Calienta mi Corazón

Capítulo Diecisiete

            A las cuatro en punto de la madrugada, comienza la verdadera acción.

            En el amplio y bien equipado gimnasio del hotel, hacemos veinte minutos de calentamiento. Una vez terminamos, corremos dos horas en las cintas. De ahí, nos movemos al área de las pesas a ejercitar los músculos, enfatizando en los brazos y las piernas para obtener mayor resistencia. Luego vienen los ejercicios que tienen como fin mejorar nuestro equilibrio y reflejos. Para esto, utilizamos unas pelotas bosu, cuya mayor cualidad es la inestabilidad que proporcionan. En ellas practicamos los movimientos que regularmente hacemos al esquiar, así como más ejercicios de resistencia.

            Allí estamos hasta las ocho de la mañana, hora en que se abre el autoservicio en el restaurante del hotel. Tras ducharme y cambiarme de ropa, bajo al restaurante. Estoy que me comería una vaca, si no fuera vegetariana. Cuando termino de llenar mis platos del desayuno, recibo una videollamada de Benny. Me alejo con mi banquete gastronómico de los demás comensales, especialmente de los esquiadores profesionales que participan en el circuito de esquí, para responder.

            —Vaya, el desaparecido da señales de vida por fin —en la pantalla veo que, tras Benny, está Gavin con gesto divertido—. ¿Disfrutando de la luna de miel?

            —Para tener luna de miel tengo que casarme primero, ¿no crees?

            —No sabía que fueras tan tradicional.

            —Ben es de la vieja escuela, versión gay —riposta Gavin, mofándose de su novio.

            —Muy gracioso —le hace un gesto infantil a Gavin y luego se dirige a mí—. Y mira quién habla. Llevas trece días sin comunicarte.

            —Doce, Christina —pongo mi preciado desayuno en una larga mesa alejada del resto—. Ayer no cuenta porque estaba de viaje. Y estoy bien, ¿no me ves?

            —Por supuesto que te veo —observa mi rostro con más atención de la necesaria—. Estás radiante.

            —¿De verdad? —Gavin se acerca a la pantalla para mirarme—. Tienes razón, Ben. Estás pasándola bien en las nieves, Merry.

            —Portillo es una maravilla, Gav. ¿Has venido alguna vez?

            —No. He ido a Chile varias veces, pero nunca en esta época.

            —Deberías venir. No te arrepentirás.

            —Ay, ya, dejen esa babosería para otro día —interrumpe Benny con cara de hastío—. A Gav puedes engañarlo, pero a mí, no. Luego de cuatro horas de ejercicio y con lo despiadado que puede ser mi padre en los entrenamientos, ¿tú luces así de espléndida? —él se ríe, y yo me resigno. Benny ya lo sabe. Por algo él es mi persona.

            —¿Estás pensando lo que creo que estás pensando, Ben? —pregunta Gavin, risueño.

            —¡Mírala! ¿Cuándo has visto a Merry así? Ese es el rostro de una mujer que ha sido bien follada anoche.

            Miro alrededor, asegurándome de que no hay personas cerca. Aunque nadie puede escuchar a Benny y a Gavin debido a que llevo puesto los auriculares, no quiero correr riesgos. Sobre todo, porque a mí sí me pueden escuchar.

            —¡Ben!

            —No te atrevas a negarlo, guapa. Recuerda que estás hablando conmigo.

            Y a él, aparte de a mi mellizo, no le puedo ocultar nada.

            —Ya sabemos por qué no supimos de ella por tantos días —comenta Gavin.

            —No me simpatizas en este momento, Gav —hago un gesto fingido de enojo.




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