Lunes al fin. Y aunque para muchos el lunes era el peor día de la semana, para los trabajadores de The Oak Room era el mejor de todos pues era el único día de la semana en que no abrían, así que tenían todo el tiempo del mundo para descansar e intentar relajarse antes de empezar otra semana en la cocina más exigente de New York.
Últimamente la tensión en la cocina del afamado chef Hartmann había disminuido. Ya no daba sanciones tan fuertes como antes, no desde que echó a la pobre de Rachel y la condenó a ser Steward. Pero se rumoreaba que la chica volvería a ser parte de la brigada de cocina, que el chef Hartmann había visto lo empeñosa que era y la quería de vuelta.
Aunque se decían muchas cosas en general de las últimas decisiones del jefe del restaurante. Estaba más tranquilo, se le veía más sonriente y amable con todos. Ya no perdía la paciencia como antes, y se pasaba de amable con la nueva practicante. ¡Oh si! Todos lo habían notado por más que hicieran un esfuerzo de parecer todo "normal". Bueno, Priscila Hudson era una futura chef y mostraba mucho talento, hasta la misma Kate y otros chef secundarios la habían elogiado, pero no era para tanto. Después de todo, la chica no era más que una practicante a la que le parecía ir muy bien.
El chisme comenzó a correr como reguero de pólvora, o considerando la situación y como una de las asistentes de chef dijo, "como pimienta en cocción". El chef Hartmann era muy, pero muy amable con la chica nueva. Varios lo habían sorprendido mirándola de reojo, sonriéndole, buscando la ocasión para acercarse a ella y supervisar sus progresos, molestia que jamás se había tomado con los otros practicantes. Sonreía mucho cuando la veía, era como si viviera pendiente de ella.
Y ella no se quedaba atrás. Se podría decir que disimular no era un fuerte de la muchacha. También lo miraba de reojo, encontraba siempre un motivo para estar cerca de él y se notaba en sus ojos admiración cuando él estaba cerca dándole lecciones. Hasta la habían escuchado varias veces decirle simplemente "Adriano", algo que en el restaurante solo hacían Cameron y Kate. Así que definitivamente algo había sucedido para que esas confianzas se den.
Las conjeturas empezaron, al fin había algo interesante de que hablar aparte de cocina y alguno que otro chiste interno. Quizá la chica se estaba aprovechando del chef para subir en el restaurante y asegurarse un puesto. Después de todo, ¿quién no lo haría? Aunque el chef Hartmann tampoco era un idiota para no darse cuenta de que alguien quisiera usarlo para escalar posiciones, y Priscila Hudson tampoco tenía cara de trepadora. Aunque uno nunca sabe, esas que se hacen las inocentes son las peores. ¿Y si se conocían de otro lado? Sabían que ambos estudiaron en la misma escuela de cocina, quizá tenían contactos de antes y eran viejos conocidos.
El caso era que a una parte de la brigada de cocina no le importaba mucho si esos dos estaban juntos o no, aunque reconocían que el chef había cambiado desde que la chica llegó a la cocina y con eso bastaba. Con tal que ellos salieran beneficiados podrían tener todas las historias de amor que quisieran. Pero otros estaban pensando lo peor de ella, e incluso las pocas veces que se cruzaban con la chica lo hacían mirándola despectivamente, como si fuera una cualquiera que solo quería aprovecharse de la situación. Y a ese sector de la brigada le entretenía hablar mal de Priss, o mejor dicho, era su único entretenimiento.
Por suerte, aún esos rumores malintencionados no llegaban a oídos de Priss y mucho menos de Adriano. Estaban bastante ocupados pasando el día juntos, tal y como él lo prometió. La recogió por la mañana, había muchos sitios en New York por recorrer juntos y no era precisamente recorrer New York lo que querían, sino hacerse compañía. ¿Dónde querría ir ella? Aún no estaba decidido, pero ya que estaban tan cerca al mar desde donde podía ver a lo lejos la Estatua de la Libertad se le ocurrió que sería un buen sitio. ¿Por qué no? La vista era hermosa desde ahí, además pasear por el mar sería encantador.
—¡Es imposible! Las entradas para subir a la estatua están reservadas con semanas de anticipación. No podremos entrar ahora mismo —le dijo ella, que aunque al principio se le hizo ilusión pues hacía años que no visitaba la estatua, luego su sonrisa se desvaneció al recordar la verdadera situación.
—Vamos, Priss, no te desanimes. ¿Recuerdas quién soy yo?
—Emmm... ¿Adriano Hartmann?
—Exacto, el chef Hartmann, el "hijo predilecto de New York", según el alcalde, aunque se podría decir que New York tiene muchos hijos predilectos. A veces se le olvida que en realidad soy de Alabama, eso cuando le conviene. El caso es que podría usar mis "influencias" para poder entrar como si nada, además de posición privilegiada claro.
—Vaya, ¡eso sonó tan mafioso! —comentó ella haciéndolo reír como siempre. Siempre lo ponía feliz, quizá esa era una de las cosas que más le gustaban de ella.
—¿Pues para qué tiene uno sus influencias si no las va a usar? Además es por una noble causa, ¿no?
—Bueno, si funciona, no me opongo.
Tomó su teléfono y llamó a la oficina del alcalde. Demoraron un poco en pasarle la llamada, pero al fin lo hizo. Desde luego, ¿cómo no? No le pueden negar nada al chef Hartmann, menos un favor como dos entradas para ese mismo día a la Estatua de la Libertad, un lugar que todo newyorkino tenía derecho a visitar cuando quiera, no siempre tendrían que ser los turistas primero, ¡solo tenía que decir su nombre a la entrada y listo! Pasaría sin complicaciones y si quería con guía para ellos solos, el asunto se resolvería con una llamada.
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Editado: 04.10.2023