Calidad total

La boda - Parte 2

Priss estaba hecha fuego. Un chorro salvaje de lava saliendo de un volcán y matando a toda una civilización. Quizá Creta. Y cuando decía que Priss estaba ardiendo no se refería al modo sexi. Eran esos arranques sagitarianos, como ella decía, de ira súbita en los que era capaz de todo. Y en los que él y sus legendarias rabietas quedaban reducidas a nada.

No podía decir que vivían juntos, pero ella se quedaba al menos cuatro días de la semana en su apartamento, a veces volvía a casa con Rachel, pero la mayoría del tiempo la pasaban juntos. Luego del matrimonio convivirían, y ya estaban viendo alguna casa de dos plantas, algo más grande donde estarían más cómodos.

Siendo sincero, él era quién más se sentía entusiasmado con la idea de la convivencia. No habían tenido problemas graves, Adriano estaba seguro que todo iba a mejorar. Con ella se sentía cómodo en todos los aspectos. Priss también era ordenada y muy limpia. Pocas veces estaban en desacuerdo en temas de cocina, solo en ciertos detalles. Por ejemplo, Priss odiaba las aceitunas y le ponía cara de asco cada que encontraba alguna en la nevera o en el desayuno. Le reclamaba que le gustaran esas cosas, cuando él las adoraba. Y además él se quejaba de que había que ser muy fresca para odiar las aceitunas, pero echarle litros de aceite de oliva a su ensalada. Quizá esa era su pelea más frecuente y más larga.

Pero Adriano no iba a negar lo evidente. Cuando Priss se molestaba, era muy en serio. Y no paraba de hablar de eso todo el día. Ya le había contado con lujo de detalles su encuentro con la tal Kim Sandstrom, y también algunas cosas que le hizo en la secundaria. Claro que a él también le molestó escuchar todo el relato de Priss, ni siquiera tenía idea de quién era esa Kim, pero como que ya la odiaba. Priss no dejaba de hablar de eso, él ya no sabía cómo calmarla. La conocía, si le decía que se calmara ella iba a gritar diciendo que no le diga eso porque no estaba loca. Adriano creyó que ya se le había pasado, pues no dijo nada después de varios minutos de silencio. Paz al fin.

—¿Entonces vas a querer limonada o agua está bien? —preguntó él para cambiar el tema mientras se servía un poco de limonada.

—Agua —respondió ella más tranquila. Adriano le sirvió y le alcanzó el vaso. Priss apenas bebió un sorbo, cuando empezó a hablar otra vez—. ¿Sabes qué es lo que más me molesta?

—Ehhh... —Ya ni sabía cómo cortarle.

—Que la muy ridícula quiere que le dé una invitación a nuestra boda. ¿Qué le pasa? Todavía me dice que es influencer de moda y no sé qué tonterías más. ¿Y a mí qué me importa? Me puse a stalkearla en el Instagram y Anne le triplica los seguidores, que no esté jodiendo. Ya tengo una amiga influencer, y si necesitara a otra no sería ella.

—Lo sé, Priss. No le vas a ver ni la sombra a esa Kim, estaba jugando contigo nada más.

—¿Lo crees?

—Es lo que hace esa clase de gente, son expertos en manipular. —Eso Adriano lo sabía bien, las personas como Kim, o como sus primos de Alabama, eran los típicos abusivos. A veces hacían eso, fingían amabilidad solo para molestar, luego daban el golpe. Fue lo que Kim hizo con Priss. La chica a la que tanto atormentó en la secundaria se había convertido en una chef reconocida, pronto sería más famosa. Claro que no iba a sentirse menos, y encontró la forma de molestar.

—Lo sé... es que yo... creo que me lo tomé muy en serio. Lo siento, ¿te aburrí con mis quejas? Toda la vida lo mismo conmigo —se disculpó. Pero en realidad él no estaba molesto, con ella tenía mucha paciencia. Dejó su vaso de limonada a un lado y estiró la mano para acariciar su mejilla. Ella le sonrió de lado.

—Tranquila, no pasa nada. Entiendo que estés molesta, esa chica en serio se pasó. Pero olvídalo, a nadie le importa su opinión. Ya no puede hacerte daño.

—Eso espero. —Priss se acercó más a él y lo abrazó. Apoyó su cabeza en su pecho y se quedó así por varios segundos. En ese momento Adriano dudó. ¿Le decía o no? ¿Cómo iba a tomar ella la historia de su abuela? ¿Y si se molestaba? Ya estaba fastidiada, no quería que renegara más. Pero no podía callarse eso, lo tenía claro.

Antes, cuando apenas empezaron a salir, le ocultó cosas por protegerla. Por temor, por no causarle disgustos. Y fue así que Sandra acabó haciéndoles daño. Ya no podía seguir por la misma línea. El tiempo había pasado y Adriano aprendió a confiar en ella en todos los sentidos. Ya no tenía miedo de hablarle cuando algo no le gustaba, de contarle ciertas cosas, de pedir su consejo. El asunto de su familia del sur seguía siendo un tabú, pero estaba seguro que pronto lo iba a superar con ella. Quizá por eso era mejor hablar del tema en ese momento.

—Priss...

—¿Si? —ella levantó la cabeza y buscó su mirada. Quizá vio la angustia en sus ojos, porque se enderezó y lo miró fijo.

—Mi abuela quiere venir a la boda.

Le soltó todo el rollo de una vez, lo necesitaba. Le habló de la llamada de su madre, del cáncer, del pedido. Y de su mala relación con esa mujer. Adriano venía de una familia de homofóbicos nauseabundos que criaba puros inútiles que no podían mover ni un dedo en la cocina. Así que cuando el pequeño Adriano empezó a mostrar interés en la cocina, las burlas no se hicieron esperar. Con los años empeoró, y la abuela la tomó mal con él. Lo acusaba de ser gay porque lo vio usar delantal en la cocina, cosa que no tenía nada de malo. Mamá y Sam intentaban defenderlo, pero con la abuela todo era complicado. Cuando se fue de Alabama dio gracias por no tener que volver a verla, y no la había llamado ni una sola vez desde entonces. Ella tampoco mandó saludos, así que estaban empates. O bueno, no lo hizo hasta ese momento.




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