Lunes, 18 de Mayo de 2015.
Mañana.
Anna.
Vuelvo a cerrar las cortinas luego de decidir que la mañana se ve demasiado fría desde mi ventana. Dejo mi mochila sobre la cama con delicadeza en mi odisea por vestirme y peinarme, lo cual hago con rapidez. Al terminar, lo único que me hace falta para poder salir de casa es preparar un buen café. Me quedo quieta un segundo antes de abrir la puerta y escucho a Amara en el comedor, la televisión está encendida y no tardo en imaginármela desayunando como habitualmente hace, con una humeante taza en sus manos. Cuando abro la puerta de mi habitación y me asomo al salón/comedor, la veo y lo compruebo; ella inmediatamente aparta la mirada del aparato y la posa en mi figura mientras me apresuro a la cocina. La escucho ponerse de pie, siguiéndome, y por alguna razón me inquieto. Me apuro en alcanzar las alacenas en busca de lo que necesito antes de que ella se pare en medio de la puerta sin dejar de mirarme.
— No hay café. — Declaro sin girarme a verla.
— Lo sé. — Su respuesta me sorprende, me giro para enfrentarla. — Anna…
— Ya hablamos de esto ayer.
— Sí, pero me preocupas ya es demasiado, no es sólo un café por la mañana y ya está, son cuatro o cinco todos los días y no es sano, no está bien, solamente quiero ayudarte.
— ¿Crees que no sé que no es sano? — Hablo con voz queda. — ¿Crees que no sé que me hace daño?
El silencio nos inunda, nos envuelve, pero su voz en susurros me detiene cuando estaba a punto de dar un paso y abandonar la habitación.
— Si lo sabes, ¿Por qué no te detienes? ¿A qué viene todo esto?
La respuesta brota de mi boca como una exhalación. — Porque es lo único que me reconforta, que me hace sentir que ella está conmigo, que el tiempo no pasó.
— Fue hace meses, Anna, y entiendo tu dolor pero ya deberías de haber superado el duelo.
— ¿Cómo podes decir una cosa así? — Cierra su boca rápidamente y me mira en silencio, casi sin expresión. — Ella era como una madre para mí, no, ¿Sabes qué? Lo era, ella era mi mamá, la persona que me crió, me cuidó, me amó. Decime, ¿Dónde estabas vos cuando comencé mi primer día en el colegio? ¿Dónde estabas cuando actué en mi primera obra de teatro, o cuando aprendí a andar en bicicleta? — Su rostro no denota ni siquiera un intento por decir algo, defenderse. — Exacto, ni siquiera lo recuerdas. Así que no me hables de superar el duelo, porque acabo de perder a la persona más importante y preciada en mi vida, y no sabes ni un poco cómo me siento.
Muevo mis pies con rapidez para huir de la habitación. Espero oír algo por su parte, pero solo nos rodea el silencio.
En menos de un segundo empujo la puerta de mi pequeña habitación y agarro la mochila de un tirón, las lágrimas de rabia e impotencia me nublan la visión pero conozco este lugar de memoria. Tomo mis llaves de la mesa de luz, arranco una campera que cuelga de una silla y me abalanzo hacia la puerta de entrada para salir del departamento. Estoy segura de que correr por las escaleras así no está bien, podría hacerme daño, pero honestamente lo único que quiero es alcanzar la calle y alejarme de este lugar por un rato. Amara nunca se disculpa, nunca lo hizo, siempre se limitó a actuar como si nada pasara luego de una pelea, o de una discusión, pero honestamente creí que esta vez sería diferente… Me equivoqué.
Cuando alcanzo el segundo piso me detengo y respiro profundamente, limpio las lágrimas que cayeron por mi rostro e intento serenarme para que no caigan más. La verdad, dudo que luzca presentable, pero es lo mejor que puedo conseguir. Continúo descendiendo por las escaleras hasta alcanzar la pequeña entrada del edificio y me apresuro a la puerta de salida, sin siquiera pensarlo ya estoy tirando de la manija, y cuando intento avanzar hacia adelante me golpeo contra algo que me envuelve.
—Anna, ¿Qué pasa? — No tardo en escucharle decir. Comienzo a llorar otra vez, esta vez producto del cansancio, de la rabia, la desesperación. Me inunda una sensación abrasiva que me impulsa a querer estar sola a toda costa, a alejarme de él y empujarlo lejos. — Anna, Anna, ¡Tranquila!
— ¡Cállate! — Intento alejarme de él. — ¡Daniel, déjame!
— ¡No te voy a dejar hasta que no te calmes! — Siento sus brazos alrededor de mí envolviéndome con fuerza, comienza a susurrar cosas en mi oído mientras yo intento alejarme, pero enseguida desisto de hacerlo. Me obligo a calmarme, ¿Qué estoy haciendo? ¿Desde cuándo yo reacciono así?
Me relajo de golpe y siento cómo acaricia mi cabello con suavidad mientras yo suelto las últimas lágrimas antes de calmarme. Siento su ropa húmeda en contacto con mi rostro, culpa mía. Ahora no me da la cara para mirarlo, pero entonces siento cómo lentamente su mano se posa a un lado de mi rostro y me aleja de su pecho para mirarme; cierro mis ojos.
— Lo siento… — Susurro con la voz casi ausente.
— No hace falta que digas eso, está bien. ¿Ya te sentís mejor? — Abro mis ojos y lo primero que veo es cómo él me mira a mí fijamente.
Me alejo un poco de él, pero no me deja hacerlo demasiado ya que su agarre en mí no parece que vaya a aflojarse pronto, se siente como si temiera que si lo hace, me vaya a desmoronar. Su mano sigue sobre mi rostro, y no puedo evitar reprocharme a mí misma. Se suponía que, después de lo que pasó el viernes, todo estaría bien y seriamos felices, que yo sería feliz de verdad por primera vez desde que arribe aquí, pero acá estoy; llorando después de un fin de semana de discusiones con Amara… Aunque la de esta mañana fue por lejos la peor. Es como si fuese a propósito.
— Estoy bien. — Me escucho decir con firmeza luego de un instante. Daniel baja su mano y me suelta por completo, mirándome. No necesito levantar la mirada para darme cuenta de que no me cree pero, una vez más, respeta mis palabras y no me presiona en absoluto.