Abraham con sumo cuidado abrochó los botones de la camisa celeste que Iván llevaba puesta, luego lo ayudó a sentarse para que pudiera atarle los zapatos lento, como si estuviera disfrutando el tiempo y tal vez era así. Él lo hacía.
― ¿Ya no podré verte más, Abraham? ―inquirió el pequeño con suma inocencia. El negro soltó el aire contenido y lo miró, sus ojitos bonitos, lo quería, desde que lo vio ingresar a la iglesia, desde que anduvo corriendo a su lado y desde que invadió su casa con gritos, risas y dibujos animados, ahora que se iba solo estaba dejando un hueco en su corazón. ¿Era justo? No, pero ahora todos buscaban el bienestar del niño, y como le dijo su madre, en algún momento él podría tener su familia.
Sara.
Cuando se mencionaba la palabra familia él solo podía pensar en ella, en que Abraham siempre quiso una familia con esa mujer especialmente, nadie más.
―Está también es tu casa, pequeño, así que podrás venir las veces que quieras.
El niño soltó una risita y al escuchar la voz de la madre de Abraham, bajó corriendo y él soltó un suspiro al ver la habitación que había sido decorada únicamente para él, con sus juguetes, todo lo que él nunca había tenido. Realmente quería ser padre, realmente quería a ese niño, pero los familiares ya se habían presentado, habían sido evaluados y eran capaces de tener la custodia de Iván, lo mejor de todo es que tendría dos primitos, un patio enorme para jugar futbol y dos personas que lo amarían como un padre.
―Ya llegaron hijo, vamos ―Mateo, su padre, se acercó con cautela. Sus ojos oscuros también brillaban de tristeza, porque no podía negar que tener un niño pequeño que a le decía abuelo Mateo había hecho que su corazón saltara de la felicidad, era un sentimiento que se había quedado instalado ahí―. Ya llegó Nora y Mario, están abajo mientras Ivancito les muestra sus juguetes.
―Yo quería que se quedara conmigo papá...―Abraham se quejó y su voz se quebró, apretó sus labios con fuerza cuando sus ojos se hicieron agua, así que su padre lo jaló para abrazarlo.
―Lo sé, lo sé ―repitió en voz baja dando unas palmadas en la espalda del muchacho, quien se aferró a su cuerpo, sin querer soltarse, como cuando Sara se fue y Mateo pasó semanas consolándolo al igual que Valeria, su madre.
Abraham era un muchacho fuerte, mucho, pero con un corazón bastante frágil, bastante tierno que recibía a todo el mundo que necesitara ayuda.
Ambos bajaron después de lavarse el rostro, de mirarse al espejo y ver que no se notaba que habían soltado una que otra lagrima, no querían verse mal frente al niño y que él no quisiera irse, porque en los últimos había estado muy animado, más cuando conoció a los hijos de la pareja y se llevaban bien, eran niños tiernos, así que serían buenos hermanos mayores.
― ¡Abraham! ―Saludó Nora dándole un abrazo, él muchacho lo recibió y luego le dio la mano a Mario quien le sonrío con agradecimiento. No encontrarían palabras para agradecerle todo lo que habían hecho por el niño, y más por la abuela.
―Gracias por todo muchacho, eres bueno.
―No hay nada que agradecer, adoro mucho a Iván ―dijo con media sonrisa pasando sus dedos por las ondas del niño, quien le regaló una sonrisa mostrando su dentadura torcida, blanquita.
Hablaron un rato más hasta que llegó la hora de la partida, él se inclinó, pasando sus manos por su cabello y luego tiró de él abrazándolo con fuerza, no quería soltarlo y mucho menos cuando el pequeño se echó a llorar, diciendo que lo extrañaría a él y a todos los demás.
―Mi casa es tuya, y cuando quieras venir, estaré esperándote.
―Nos mantendremos en contacto, Abraham, así Iván podrá venir a verte las veces que quiera ―Nora tomó al pequeño de la mano, y el negro se quedó ahí, viéndolo partir, llorando y sacudiendo su manito en su dirección, él aspiró profundo y lo dejó ir. ¿Así debía ser en general? Dejar ir, aprender a vivir con la ausencia de los demás, continuar aunque duela.
Se despidió lo más rápido posible de sus padres, puso la excusa que tenía que estar en la radio, saludó a todos y entró en cabina. Abrió las redes sociales de la radio y se sorprendió por la cantidad de mensajes no solo del pueblo, sino de los pueblos vecinos e incluso de los puertos, que colgaba sus videos mientras lo escuchaban a él, ahora más con el segmento que había sido lanzado para una vez a la semana a las seis de la tarde, y parecía que todos se volvían locos, porque desde temprano ya se estaba reportando para escucharlo.
Se puso los audífonos y antes de empezar, lanzó una canción de Pablo Alboran, Juan Carlos, su compañero se sentó frente a él, teniendo los teléfonos listos para contestar. Todos alrededor hablaban, reían, pero por primera vez se sentía inquieto, perdido incluso. El que Iván se hubiese ido no era un dolor que se iba a ir tan rápido, y tampoco podía olvidar las palabras duras que Sara había arrogado a él días atrás.
― ¡He, Abraham! ―gritaron y sonrió cuando desde arriba Manuel lo saludaba, le hacía señas para que entrara a su casa, debió rechazar, debió recordar que ahora Sara andaba por ahí.
― ¡¿Qué haces aquí?! ¿Por qué entras así? ―el moreno se giró asustado ante el grito que vino desde la izquierda, de pie estaba ahí Sara con los brazos cruzados, molesta e incluso la veía asustada porque intercalaba su mirada de la puerta hacía él.
―Manuel me dijo que pasara, es algo que...―tartamudeó y retrocedió, ¿Qué haría ahora?
― ¡No debes entrar a casas ajenas sin permiso!
―Sara, ¿Qué te pasa? ¡Abraham es mi hermano! ―Manuel bajó corriendo las escaleras y el moreno siseó bajito, molesto consigo mismo, debió tocar, debió hacerlo, esa casa ahora estaba adaptándose a Sara y él había ingresado a su lugar seguro, obviamente iba a reaccionar así de mal.
―Tranquilo, Manuel, yo entré como si fuera dueño ―forzó una sonrisa y retrocedió dos pasos más, dirigió su mirada hacia Sara que lo veía molesta―. Lo siento, Sara, no volverá a suceder.
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Editado: 25.08.2021