Sábado, 13 de Junio de 2015.
Tarde.
Anna.
Las calles están vacías cuando abandono la casa de Lea a las tres de la tarde, con la mochila al hombro y los nervios a flor de piel. El cielo está nublado y el día, frío.
Hablé con mi padre hace tres días, y aunque no pude descifrar exactamente cómo se siente respecto a mí o a mi repentina llamada, habló conmigo un rato, haciéndome preguntas sobre mi vida. Le conté lo importante, que viví toda mi vida con Rai, su hermana, y por eso tengo su apellido, que siempre estuve en contacto con Amara hasta que tuve que vivir con ella… Tuve que decirle que su hermana había fallecido. No sé cómo se siente respecto a eso tampoco, puesto que luego de una larga pausa rápidamente se recompuso y siguió intentando saber sobre mí. Al final, luego de hablar con él por al menos unas tres horas, me pidió que le diera mi dirección y me aseguró que el Sábado vendría personalmente a conocerme y hablar con Amara, me pidió que por favor le avisara a ella de todo esto… Hoy es sábado, y no le he dicho nada.
Le dije a Daniel que quería volver a casa sola antes de que se ofreciera a acompañarme, y él no dudó en aceptarlo y comprenderlo, aunque ahora que el día llegó no me quejaría si lo tuviera a mi lado, sujetando mi mano al menos.
No sé cuándo llegará él, pero espero llegar antes. Apresuro el paso ante ese último pensamiento y me acomodo el pelo detrás de las orejas.
Diez minutos después, camino lentamente hacia la puerta del edificio donde vivo. Saco las llaves del bolsillo, abro la puerta y me adentro al descansillo vacío.
Los pasillos están igual vacíos y silenciosos, como siempre, pero hoy no puedo evitar prestarle mucha más atención mientras mis pasos suenas por las escaleras. Cuando me paro frente a la puerta correcta y pongo la llave en la cerradura, ya tengo el corazón algo acelerado y me cuesta concentrarme en otra cosa.
Detrás de la puerta Amara me espera de pie frente a una de las sillas del salón comedor. Cierro la puerta a mis espaldas, apoyándome en ella y mirándole el rostro fijamente, y luego me acerco hacia el pequeño sofá de la esquina en silencio, cerca de la ventana, dejo mi mochila en el suelo a un lado y tomo asiento.
— ¿Anna? — Susurra, acercándose.
Me fuerzo a mi misma a no despegar la mirada de la ventana. — Voy a preguntarte algo y quiero que me respondas con total sinceridad, ¿Está bien? — Me limito a contestarle.
Espero su respuesta, pero sólo recibo silencio, así que cierro los ojos y decido girar la cabeza en su dirección. Ella sigue de pie en el mismo lugar, pero esta vez mirando en mi dirección. Luego de algunos instantes, asiente con la cabeza y vuelve a sentarse.
— ¿No hay nada más que nos hayas ocultado, a Rai y a mí, en todo este tiempo? ¿Realmente ya no hay más secretos?
Esperaba una respuesta inmediata, pero recibo silencio una vez más. Con el pasar de los segundos, me doy cuenta de que está rebuscando en su memoria… No sé qué pensar de ello.
— No hay más secretos. — Declara con voz firme, levanta la mirada hacia mí. — Lo prometo, te prometo que no hay nada más.
Asiento con la cabeza. — Está bien, espero que sea así.
Me relajo contra el respaldo del sofá con un suspiro y vuelvo a mirar a través de la ventana, busco de forma automática la ventana de Daniel.
Ninguna de las dos dice nada más, ya que no sabemos qué decir. Amara sabía dónde he estado estos días, así que no hay razón para una reprimenda. Tampoco hay mucho que decir sobre cómo me siento, ya que eso ya quedó bastante claro. Nos limitamos a guardar silencio, sin más.
Algunos minutos después, suena el timbre en toda la casa y Amara se sobresalta, mirándome con confusión. Me pongo de pie rápidamente, llave en mano, y corro hacia la puerta de entrada.
— Es Víctor. — Le anuncio a Amara con la manija en la mano, cierro la puerta antes de averiguar su reacción.
Corro a través de las escaleras, bajándolas de dos en dos, con el corazón en en la garganta y las manos sudadas.
Me detengo abruptamente al alcanzar el descansillo y ver, a través de los vidrios falsos, a un hombre de espaldas a mí, con un bolso de viaje colgándole de la cadera. Parece escuchar mis pasos, ya que comienza a darse la vuelta, pero me apresuro a alcanzar la puerta y abrirla de un tirón.
Frente a mí, me encuentro de pleno con un hombre mucho más alto que yo, tiene pantalones negros de vestir y una camisa azul intenso. Cuando levanto la mirada, miro su cabello marrón oscuro con detalle, del mismo tono que el mío, y cuando llego a sus ojos azules noto que me está mirando fijamente, con sorpresa.
— ¿Anna? — Me dice, con sorpresa.
Me inundan unas repentinas ganas de llorar.
•--·--•
Amara se levanta de un salto de su silla en cuanto yo abro la puerta del departamento, con Víctor detrás de mí. Parece estar a punto de gritarme pero, al ver al hombre a mis espaldas, se detiene y guarda silencio.
Todo color abandonó su rostro mientras se lleva una mano al pecho y da un paso hacia atrás, moviendo la silla con un chirrido. Al mirar a Víctor, le veo observarla fijamente también, con sorpresa.
Cierro la puerta y me hago a un lado, acercándome a la silla más alejada, la que está cerca de la puerta a la cocina, y me siento a observarlos.
Por algunos instantes, nadie dice nada.
— Amara… — Dice Víctor finalmente, mirándome por un breve instante antes de volver la vista a ella. — Tenemos mucho de qué hablar, ¿No te parece?
— Tú y yo no tenemos nada que hablar. — Le dice firmemente, recomponiéndose.