Café Amargo

Capitulo 26.

Viernes, 15 de Mayo de 2015.

Tarde.

   Anna  sorbió un poco más de su te de manzanilla en silencio, mirando un punto fijo en la mesa. A su lado, Lea la observó dubitativo.

   — No entiendo cuál es el problema, sólo habla con él y ya está. No es tan difícil, sobretodo porque ya sabemos que te corresponde. — Le repitió.

  — No, no sabemos si lo hace. Estamos sacando conclusiones como viejas chismosas, pero él no dijo nada y en realidad no sabemos…

   — Me acabas de contar que estuvieron toda esta semana yendo y viniendo para todos lados de la manito, que el lunes tuvieron una cita, y que un día después intentó besarte. ¿Qué más confirmación necesitas además de esa?

   Anna habló por encima de la voz de Lea antes de que él terminara. — No, primero que no fue una cita, y segundo que no intentó besarme. Creí que lo haría, pero sólo estaba mirándome la boca, ¿Y si tenía miguitas de comida? ¿Y si solo estaba distraído? Eso no prueba nada.

   Lea suspiró, recostándose contra el respaldo de la silla. Ella siguió bebiendo su té ya casi frío.

   — Bueno, como sea, viniste a pedirme consejo porque dijiste que necesitabas una segunda opinión, que tus inseguridades no te dejaban ver con claridad, bueno, mi conclusión es esa; YO creo que te corresponde, y que deberías decirle cómo te sentís, derechito y sin frenos. — Se levantó, tomó su taza vacía y caminó hacia la cocina.

   Anna apuró lo que le quedaba de té frio y lo siguió rápidamente. Dejó la taza vacía en el fregadero mientras Lea lavaba la suya, y le sonrió cuando él la miró mal. Se sentó de un salto en la pequeña mesa que había en la cocina y volvió a hablar.

   — Entonces… Sí, hipotéticamente hablando, decidiera decirle, ¿Cómo debería hacerlo? — Le preguntó con timidez.

   Lea, dándole la espalda, sonrió sabiendo que ya la había convencido.

   — Fácil, espera a la próxima vez que él te diga o conteste algo que fácilmente se puede pensar de otra forma, y le decís. — Anna hizo una mueca, no muy convencida. — Bueno, lo admito, eso no suena bien. Pero la verdad es que no lo sé, nunca me declaré a nadie.

   — Mejor simplemente espero. Quizás tengas razón, y de todos modos si me rechaza, al menos me saco la duda y averiguo cómo se siente él.

   — Te juro que a veces me dan ganas de zarandearte, ¡Es obvio que le gustas! Los amigos no se agarran de la manito así, somos amigos y las únicas veces que te agarré la mano fueron cuando estábamos en la calle, te distraías y tenía que arrastrarte para que no te choquen o te pise un auto, y mucho menos se miran los labios, Anna, te puedo asegurar que si no te alejabas de él, Daniel te clavaba un beso, no seas boba. Y ni siquiera entiendo por qué te alejaste en primer lugar, si vos también querés.

   —Porque soy tarada, por eso. — Respondió bajándose de la mesa y caminando al comedor. — Y de todos modos sigo sin creer que quisiera hacerlo.

   Anna miró el reloj de pared del comedor y realizo que eran las cinco y media de la tarde, Amara volvería del trabajo como a las seis y quería estar en casa para entonces, así que cuando Lea volvió al comedor, le anunció que ya debía irse y que se verían el Lunes. Él se ofreció a acompañarla a casa, pero ella le insistió en que quería caminar sola y pensar un poco, prometiéndole ir por las calles más concurridas y asegurándole que tendría cuidado. Tomó su campera de un lado de la puerta y se despidió de su mejor amigo antes de salir por la puerta hacia la calle.

   Como el invierno se acercaba cada vez más, el sol se ocultaba más rápido cada día. Algunas de las farolas de la calle ya estaban encendidas, aunque aún no era de noche. Caminó a paso rápido a través de las veredas vacías y no tardó demasiado en alcanzar la calle principal que la llevaría directamente a su casa si la seguía, pero una vez que la alcanzó simplemente se dió cuenta de que, en realidad, no le apetecía en absoluto volver a casa, pero tampoco se le ocurría algún otro lugar apetecible para pasar el rato. Quería estar sola. Mientras caminaba lentamente pensó en ir al parque, pero decidió no hacerlo a no ser que quisiera morir de frio, así que sin pensarlo demasiado tomó rumbo hacia la cafetería que tan conocida le era desde que había llegado de forma permanente a Argentina. Había pasado horas y horas en ese lugar cuando recién arribó, en busca de algo de soledad. A cada minuto que pasaba, Anna se sentía más apurada por llegar a ese reconfortante lugar. Sus pasos presurosos resonaban en las baldosas del suelo, iba tan ensimismada en llegar a dicho lugar que, al doblar una esquina, chocó de frente contra alguien más de tal forma que sus pies perdieron el equilibrio y cayó de espaldas al suelo. Golpeó su espalda y sus codos en la caída, y cuando levantó la mirada un hombre alto le devolvió la mirada con furia, levantando una bolsa del suelo.

   — Fíjate por dónde vas. — Le dijo bruscamente, y se alejó de ella dejándola en el suelo.

   Conmocionada, se tomó el brazo y reprimió un gritito de dolor; probablemente le saldría un moretón, se incorporó como pudo, sentándose en el suelo, no lista para levantarse aún, pero de todas formas lo hizo. Continuó su camino, esta vez con más precaución, y finalmente empujo la puerta liviana de la cafetería. María estaba en el mostrador, detrás de la caja registradora con su pequeña hija, Mia, en brazos. Se acercó a ella, sonriente, pero al pararse frente a ella se quedó sin habla. Se suponía que le saludara y le pidiera algo si quería permanecer allí, pero la realidad era que no tenía ánimos como para consumir nada. No podría quedarse. Suspiró, derrotada, decidiendo rápidamente que volvería a casa sin más.

   — Hola, solo pase a saludar. — Dijo por fin.

   Ese fue el inicio de una breve conversación cordial que Anna ni siquiera pudo registrar con claridad, así que luego de unos pocos segundos volvió a empujar la puerta de salida rumbo a casa. ¿Qué le pasaba? Estaba tan distraída, tan pensativa, que estaba dando vueltas y vueltas sin parar, sin saber a dónde dirigirse. ¿Qué era lo que necesitaba pensar tanto, de todos modos? Eso tampoco lo sabía. Su dilema era tan estúpido y superficial que hasta le daba risa. Se permitió restarle importancia, ¿Qué importaba si no la correspondía? Daniel le parecía una persona hermosa, y se sentía afortunada de poder llamarse su amiga, de compartir tiempo con él, de conocerlo, y eso era suficiente. ¿De qué valía ser sincera en cuanto a sus sentimientos si corría riesgo su amistad con una persona tan maravillosa? Y entonces, en ese momento, todos los consejos que Lea le había dado, todas las razones que le había enumerado para darle valor, fueron olvidadas y dejadas atrás, porque Anna acababa de decidir que sus sentimientos seguirían siendo un secreto, y no pensaba cambiar de opinión.



#37430 en Novela romántica

En el texto hay: romance, cafe, amor y conflictos

Editado: 06.01.2021

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