Sábado, 30 de Mayo de 2015.
Tarde.
La tarde era fría, lluviosa y gris. Anna observaba el cielo apoyada contra su edificio, envuelta en un enorme camperón marrón.
Daniel la observó desde su ventana antes de ir a buscar una campera y correr hacia las escaleras que lo conducían a la calle. En menos de dos minutos, Anna lo divisó saliendo por la puerta y cruzando la calle. Se separó de la pared y ni bien él puso un pie en su vereda, ella envolvió sus brazos a su alrededor.
Daniel rió, tambaleándose. — ¿Qué pasa? ¿Por qué estás acá en el frío y sola, tonta? — Ella sólo lo abrazó más fuerte.
— Sabía que si me veías desde la ventana ibas a bajar. — Contestó unos segundos después.
— Anna, ¿Es enserio? ¿De verdad estabas acá en el frío esperando a ver si por alguna casualidad te veía por la ventana? — Asintió, sin separarse de él. Daniel no pudo hacer más que reírse. — ¿Hace cuánto estás acá afuera?
— Sólo diez minutos, tranquilo, además no tengo frío para nada. —Ante lo último, esta vez sí levantó su rostro para devolverle la mirada. Ella sonreía, y Daniel no pudo no sonreírle devuelta. — ¿Y si caminamos un rato? — Sugirió.
— Está bien, ¿Hacia dónde, enana? — Se separó de él lo justo para pegarle suavemente en el hombro a modo de queja, pero pronto tomó su mano y entrelazó sus dedos con los de él.
— Vamos a esa plaza que me mostraste una vez.
En silencio, Anna lideró la caminata por las primeras dos cuadras. Se la notaba feliz, entusiasta, emocionada, Daniel no pudo sino preguntarse a qué se debía este repentino y notable cambio de humor en consideración con los últimos días. Sin confabular más, le habló.
— Hoy estás de muy buen humor, ¿Pasó algo importante y me lo perdí? — Le dijo con tranquilidad en tono bajo, no buscando presionarla a hablar si ella no lo quería así.
— Si, de hecho, por eso quería verte y hablar con vos. — Se detuvo, entonces, para revisar una calle antes de cruzarla. Volvió a hablar. — Te lo voy a contar cuando lleguemos a la plaza. — Volteó su rostro hacia el de él y le sonrió, Daniel le devolvió la sonrisa sin objetar nada más por el resto del camino.
No tardaron demasiado en divisar la pequeña plaza a la que habían ido tan solo una vez hacía varias semanas, ahora el camino les parecía mucho más corto que aquella vez. Recorrieron las desiertas veredas aún agarrados firmemente de la mano, alcanzaron la entrada a la pequeña placita y recorrieron el camino de piedra que los llevó ante la gran estatua del centro, se sentaron en uno de los bancos a su alrededor y sólo en ese momento se soltaron las manos. — Arreglé las cosas con mi madre, hablé con ella y aclaramos las cosas. Ahora se respira un aire diferente en casa. — Le soltó ella de pronto.
— Anna, te dije que todo se iba a solucionar y que iba a estar bien, estoy feliz por vos. — Ella se recostó sobre su hombro, sonriente. — Además, ¿Quién puede permanecer enojado con vos por mucho tiempo? Nadie.
— Sí, claro. Me sorprende que vos me aguantes tanto.
— Y te voy a aguantar por tanto tiempo como me dejes, tonta. — Anna rió.
— ¿Es que no podes decir algo lindo sin insultarme?
— Solo te dije tonta con cariño, no seas llorona. — Le sonrió, mirándola.
Guardaron silencio entonces. Anna miraba la estatua, que combinaba con el cielo nublado y gris de fondo. Daniel la observó en todo momento, ya sin un ápice de ese miedo que siempre tenía ante la idea de que ella lo descubriese mirándola. La verdad es que desde que ese miedo lo había abandonado, no intentaba nunca ocultar sus sentimientos hacia ella. La observaba, la abrazaba, tomaba su mano… Se dejaba llevar por sus emociones y, cuando se ponía a pensar en ello, los días en los que la observaba y creía que nunca podría hablarle le parecían un sueño lejano y difícil de recordar. Ahora no podía imaginarse los días sin ella, sin su sonrisa, sin sus tonterías.
Anna notó su mirada posada en ella, y sonrió a su vez. Todavía recordaba ese primer encuentro extraño cuando comenzó a caminar a su lado aquella mañana otoñal de Abril, las cosas habían cambiado bastante desde entonces.
Ella tomó el brazo de él y lo estrujó con los suyos, comenzando a su vez a jugar con su mano mientras sonreía.
Daniel se limitó a dejarla hacer y apoyar su cabeza sobre la de ella mientras cerraba sus ojos y suspiraba, tranquilo.
— Daniel. — Le llamó Anna luego de un corto rato, dejando su mano en paz.
— ¿Sí? — Le contestó él luego de haberse incorporado bien nuevamente a su lado, mirándola, ella se volteó también a su vez para mirarle.
Vaciló unos instantes, mirándole a él a los ojos antes de hablar. — Te quiero. — Le susurró.
Daniel sonrió con dulzura entonces, ella desvió su mirada hacia el suelo, pero él rápidamente la tomó del mentón con su mano helada y la obligó a volver a mirarle, sintió cómo a Anna le recorría el cuerpo un escalofrío, pero le pasó desapercibido el rápido latir de su corazón, al mismo ritmo que el suyo mismo. Lentamente acercó su rostro al de ella, sin miedo, dejándole un tierno beso sobre los labios fríos.
— Yo también te quiero, Anna, te quiero muchísimo.
Ella le devolvió la sonrisa antes de envolver su cuello con ambos brazos y volver a besarle.