Final de la Copa Mundial de Esquí,
Åre, Suecia
Tres años y cinco meses después
A.J.
Todo está listo para el inicio de la segunda parte de la competencia de hoy. Es el Slalom, que consta, al igual que en el Slalom Gigante, de dos carreras en vez de una. El último evento de una temporada olímpica en todos los sentidos.
El mes anterior, se celebraron los Juegos Olímpicos de Invierno, los cuales resultaron ser exitosos para Maryanne y para mí. Yo gané dos medallas, una de oro y una de plata. Mi esposa, por su parte, ganó la misma cantidad. Ambas fueron de oro.
Además de aquel éxito olímpico, ambos somos los ganadores del campeonato global de esquí, de modo que la competencia de Maryanne de hoy es de puro trámite, pues ella aseguró el primer lugar del escalafón mundial del circuito la semana anterior. Igualmente, ella ganó esta semana el campeonato de Slalom Gigante y el de Descenso.
Mi tensión se eleva cada vez que veo a mi preciosa Mer competir. No es que no esté seguro de su valía como esquiadora. Ya para muchos, ella está en la conversación de las mejores de todos los tiempos. Es más mi naturaleza masculina de proteger a la mujer que amo. El esquí es un deporte de alto riesgo; no se debe subestimar los elementos.
A pesar de mi preocupación, ni en sueños me atrevería a plantearle a ella que abandone el esquí. Sonrío para mis adentros al imaginar la reacción si lo hiciera. Amo mis joyas de la Corona lo suficiente como para querer conservarlas.
—¿Vuelves a estar nervioso? —me pregunta Benny al verme retorcer las manos por enésima vez—. Cielos, A.J., tantos años han pasado y tú sigues con ese terror infundado. Deberías hablarle a un psicólogo para que resuelvas ese asunto.
—Ya tengo un psicólogo, muchas gracias —respondo.
Siempre he contado con la ayuda de psicólogos deportivos para manejar mis emociones dentro y fuera de competencia. Y lo utilicé cuando tuve que competir en Kitzbühel por primera vez desde mi retiro. Aquella pista me traía tristes recuerdos, y esa vez por poco pierdo el control de mi cuerpo. No caí, pero terminé en el lugar número veintiocho, de treinta que obtuvimos puntos. Para mi alivio, conté con la presencia de Maryanne, que decidió perderse dos competencias ese fin de semana y no dejarme solo. Tenerla allí me dio fuerzas para vencer ese último demonio.
Al año siguiente, no había rastro de temor. Maryanne volvió a perderse tres competencias para estar conmigo, pero la historia fue otra. Gané mi sexto título en Kitzbühel. Nadie ha ganado más veces que yo en esa pista. Pídanle la bendición a su papá, niños. Soy el puto héroe, la Bestia. El amo de las nieves, sentado a la diestra del padre del Esquí. Sigan llorando, perdedores.
Pero hasta los héroes tienen su debilidad, y la mía es la mujer que me entregó su corazón hace más de tres años. La mujer que va a lanzarse por la pista dentro de unos minutos.
—Te ha robado el dinero. Merry sabe lo que hace cada vez que se pone los esquís.
—No me digas que a tí no te preocupa ni un poquito.
—El hombre que la entrena es mi padre, no me preocupa para nada —riposta, pero veo el tic nervioso de mi amigo. Benny está tan nervioso como lo estoy yo.
—Lo sé, Andersen. Es solo que esta temporada ha sido extenuante y me pareció que tenía ojeras esta mañana.
—Por supuesto que tenía ojeras esta mañana —Benny me lanza una sonrisa maliciosa—. No la dejas ni respirar, mucho menos dormir.
Tengo que reírme. Durante los cinco meses que dura la temporada dependemos de llamadas y mensajes telefónicos porque apenas nos vemos, salvo en eventos conjuntos y otros de gran envergadura como lo son los Mundiales y las Olimpiadas Invernales. Y en estas últimas tuvimos que dormir separados. Así que hemos sido menos disciplinados que de costumbre los pasados días.