—¡Este restaurante es divino! —exclamó una mujer muy cercana a su mesa, de tal forma que no solo ella pudo escucharla, sino muchos—. ¿No lo crees, querido?
—Sí, es perfecto —respondió saboreando su vino—. Comida deliciosa, buen ambiente, vino excelente.
—Se llama maridaje, querido, la perfecta combinación de la comida y el vino —intentó corregirle, era su modo de darle unas clases de etiqueta.
—Ya sé, solo decía —contestó sin darle mucha importancia.
—¡El maître es excelente! Si no fuera por su recomendación no sé qué clase de vino estaríamos tomando. No es por nada, cariño, pero tienes un pésimo gusto para escogerlo... —Al decir esto, las jóvenes que estaban en la mesa de al lado rieron disimuladamente. Acababan de llegar y aún no eran atendidas, pero sí que habían visto al maître.
—¡Ves lo que provocas! —dijo irritado al notar las risas de las jóvenes. La mujer le pidió disculpas y no volvieron a pronunciar palabras de momento.
—¿No que el mejor servicio y no sé qué más? ¿Por qué no vienen? —dijo un poco molesta una de las chicas.
—¿Es que no ves que están ocupados? Hay un grupo grande por allá. —Anne señaló con disimulo a la mesa donde había unas veinte personas. No habían llegado hace mucho rato, pero para esas chicas si no lamías el piso por donde andaban es porque no te esforzabas lo suficiente. Cielos, ya hasta había olvidado como era la gente de ese círculo social.
—Bueno, pero todos somos importantes, ¿no? —siguió la otra.
—Cierra la boca —le dijo una de ellas—, y prepárense porque ahí viene. Es tan sexy... —decía como derritiéndose.
—¿De quién hablas? —preguntó Anne, estaba de espaldas y no entendía tanto alboroto.
—Ya van dos veces que venimos aquí —le contestó—. Ahora vas a ver por qué, está demasiado...
—Buenas noches, señoritas. —Las tres tuvieron que reprimir un suspiro pues al fin lo tuvieron al frente. Cuando Anne lo vio entendió de inmediato porque sus amigas estaban como locas antes de entrar, por andar distraída viendo la decoración no se fijó bien en el Maître cuando las recibió—. Lamento haberlas hecho esperar tanto, sobre todo a tan distinguidas damas que ya por tercera vez que nos honran con su presencia.
—¿Nos recordaste? —dijo una de ellas con una coqueta sonrisa.
—¡Por supuesto! Tanta belleza es difícil de olvidar. —Al decir eso las tres rieron risueñas, excepto Anne que aún seguía mirándolo. Era difícil creer que un hombre tan guapo como él sea un maître. Había visitado muchos restaurantes a lo largo de su vida, pero era la primera vez que las recibía un tipo tan agradable, además de que la forma en que le quedaba el smoking era simplemente perfecta—. Y veo que han traído a una amiga —dijo posando sus ojos con Anne. Por unos segundos sus miradas se quedaron fijas el uno en el otro, hasta que ella misma la bajó un poco sonrojada al notar la bella sonrisa que asomaba en el rostro del joven maître—. Un placer tenerla acá, señorita, espero que disfrute la comida el día de hoy.
—Gracias, tengo muy buenas referencias —contestó superando aquel momento en que casi se le va el aliento—. Y dígame, ¿cuál es la especialidad para esta noche? Me gustaría que me recomiende alguno de los platos —dijo mientras le echaba un ojo a la carta.
Le gustaba la comida, cosa que muy pocos se creían con lo delgada que era. Pero eso no era su culpa, había que agradecer a la genética y a los ejercicios regulares. Empezó a leer la carta con mucho cuidado, cuando tenía dudas sobre alguna cocción preguntaba sin miedo y pedía más detalles de los platos de su interés. Cameron notó que la joven sabía de cocina, quizá era chef, quizá crítica o simplemente una aficionada, pero respondió todas sus preguntas con absoluta seguridad.
Anne Marie Leggat era hija única de una rica familia de ese lado del país. Con un padre con negocios en todo el mundo e importantes acciones, la chica había gozado de una vida de lujos siempre. Pero hace tres años que vivía en Europa, primero en Londres, luego París, Berlín, Praga y Roma. Aunque era rica, por una especie de arranque de rebeldía decidió irse y hacer su propia vida al otro lado del mundo.
Trabajó como publicista en varias empresas, tenía un blog más o menos famoso sobre tips para viajes y vida en Europa, además de su cuenta de Instagram que cada día contaba con más seguidores. No era una celebridad, ni siquiera un poco cerca de las Jenner, pero sí era conocida. Y claro, siendo rica, además de vivir tanto tiempo en esas ciudades, por supuesto que iba a los mejores restaurantes. Tenía buen paladar, sabía de vinos, de cocina gourmet, de maridaje. Y a diferencia de sus amigas que fueron solo a derretirse por el maître, ella estaba ahí por curiosidad de probar las maravillas de The Oak Room.
—Excelente elección —le dijo Cameron. Después de tomarse su tiempo, Anne incluso escogió los platos para sus amigas, quienes no se opusieron para nada. Aunque fue él quien hizo la sugerencia del vino, y confió en su elección—. El pedido llegará en unos minutos, voy por su vino. —Cuando Cameron se fue, todas volvieron a suspirar encantadas.
—¿Cómo puedes ser tan fría con él? Eres mala, ¿sabes? Y él que es tan lindo...
—¡No he hecho nada malo!
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Editado: 04.10.2023