras él simplemente se colgaba la mochila al hombro y ponía la capucha de la campera sobre su cabeza. Al salir al pasillo revisó en caso de ver a Anna esperándolo y logró divisarla en el segundo piso, a punto de subir al suyo. Se apresuró a bajar y alcanzarla antes de que lo hiciera, la tomó del hombro y la sobresaltó.
— Me asustaste, tarado. — Fue lo primero que le dijo antes de sonreír y darse la vuelta rumbo a las escaleras para volver a bajar.
— No hace falta que subas a mi piso cada día a la salida, ¿No es más fácil si yo bajo y te alcanzo afuera o en tu pasillo?
— Sí, pero me hago vieja esperando a que bajes, así que prefiero subir yo.
— Delicada. — Susurró, recibió un golpe de Anna en el brazo. — Muero de dolor. — Soltó con sarcasmo.
— ¡Cállate! — Le dijo empujándolo.
Daniel fingió que perdía el equilibrio. — Agresiva, ¿Así tratas a tus amigos?
— ¡Basta! — Le dijo ella, riéndose por fin.
Alcanzaron las puertas de salida y descubrieron la vereda casi vacía, la mayoría ya se había ido y solo había algunos grupos charlando dispersados y algunos esperando un colectivo.
Comenzaron a caminar juntos esquivando algunas personas hasta que dejaron de cruzarlas y el silencio reinó a su alrededor. No estaban incómodos, pero los dos estaban nerviosos ya que querían hablar y no sabían qué decir.
Anna se reacomodó la mochila en la espalda. — ¿Te es muy pesada? Puedo llevarla el resto del camino.
Ella le miró y se detuvo. — Cargo con mi mochila todos los días, creo que puedo llevarla Daniel, gracias.
— No parecía así hace unas semanas. — Le dijo divertido y comenzando a caminar.
— Sí podía, pero vos me la sacaste sin dejarme ni replicar y comenzaste a caminar. — Esta vez, su tono era de reproche. — Puedo perfectamente llevar mi mochila, presumido.
— ¿Presumido? ¿Por qué presumido?
— Porque presumís que tenés más fuerza que yo.
— Eso es obvio, ¿Pero por qué te presumiría eso? No tiene sentido.
— Cállate. — Le dijo en tono serio, Daniel comenzó a reír.
Se descolgó la mochila de la espalda, colgó las tiras en su brazo sin mucho esfuerzo ya que estaba casi vacía y, adelantándose a Anna, la detuvo y se agachó un poco. — Subí a mi espalda.
— ¿Qué? No, ¿Por qué?
— Te voy a dar una razón para llamarme presumido. Seguro que puedo llevarte todo lo que queda de camino a cuestas, subí.
— No. — Continuó caminando dejándolo atrás.
Daniel la alcanzó. — ¿No te animas?
— Si me animo, pero no voy a darte el gusto. Además seguro que empiezas a correr y saltar. — Él le sonrió. — ¿Ves? ¡Lo sabía!
— Bueno, está bien, sin correr y sin saltar, lo prometo. — Anna lo miró dubitativa. — Lo digo enserio.
— Si llegas a correr o a saltar, me compras un helado el Lunes. — Le dijo sin pensar, por dentro, Daniel se emocionó, sin embargo su rostro se mostró normal.
— Hecho. — Anna le sonrió, esperando secretamente a que él no cumpliera su promesa.