Cuando decidieron casarse no imaginaron que organizar su propia boda sería tan complicado. Lo primero fue decidir el lugar, y descartaron El Plaza de inmediato. No porque no pudieran costearlo, sino porque eso llamaría mucho la atención y tendrían que contar con la presencia de Anthony, el antipático organizador de eventos que ninguno de los dos quería ver.
Luego decidieron qué servicio de catering contratar para la comida, y los dos se pusieron muy exquisitos con eso. Ambos eran chefs conocidos, el restaurante de Priss era cada vez más recomendado, muchos sabían quién era ella y hasta le dedicaron notas en medios del extranjero. No querían ser la burla si la comida de su boda era de todo menos perfecta. Y sobre el lugar, al final se inclinaron por rentar una casa de campo en Hudson Valley, una lo suficiente grande donde podrían quedarse sus invitados con toda comodidad.
Y ese era justo el problema, la difícil decisión. La lista de invitados. Había gente a la que iban a invitar de todas maneras pues formaban parte de sus vidas, sus amigos no podían faltar. La familia cercana también. Y luego seguían los otros, aquellos a los que no podían deja de invitar, aunque no les entusiasmara mucho verlos, o quizá ni siquiera irían. Las invitaciones por compromiso.
Estaban en la sala del apartamento de Adriano. Rachel y Priss trabajaban en la lista preliminar, él estaba organizando su vajilla. De vez en cuando la sacaba para limpiar el polvo y ponerla en perfecto orden, justo como le gustaba. Las chicas soltaban nombres de rato en rato, le pedían aprobación, y él respondía sin muchas ganas. Por él y solo invitaba a veinte personas.
—De todas maneras tenemos que invitar a Thomas —dijo Priss en referencia al gerente del hotel—. Me sigue sin caer bien del todo, pero es lo que hay que hacer.
—Thomas, y su esposa. También a los de marketing —agregó él. Lo que le faltaba.
—Tienes razón, van a estar jodiendo después —les dijo Rachel—. Y bueno, creo que con la gente del hotel, restaurante y escuela de cocina está todo cubierto. ¿Revisamos otra vez familia?
—Dale, no es que tenga mucho —continuó Priss—. En algún momento de la vida papá se peleó con media familia, mamá solo tiene unos cuantos tíos vivos y de los demás no sabe. Podría invitarlos por compromiso, no creo que lleguen.
—¿Y Riley Hudson? —le preguntó Rachel.
—Oh, si. Quiero invitar a mi prima y a la tía. Es que en verdad no las veo hace mucho, se les va a hacer difícil llegar.
—Pero puedes incluirlas, amor —le dijo él mientras terminaba de acomodar unos platos—. Si tienen problemas, les ayudamos con la movilidad. Si es importante que tu prima esté aquí no tienes que limitar tu lista.
—Bien —contestó ella sonriendo de lado—. Riley y tía Margaret se quedan en la lista. Adriano, ¿quieres revisar la tuya?
—No —le dijo al tiempo que empezaba a guardar los platos—. Ya están todos, no agregaré a nadie más.
—¿En serio? Porque solo están Sam y tu madre en la lista de familiares del novio —observó Rachel.
—Si, ya sé —contestó, restando importancia a su comentario.
—¿No vas a invitar a tus parientes red necks* o qué?— Apenas Rachel dijo eso y por poco se le cae un plato al piso. Le dio un mini paro cardiaco, no sabría decir si por el plato casi roto, o por la mención de sus parientes.
—¿De dónde sacas que mis parientes son red necks*? —preguntó él. Hizo todo lo posible por tratar de no parecer molesto. No quería que se le notara.
—Porque son de Alabama, duh —contestó Rachel, como si acabara de decir la cosa más natural del mundo—. Entonces, ¿los invitas o no?
—No le debo nada a esa gente —contestó con indiferencia—. Con mamá y Sam basta. No me interesa tenerlos en mi boda.
—Bueno...—murmuró Rachel. Tanto ella como Priss se dieron cuenta que no le gustó nada tocar el tema de la familia, y no querían molestarlo.
—Entonces ya está la lista final. Queda tal cual —continuó Priss para cerrar el tema—. Todavía podemos pasarla hasta el lunes a la imprenta para las invitaciones, si quieres agregar o quitar a alguien aún hay tiempo —le dijo. Él le devolvió una mirada y asintió.
—Está bien así, Priss —ella se encogió de hombros. Claro que necesitaba saber por qué no quería invitar a nadie más. Como a la abuela, por ejemplo. O a los tíos. O a las primas. Y a toda esa gente que contribuyó a hacer de su niñez y adolescencia un auténtico martirio.
Apenas hablaba de eso, en realidad no tocaba el tema para nada. Su familia eran solo Sam y mamá, no necesitaba a los demás. No los quería en su vida. No quería a sus patéticos primos luciendo sus fotos en la boda del chef Adriano Hatmann, cuando a los doce años lo golpearon porque le gustaba la cocina, y hasta lo amenazaron con encerrarlo en el horno de la abuela.
Cuando Adriano se mudó a New York dejó todo ese mundo atrás. Ya no era el chico que atormentaron, no tenía que soportarlos más. Él era alguien, cumplió sus sueños, se iba a casar con la mujer que amaba. Ellos eran espectros horrendos que no deberían volver.
***************
Priss sabía que a Adriano le hicieron daño. Y no se refería solo al asunto de Sandra, eso era caso aparte. Durante el tiempo que estuvo en París, ella insistió a la distancia para que fuerra a terapia, y él aceptó a regañadientes. A su retorno se puso más exigente con ese tema, y quizá él aceptó solo por complacerla. Quiso que él estuviera bien, que empezara a superar de verdad la muerte de su hijo, que dejara en el pasado a Sandra y todo lo malo que ella le hizo. Se podría decir que le fue bien, Adriano aceptó que esa ayuda fue necesaria.
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Editado: 04.10.2023