Al fin era lunes, y cerca de las siete de la noche cuando Adriano apagó su auto en el estacionamiento de Le Cordon Bleu. El lunes era el único día en que The Oak Room no atendía al público, por lo que era una oportunidad para todos los trabajadores de descansar y arreglar algunos asuntos. Ese día Adriano se encargó de dejar todo en perfecto orden, supervisó los pedidos de insumos del restaurante, hizo una inspección y asistió a una reunión en la mañana. Así que iba a tener la noche libre para poder quitarse el estigma del ingrato y visitar a su primera maestra de cocina.
No pudo ocultar una sonrisa cuando entró y vio que algunos alumnos ya salían de sus clases. Se recordaba a sí mismo con ese uniforme de cocina saliendo entre amigos y comentando lo que habían hecho ese día. Aquellos días en la escuela de cocina fueron muy felices para él, aprendió mucho, se divirtió e hizo valiosas amistades, como la chef Helda. Casi no recordaba cuanto tiempo llevaba sin verla o sin conversar con ella siquiera por teléfono, quizá dos años a más. La culpa por haber sido tan ingrato lo estaba haciendo sentir peor en los últimos días, así que esa sería una perfecta ocasión para retomar el contacto.
Subió al ascensor, a su mente regresaban imágenes de esa primera clase de cocina donde conoció a la chef. Todos lucían bastante tímidos, incluso para encender el fuego de la estufa. Pero él desde el primer día mostró su talento para la cocina adelantándose a las clases y recetas. Estaba casi todo el tiempo al lado de la chef como si fuera su asistente, ella le corregía algunos detalles, le enseñaba algunos trucos y le daba tips para mejorar. Después todo se le hizo más fácil en los otros cursos, Adriano siempre admitía que si era buen cocinero era gracias a ella.
Bajó del ascensor y caminó hacia la enorme aula de cocina básica. Estaba mejor de como la recordaba, más amplia y con nuevo equipamiento. De lejos vio a la chef Helda de espaldas, estaba revisando unos papeles y no advirtió la presencia del visitante. Solo hasta que escuchó unos golpecidos en la puerta de vidrio.
—¿Se puede? —preguntó él, sonriente.
—No puedo creerlo —dijo ella emocionada al verlo otra vez—. Es el chef Hartmann, mi hijo pródigo.
—Siento tanto no haber venido antes, he sido muy idiota —dijo con tristeza mientras se acercaba a ella.
—Nada de eso, Adriano. Has estado muy ocupado, eso es todo. ¡Ven acá a darme un abrazo!
Se acercaron ambos a la vez y se abrazaron fuerte. La mujer no pudo ocultar su emoción al volver a verlo. Era ya mayor y no tenía hijos, pero él había sido como uno de verdad. Adoraba a su muchacho, ella estuvo presente en cada uno de sus triunfos hasta que poco a poco él se fue alejando. Pero ya no importaba eso ni quería culparlo, solo le importaba que él había ido a visitarla ese día. Él también la extrañó mucho, de todas las personas que había conocido ella era quien más entendía su pasión por la cocina. Y aunque se estaban reencontrando, la culpa por haberla dejado de lado tanto tiempo seguía presente.
—Me hace muy feliz verte —le dijo ella después de un rato—. Estoy segura de que has dejado muchas cosas de lado ahora que eres un importante chef.
—Eso no es nada, quería hacer esto hace un tiempo. —De pronto a él le pareció escuchar que la puerta del almacén se abría y giró la cabeza inmediatamente a ver quién era.
—Olvide decírtelo, tenemos compañía —le dijo la chef con una enorme sonrisa, aunque Adriano se quedó sin expresión al ver quien salía de ahí.
—Ya terminé el inventario —dijo Priss al salir—. Solo falta hacer un pedido de pasta y... —Ella también se quedó sin habla al verlo ahí. Para Priss era costumbre ir todos los lunes a ver a la chef Helda y la ayudaba con el inventario, cocinaban algo juntas, entre otras cosas.
—Bueno, supongo no es necesario que los presente —dijo la chef acercándose a Priss y tomándola de la mano hasta llevarla cerca de donde estaba Adriano aún parado—. Por si no te habías dado cuenta, Priss es parte de tu brigada de cocina, es practicante.
—Lo sé —contestó él al fin—, y si la conozco. Hola, Priss —dijo, pues no quería provocar una situación incómoda justo el día del reencuentro con su maestra.
—Hola... —dijo ella un poco nerviosa—. Si nos conocemos, no se preocupe.
—Ella siempre viene todos los lunes, como tú lo hacías hace tiempo —dijo la mujer con cierta nostalgia—. ¡Es tan bueno verlos a los dos juntos! Ambos son mis mejores alumnos, ¡son tan parecidos! —Sin querer, ella se sonrojó ante ese comentario, pero él no pudo menos que sonreír al saberlo.
—Pues si es así la vigilaré más de cerca, si usted misma afirma que ella tiene mucho talento en la cocina no lo dejaré pasar como una simple practicante.
—No es necesario —dijo Priss—, apenas he entrado a The Oak Room, me siento bien en el área que me han asignado. Todavía me queda tiempo y mucho por aprender.
—En fin —interrumpió la chef—, ahora que estamos los tres juntos aquí, ¿por qué no cocinamos algo?
—Me parece buena idea —dijo ahora Priss un poco más animada—. Consultemos el gran libro.
—Vaya, no puedo creer que aún exista —le dijo Adriano. En sus tiempos de estudiante, la chef Helda conservaba un enorme libro que prácticamente era llamado "la biblia" entre los chicos de su clase. Ahí se encontraban las recetas de todos lados del mundo muy bien detalladas. Los tres se acercaron al enorme libro que descansaba en esa especie de pedestal.
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Editado: 04.10.2023