Lunes, 11 de Mayo de 2015.
Tarde.
Anna.
No fui al colegio, otra vez. A estas alturas debo de estar cerca de tener diez ausencias cuanto mucho, pero aun así es mucho considerando que recién estamos en Mayo.
La conversación que mantuve con Lea ayer me dio para pensar, así que terminé por desvelarme hasta tarde dándole vueltas al asunto, resultado; me quedé dormida. Amara dijo que intentó despertarme varias veces pero que siempre terminaba por dormirme nuevamente y no hacerle caso, así que cuando vio que se hacía la hora en que tenía que salir para el colegio y yo seguía luchando por poner un pie fuera de la cama, se rindió y se sentó a desayunar. No me sorprende, la verdad ella siempre fue del tipo; es tú responsabilidad levantarte y ser responsable, no mía, así que me sorprende que siquiera haya hecho el intento de despertarme.
Al final desperté como a las diez de la mañana porque dos autos casi chocan en nuestra calle y los bocinazos en medio del relativo silencio me hicieron saltar asustada. Ella no estaba, y me había dejado una nota diciendo que fue a hacer las compras. Cada vez nos acostumbramos más a la nueva rutina que tenemos juntas, lo cual es algo positivo. Todos estos meses hemos estado algo perdidas, y ahora por fin parece que las cosas comienzan a encajar.
Ahora mismo son las cuatro y media de la tarde y yo leo un libro en el sofá del comedor mientras ella va y viene en la cocina haciendo quién sabe qué. Creo que está cocinando algo, pero estaba tan concentrada en el libro cuando comenzó a hacerlo que sólo noté que estaba en la cocina cuando se le cayó una cacerola al piso. Decido cerrar el libro que tantas veces he leído ya y me acerco a la cocina.
La observo amasar sobre la mesada llena de harina. — ¿Galletas?
— Casi, pan.
— ¿Por qué haces pan?
— ¿Y por qué no? — Respondió mirándome por sobre su hombro. Continuó amasando. — No tenía nada que hacer, ¿Querés ayudar?
— Voy a salir en un rato con un amigo. — Me apresuré a contestar, ya que cocinar no se me da bien.
— ¿Con Lea?
— No, no, un amigo que conocí hace unas semanas. Vamos a ir por un helado.
Rápidamente contestó riéndose. — Mejor me reservo mis comentarios.
— ¿Por qué? Es mi amigo, y ya está. Nada más.
— ¿Es el mismo que todos los días te acompaña al colegio ida y vuelta? — Me sorprendí al instante y no supe qué contestar. — No soy tonta y tengo una ventana que da directo hacia la calle, además de que de la nada empezaste a salir a la misma hora todos los días cuando siempre salías cuando se te daba la gana, solo es cuestión de prestarte un poco de atención.
Me reí cuando ella me sonrió. — Bueno... Sí, voy a ir con él.
No me dijo nada. Al mirar el reloj, observé que eran las cuatro con cuarenta y dos minutos, así que me alejé de la cocina. La tarde parecía estar fría desde mi ventana, así que busqué algo abrigado; decidí usar la campera que había usurpado a Daniel, y ya que consideré que el resto de mi ropa estaba bien, me calcé un par de zapatillas y volví al comedor. Eran las cuatro con cincuenta minutos y Amara salía de la cocina descolgándose el viejo delantal que se había puesto para no llenar su ropa de harina. Lo dejó colgado sobre una de las sillas del comedor y me miró sonriente y de brazos cruzados. Yo me senté en otra silla y comencé a hamacar mis pies ya que no alcanzaban bien el piso. Ella se rió.
— ¿Qué pasa? — Pregunté contagiándome de su sonrisa. Negó con la cabeza y avanzó hacia el sofá.
Sin esperar respuesta suya, ya que me temía de qué tipo podría ser, me levanté y caminé hasta la puerta anunciándole que volvería más tarde, ella se limitó a despedirme diciendo que vaya con cuidado. Bajé las escaleras rápidamente y, al alcanzar la entrada del edificio, me limité a sentarme en el suelo a un lado de las escaleras a esperar que Daniel apareciera.
Quince minutos después, Daniel salió como un borrón de su edificio y atravesó la calle antes de que pudiera asumir que era él. Apoyé mi espalda contra la pared detrás de mí y le observé; se pasó una mano por el pelo mientras miraba hacia arriba, como si buscase algo, luego miró su reloj y se limitó a sentarse en el suelo al lado de la puerta, dándome la espalda. Me levanté de un salto e hice resonar mis pisadas para que las escuchara con el eco del lugar. Rápidamente lo observé levantarse de un salto y alejarse de la puerta justo cuando yo la empujaba para salir.
— Hola. — Fue lo primero que le dije, intentando no reírme. — Llegas tarde.
— No, vos sos la que llega tarde. — Se apresuró a contestar.
— Daniel, te vi llegar recién.
— Acosadora. — susurró lo suficientemente alto para que yo lo escuchara.
Me reí y comenzamos a caminar a la par como si fuéramos al colegio, en la misma dirección. Se sentía extraño estar con él así, sin nuestras mochilas, yendo a simplemente pasar el rato. Me ponía algo nerviosa. Generalmente la conversación fluye sin que nos esforcemos demasiado, pero hoy se siente distinto, aunque debo admitir que no estoy tan nerviosa como creí que estaría. Daniel parece tranquilo, decido observarlo mientras camina por unos instantes y lo noto absorto en sus pensamientos, distraído, así que lo observo sin miramientos hasta que él lo nota y me mira devuelta. Me sonríe.
— Daniel, ¿A dónde vamos? — Le pregunto, ya que no recuerdo ninguna heladería por acá.
— Anna, estaba siguiéndote a vos.
— Y yo a vos. — Ambos nos detenemos frente a un árbol y nos miramos, al final termino por reírme y él lo hace conmigo. — ¿Sabes qué? Hace frío, mejor no vayamos por ese helado, me lo voy a cobrar cuando haga calor.
— Como quieras, pero yo creo que el helado es mejor cuando hace frio.